El beso de la Luna

32. Furia Desatada

El jet privado ascendía rápidamente, dejando atrás el paisaje familiar de la Manada Luna Oscura. Los días allí habían transcurrido con una velocidad sorprendente, un torbellino de emociones y reencuentros. La promesa de la visita navideña de sus padres y Rob flotaba en el aire como un dulce presagio, mitigando la tristeza de la partida. Luna miraba por la ventana, el cielo vespertino teñido de tonos naranjas y violetas, un reflejo del calor que aún sentía en el pecho por el amor de su familia.

Se giró hacia Arick, que revisaba unos documentos en su tableta, una expresión de concentración en su rostro apuesto. Una sonrisa traviesa se deslizó por sus labios. -"Sabes,"- comenzó con un tono suave y meloso, -"creo que podrías estar dedicando tu tiempo a algo mucho más... interesante que ese aparato
."-

Arick levantó la vista, sus ojos verdes encontrándose con los plateados de Luna, una chispa de diversión brillando en ellos. -"¿Ah, sí? ¿Y qué podría ser más fascinante que asegurar el bienestar de mi manada, mi Luna?"-

Luna se desabrochó el cinturón de seguridad con una lentitud deliberada y se deslizó de su asiento, moviéndose con una gracia felina hasta sentarse a horcajadas en sus piernas. Sus manos se posaron en sus hombros anchos, y se inclinó, susurrándole al oído, su aliento cálido contra su piel. -"Podrías estar recordándome lo mucho que me quieres... con tus labios."-

Un gruñido bajo escapó de la garganta de Arick, la tableta abandonada sobre el asiento. Sus manos se posaron en sus caderas, atrayéndola más cerca. -"Oh, te aseguro, mi Luna, que tengo muchas formas de recordarte cuánto te quiero."- Sus ojos ardían con un deseo contenido mientras sus rostros se acercaban lentamente. El aire entre ellos se cargó de una electricidad palpable, sus alientos mezclándose en un preludio apasionado. Sus labios se encontraron en un beso que encendió una llama intensa, un recordatorio físico del lazo inquebrantable que los unía. El mundo exterior se desvaneció mientras se perdían el uno en el otro, el suave murmullo del avión como única melodía de su reencuentro.

Finalmente, el avión aterrizó suavemente en la pista privada de la Manada del Norte. Al descender, Aurora y Rhysand los esperaban con sonrisas ansiosas. -"¡Bienvenidos a casa!"- exclamó Aurora, corriendo a abrazar a Luna. "¡Los extrañamos mucho!"

"Y nosotros a ustedes," respondió Luna, devolviéndole el abrazo con afecto.

Rhysand le dio una palmada en el hombro a Arick, con una sonrisa cómplice. "¿Todo bien por la Luna Oscura, Alfa?"

"Todo en orden, Rhysand," respondió Arick con una sonrisa. "Aunque me temo que Luna dejó una impresión... duradera."

Mientras se dirigían a la casa, la familiaridad del paisaje reconfortó a Luna. Los días siguientes transcurrieron con una calma relativa, dedicados a ponerse al día con los asuntos de la manada y a disfrutar de la tranquilidad de su hogar.

Unos días después, la guardería de la manada organizó una pequeña excursión a un claro cerca de los límites del territorio, un lugar seguro y supervisado. Tres lobas adultas, responsables del cuidado de los cachorros, acompañaban a los niños, junto con Aurora y Luna, quienes disfrutaban de pasar tiempo con los pequeños. El aire fresco y los juegos llenaban el claro de risas y alegría.

De repente, la tranquilidad se hizo añicos. Seis figuras emergieron del bosque circundante. Cinco de ellos se transformaron instantáneamente en lobos renegados, sus pelajes erizados y sus ojos inyectados en sangre. El sexto era un hombre lobo en su forma humana, de aspecto desaliñado, con una sonrisa confiada y una mirada que denotaba una mente desquiciada.

"Vaya, vaya," dijo el humano con un tono burlón, observando el grupo de mujeres y niños. "Parece que nuestra tarea será más sencilla de lo que pensábamos. Solo unas cuantas lobitas y un montón de crías indefensas."

Se dirigió directamente a Luna. "Si eres inteligente, muchacha, vendrás con nosotros. No habrá muertes. Solo queremos que vengas con nosotros."

Aurora se interpuso entre el hombre y los niños, sus ojos dorados brillando con furia protectora. "Sobre mi cadáver," gruñó, mostrando sus colmillos.

En ese instante, la mirada de Luna cambió. Sus ojos plateados parecieron volverse más profundos, casi negros por un instante, antes de adquirir un brillo helado y celeste. "Lleven a los niños lejos de aquí," ordenó a las tres cuidadoras con una voz que no era la suya, imbuida de una autoridad ancestral.

Una sonrisa sádica se extendió lentamente por sus labios. Tea había tomado el control, sin necesidad de una transformación física. Los lobos renegados se abalanzaron sobre ellas, sus gruñidos llenos de una sed de sangre salvaje. Lo que siguió fue un torbellino de furia silenciosa y letal. Tea se movía con una agilidad sorprendente, esquivando y contraatacando con una precisión escalofriante. Los renegados cayeron uno tras otro, sin siquiera comprender la fuerza invisible que los destrozaba.

En medio del caos, uno de los lobos renegados logró arañar la pierna de Aurora. El dolor la desconcentró por un instante, y la garra afilada dejó un corte profundo. La visión de la sangre de su amiga encendió una cólera aún mayor en Tea. Con un rugido gutural que no provenía de su garganta, terminó con los lobos restantes en un instante.

Finalmente, solo quedó el hombre que por algún motivo desconocido no se transformo en lobo, su sonrisa confiada desvanecida, sus ojos llenos de terror al presenciar la carnicería. Tea se acercó lentamente, su mirada helada fija en él. Sin una palabra, levantó sus manos y, con un crujido seco y horrible, rompió su cuello.

En ese preciso momento, dos figuras emergieron del bosque, transformándose de lobo a humano en un instante. corrieron hacia ellas, sus rostros pálidos de preocupación. Rhysand tomó a Aurora en sus brazos, examinando su herida con angustia. Arick envolvió a Luna en un abrazo protector, su cuerpo temblando ligeramente.




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