A la mañana siguiente, la luz del sol que se filtraba por las cortinas despertó a Luna con una suavidad que no sentía en semanas. El aroma a café recién hecho y algo dulce flotaba en el aire, invitándola a levantarse.
Al bajar a la cocina, encontró a Elara charlando animadamente con un hombre alto y corpulento, con una sonrisa amable que le llegaba a los ojos. "Luna, cariño, él es Richard, mi sufrido esposo," dijo Elara con un guiño travieso. Richard se acercó y la abrazó con calidez. "Bienvenida, Luna. Elara ha hablado maravillas de ti. Esperamos que te sientas como en casa."
El desayuno transcurrió entre risas y conversaciones amenas. Richard era un hombre afable con un sentido del humor contagioso, y pronto Luna se encontró relajándose en su compañía. Hablaron de la manada, de las costumbres del norte, de los paisajes imponentes que la rodeaban. Cuando el tema inevitablemente giró hacia el líder de la manada, Elara sonrió con picardía. "Nuestro querido Rey Alfa, un alma noble aunque a veces un poco... despistada, está enfrascado en importantes negociaciones. Sospecho que ahora mismo estará debatiendo apasionadamente sobre el precio justo de las pieles de conejo o algo igualmente trascendental." Richard añadió con una sonrisa cómplice: "No te dejes engañar por su aparente seriedad, Luna. Es un gran líder, pero también tiene sus momentos de... peculiaridad. Una vez intentó convencer a una delegación de Alfas de que la mejor estrategia de defensa era pintar a todos los lobos de rosa para confundir al enemigo." Ambos rieron, y Luna sintió que una pequeña parte del peso que llevaba se aligeraba. A pesar de las bromas, se notaba en el tono de Elara y Richard un profundo respeto y cariño por su Rey Alfa.
Después del desayuno, Elara se puso de pie. "Bien, mi querida Luna, es hora de que conozcas un poco este rincón del mundo. Y luego, la formalidad nos llama: tenemos una cita con el encantador Beta Rhysand." Salieron de la casa y Elara guio a Luna por senderos arbolados, mostrándole las viviendas de la manada, los talleres bulliciosos, el centro comunitario donde los lobos jóvenes jugaban y los ancianos conversaban tranquilamente. La atmósfera era vibrante y pacífica a la vez, tal como Elara lo había descrito.
Luna sentía una creciente sensación de pertenencia, una tranquilidad que la envolvía como una manta suave, aunque una sutil y extraña sensación comenzaba a filtrarse en su conciencia.
Finalmente, llegaron a un edificio de piedra imponente pero acogedor, con un aire de autoridad tranquila. "Este es el despacho del Beta," anunció Elara con una sonrisa. La hicieron pasar a una sala de espera elegantemente decorada. Al cruzar el umbral hacia el despacho de Rhysand, un tenue olor la envolvió, dulce y terroso a la vez, extrañamente atrayente.
La invadió una calma inesperada, una sensación de quietud profunda que contrastaba con la ligera inquietud que también la recorría. Era como si una melodía suave la arrullara, pero con una nota subyacente de una energía poderosa y contenida que la enervaba ligeramente. En el fondo, sin embargo, una paz profunda se asentó en su pecho. Tea, en su interior, permaneció en un silencio expectante, sin emitir ningún comentario, como si también estuviera procesando esa peculiar atmósfera.
Rhysand estaba de pie detrás de un escritorio de madera oscura, su presencia imponente pero con una calidez en sus ojos dorados que desarmaba. Al ver a Luna, se enderezó. Cuando Luna se dispuso a hacer una reverencia formal, Rhysand rápidamente hizo un gesto con la mano. "Por favor, Luna. Las reverencias las reservamos para nuestro Rey Alfa. Para mí, un apretón de manos será más que suficiente." Extendió su mano y Luna la estrechó, sintiendo una firmeza amable en su agarre, mientras el tenue olor en el aire se intensificaba ligeramente. Rhysand luego abrazó a Elara con afecto. "Elara, mi querida. Qué alegría verte. ¿Y esta joven debe ser Luna?"
"Así es, Rhysand," respondió Elara con una sonrisa, sin notar la breve vacilación de Luna ante la peculiar atmósfera. "Luna, él es el Beta de nuestra manada, Rhysand."
"Un placer conocerte, Luna," dijo Rhysand con una sonrisa radiante. "¿Y mi indomable Aurora? ¿Dónde anda metida hoy?" Se notaba en su tono la profunda conexión y el amor que sentía por su mate, una preocupación tierna en sus palabras. El tenue olor parecía emanar sutilmente de él, aunque Luna no podía estar segura.
Elara respondió con una sonrisa cómplice. "Andan por ahí haciendo sus... recados. Sospecho que Aurora estará intentando convencer a algún comerciante de que le rebaje el precio de sus hierbas raras. Ya sabes cómo es." Rhysand suspiró con una sonrisa resignada, sus ojos brillando con afecto. "Sí, lo sé muy bien. Pero no deben tardar en llegar. Tenían que hacer unas entregas."
Rhysand volvió su atención a Luna, su expresión ahora más seria pero aún amable. "¿Y bien, Luna? ¿Qué trae a una joven tan encantadora desde tan lejos a nuestra humilde morada?" Luna tomó aire y le explicó brevemente su situación, el rechazo, su necesidad de un nuevo comienzo. Rhysand escuchó atentamente, su rostro mostrando comprensión y simpatía. Al finalizar el relato de Luna, asintió lentamente. "Entiendo perfectamente, Luna. Lamento mucho lo que has pasado. En cuanto a tu estancia aquí, considera esto una mera formalidad burocrática. Eres más que bienvenida en nuestra manada. Esperamos sinceramente que encuentres aquí la paz y la fortaleza que necesitas. Si hay algo en lo que pueda ayudarte, no dudes en pedírmelo." Su tono era sincero y acogedor, mientras la extraña mezcla de calma y energía sutil que emanaba del Beta la envolvía, dejándola con una sensación de paz subyacente y una curiosidad latente.
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Editado: 05.06.2025