El beso de la Luna

44. El Despertar de la Luna y la Promesa Divina

Cuatro días. Cuatro eternidades de angustia silenciosa, observando el cuerpo inerte de Arick en la cama de la manada de Lycus. Cada respiración superficial era una punzada en mi corazón, cada latido débil, un eco tembloroso de la vida que temía perder. El aconito... ese veneno insidioso lo había mantenido prisionero en un mundo oscuro, más tiempo que a Rhysand y a Rob.

Mi preocupación crecía con cada hora que pasaba, alimentada por el miedo palpable que compartía con nuestra familia. Estábamos en deuda con Lycus y su gente, su hospitalidad un faro de luz en nuestra oscuridad, pero la ausencia de Arick era un vacío que nada podía llenar.

Lo observaba constantemente, aferrándome a la esperanza de un parpadeo, de un suspiro más profundo, de cualquier señal que indicara su regreso. Le hablaba en voz baja, contándole lo que había sucedido, la valentía de nuestra gente, la furia de Tea, la incertidumbre en nuestra manada. Les habían dicho que habían sido atacados, que debían permanecer escondidos, esperando noticias de su Alfa. La traición de Kaelen había sembrado confusión y miedo, dejando un vacío de liderazgo que solo Arick podía llenar.

También le conté sobre Rob, la alegría inesperada de encontrar a su mate aquí, en medio de todo el caos. Lyra, una beta de espíritu dulce y fuerte, una amiga cercana de Lycus. Ver la felicidad florecer en medio de tanta oscuridad era un pequeño rayo de esperanza.

Mis manos acariciaban su rostro pálido, mis labios rozaban su frente fría. "Vuelve a mí, mi amor," susurraba una y otra vez. "Te necesito. Te necesitamos." Las lágrimas corrían silenciosamente por mis mejillas, empapando la almohada a su lado. La idea de un futuro sin él era un abismo aterrador que no podía contemplar.
...........

En la negrura profunda, una luz. No la luz del sol, ni el brillo de la luna que tanto amo, sino una calidez etérea, una presencia reconfortante que disipaba el frío que me calaba hasta los huesos. La Diosa Luna. Su voz resonó en mi mente, no como un sonido audible, sino como una melodía plateada que acariciaba mi alma herida.

"Arick," su tono era suave, lleno de una comprensión que trascendía las palabras.

Intenté responder, abrir mis ojos, pero mi cuerpo se sentía pesado, aprisionado por una inercia profunda. Mi voz era un mero susurro en el vacío. Ella pareció percibir mi esfuerzo, su presencia se intensificó, envolviéndome en una calidez aún mayor.

"¿Te gustó mi regalo, mi Alfa?" preguntó, y en su voz percibí un eco de la alegría que había sentido al ver a Luna por primera vez.

Un torrente de gratitud inundó mi ser. Luna. Ella era el regalo, la luz que había disipado mi oscuridad. Todo lo bueno en mi vida había florecido desde que ella llegó. "Más de lo que las palabras pueden expresar, mi Diosa," logré articular, mi voz áspera y débil, un hilo apenas perceptible en el silencio de mi mente. "Luna es... mi ancla, mi fuerza, mi todo."

Su presencia se sintió aún más cercana, una sensación de profunda benevolencia. "Pronto recibirán otro regalo de mi parte, Arick. Un regalo que florecerá con el tiempo y les traerá una alegría inmensa. Y pronto entenderás a qué me refiero, cuando el momento sea el adecuado. Pero ahora... debes volver. Tu Luna te espera. Su corazón clama por el tuyo."

La luz comenzó a intensificarse, una fuerza suave pero persistente me impulsaba hacia adelante. Sentía el tirón de su amor, un lazo invisible pero irrompible que me llamaba de vuelta a la vida.

Abrí los ojos.

La luz tenue de una habitación desconocida me cegó por un instante. Parpadeé varias veces, tratando de enfocar mi visión nublada. Y allí estaba ella. Sentada al borde de la cama, su rostro hermoso pero marcado por la preocupación y el agotamiento, sus ojos plateados fijos en mí con una intensidad que me atravesó el alma.

"Arick..." Su voz era un susurro tembloroso, cargado de un alivio palpable que casi podía tocar.

Un gemido escapó de mis labios mientras intentaba moverme, sintiendo cada músculo de mi cuerpo protestar con un dolor sordo. Ella se inclinó sobre mí de inmediato, sus manos suaves y temblorosas acariciando mi rostro con una delicadeza infinita. Nos abrazamos con una fuerza desesperada, aferrándonos el uno al otro como si temiéramos que el mundo volviera a separarnos. Su olor, el calor de su cuerpo contra el mío, era el ancla que me devolvía a la realidad, la prueba tangible de que había regresado de la oscuridad.

Cuando finalmente nos separamos, sus ojos recorrieron cada centímetro de mi rostro, buscando ansiosamente señales de mi bienestar. "¿Estuviste inconsciente por cuatro días," susurró, su voz apenas audible, sus dedos trazando suavemente la cicatriz en mi mejilla como si intentara borrar el dolor que había sufrido. "Creí... creí que te perdería."

"Estoy aquí, mi Luna," respondí, mi voz aún áspera y débil, pero cada palabra cargada de un amor inquebrantable. "Estoy aquí contigo."

Ella me contó todo, su voz entrecortada por la emoción y el cansancio acumulado. La batalla en la manada de Kaelen, la valentía de su familia y Lycus, la furia protectora de Tea. Me habló de la incertidumbre en nuestra manada, el miedo y la confusión que los habían mantenido ocultos, esperando desesperadamente noticias de su Alfa. La traición de Kaelen había dejado una herida profunda, pero la lealtad de mi pueblo permanecía intacta. Ahora, esperaban mi regreso, mi liderazgo para guiarlos hacia el futuro.

"También," continuó Luna, una suavidad especial invadiendo su voz, sus ojos brillando con una alegría tenue, "Rob... Mi hermano encontró a su mate aquí, Arick. Su nombre es Camile, una beta maravillosa, una amiga muy cercana de Lycus. Parece tan feliz..." Una pequeña sonrisa iluminó su rostro, y mi corazón se alegró por mi amigo.

Con su ayuda, me levanté de la cama, sintiendo mi cuerpo dolorido y débil, pero mi espíritu fortalecido por su cercanía. Pasamos por la manada de Lycus, agradeciéndoles su invaluable ayuda y compartiendo la alegría de Rob y Camile. La calidez y la hospitalidad de su gente nos reconfortaron profundamente.




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