El beso de la Luna

4. Soledad

Hola mis amores, estare publicando Lunes, Miércoles y viernes, si tengo más tiempo entonces publicaré capitulos todos los días!!!

Los quiero Adioooos ❤️

El aire en la casa vibraba con una energía festiva contenida. Los aromas de la carne asándose lentamente, mezclados con el dulce perfume de las flores silvestres que adornaban el salón, flotaban por cada rincón. Era la noche de la fiesta de la manada, una celebración anual donde los lazos se fortalecían, las jerarquías se reafirmaban y, para los jóvenes lobos, las esperanzas de encontrar a su compañero florecían bajo la luz de la luna llena. Sin embargo, en mi habitación, el ambiente era decididamente sombrío.

-"No voy a ir,"- anuncié con la voz más firme que pude reunir, observando las expresiones de sorpresa y ligera decepción en los rostros de mis padres y Rob. Mi madre frunció el ceño suavemente, su mano deteniendo el movimiento de abrocharse un pendiente de plata con forma de media luna.

-"¿Cómo que no vas a ir, Neftally, cariño? Sabes que es importante para la manada. Y para nosotros. Queríamos que te divirtieras un poco."-

-"Lo sé, mamá,"- respondí, evitando su mirada. -"Pero... simplemente no me siento bien. Un ligero dolor de cabeza que no me deja en paz."- Era una excusa barata, lo sabía, pero la idea de pasar la noche observando a Mathew y Lyra, irradiando una felicidad que aún no se habían ganado, era una tortura que no estaba dispuesta a infligirme.

Rob, apoyado en el marco de la puerta con su habitual aire despreocupado, arqueó una ceja. -"¿Dolor de cabeza? ¿La misma que te dio cuando tuvimos que ir a la obra de teatro del colegio de primo Finn hace tres años? Esa 'migraña selectiva' es bastante conveniente, hermanita."-

-"No seas sarcástico, Robert jr," le reprendí, cruzándome de brazos. -"De verdad me siento indispuesta. Además... no creo que mi presencia haga mucha diferencia."- La verdad, la diferencia que más me importaba era la ausencia de una mirada en particular dirigida hacia mí, una mano que buscara la mía.

Mi padre se acercó, su rostro mostrando una preocupación genuina. -"Cariño, ¿estás segura? Podemos quedarnos contigo si te sientes mal."-

-"No, papá,"- aseguré, ofreciéndole una pequeña sonrisa forzada. -"Ustedes diviértanse. Se lo merecen. Y Robert... quizás podrías mantener un ojo en las reservas de pastel de carne, ¿sí?"- Intentaba aligerar el ambiente, aunque por dentro la idea de quedarme sola me pesaba como una losa.

Finalmente, después de unos cuantos intentos más de persuasión suave, aceptaron a regañadientes mi decisión. Los vi partir, sus figuras alejándose en la oscuridad iluminada por las luces tenues del jardín, llevándose consigo el bullicio y la anticipación de la noche. En cuanto la puerta se cerró tras ellos, el silencio en la casa se hizo palpable, un vacío que resonaba con mi propia soledad.

Subí lentamente las escaleras hasta mi habitación, donde la luz de la luna que se filtraba por la ventana plateaba los objetos familiares.

Me dejé caer en el alféizar, mirando el disco brillante que dominaba el cielo estrellado. Mathew... su imagen invadió mis pensamientos, la calidez fugaz de su rara sonrisa, la profundidad insondable de sus ojos color miel, la forma en que su mera presencia hacía que mi loba interior aullara un reconocimiento primario y doloroso. Era un amor silencioso, un secreto que había cultivado durante años, observándolo desde la distancia, soñando con un futuro que parecía cada vez más esquivo. Un suave murmullo resonó en mi mente, la voz tranquila y segura de Tea. "PACIENCIA, LUNA MÍA. ÉL TE VERÁ. SENTIRÁ EL LAZO, LA VERDAD DE NUESTRO SER. SOLO HAY QUE ESPERAR EL MOMENTO ADECUADO. LA LUNA GUIA A LOS CORAZONES VERDADEROS."-

Su consuelo era un bálsamo, pero la inquietud seguía royéndome por dentro. La espera se sentía como una eternidad, cada noche estrellada una prueba de mi paciencia.

Incapaz de soportar la quietud opresiva y el carrusel de mis pensamientos, me levanté con una decisión repentina. Necesitaba liberar esta energía, esta frustración silenciosa. Bajé al sótano, donde guardaba mis katanas, un regalo de mi hermano y mis madres que se había convertido en una extensión de mi propia agilidad, una forma de canalizar la bestia impaciente que latía bajo mi piel.

Con la espada firmemente sujeta, salí al claro detrás de la casa. La luna, enorme y brillante, era mi única testigo mientras comenzaba mi entrenamiento. El acero silbaba en el aire, cortando la oscuridad con movimientos precisos y fluidos. Cada golpe, cada giro, era una liberación, un grito silencioso a la noche estrellada, una danza solitaria bajo la mirada plateada de mi patrona celestial. Quizás, solo quizás, en este acto de libertad silenciosa, encontraría la paz que la fiesta de la manada se negaba a ofrecerme. Y quizás, en algún rincón de su mente, Mathew sentiría una punzada de mi ausencia, una sombra de lo que aún no sabía que había perdido.




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