El beso de la Luna

Extra

Los años habían tejido una hermosa tapestry en nuestras vidas. Luna, mi Luna, era ahora una doctora renombrada en el hospital de la manada, su sabiduría y compasión sanando tanto cuerpos como corazones. Y la Diosa Luna, fiel a su promesa, nos había bendecido con un regalo doble: Cristal y Onice, nuestras gemelas de seis años. Eran la viva imagen de su madre, con sus ojos plateados penetrantes y una inteligencia precoz, aunque Cristal lucía una melena negra como la noche estrellada y Onice, un cabello rubio como la nieve recién caída. Eran mi delirio, mis pequeñas reinas, capaces de derretir mi corazón con una sola mirada de sus ojitos de gato. Decirles que no era una batalla perdida antes de comenzar.

Luna, en cambio, era la firmeza personificada, la encargada de establecer los límites y repartir los castigos cuando sus travesura se salían de control.

Y ahora, mi maravillosa Luna llevaba en su vientre nuestro tercer hijo, un varón, según nos había revelado la doctora de la manada hace unas semanas. Parecía que la Diosa Luna disfrutaba viéndola florecer con cada embarazo.

Nuestras pequeñas también habían heredado dones especiales, al igual que su madre. Omice tenía la capacidad de manipular la luz, creando ilusiones deslumbrantes y pequeños rayos brillantes que danzaban a su alrededor. Cristal, por otro lado, poseía una afinidad asombrosa con las sombras, pudiendo fundirse con ellas y moverse sin ser vista, un talento que utilizaban con frecuencia para sus juegos de escondite y, debo admitir, para evitar los castigos de su madre. Aún estábamos aprendiendo a guiarlas en el uso de sus poderes, asegurándonos de que los canalizaran de manera segura y responsable.

En ese preciso momento, me encontraba buscándolas. Habían pintado con acuarelas todo el pelaje de Argos, nuestro viejo lobo guardián, de rayas arcoíris, y sabían que un sermón de mamá era inminente. Sospechaba que su escondite favorito era mi despacho, un santuario que, en su lógica infantil, las protegería de la justicia materna.

Abrí la puerta y allí estaban, acurrucadas detrás de mi gran escritorio de madera, sus ojos plateados brillando con una mezcla de travesura y súplica. Argos, con su nuevo y colorido pelaje, yacía a sus pies, moviendo la cola inocentemente.

"Mis pequeñas bribonas," dije, intentando mantener una fachada seria que se desmoronó ante sus sonrisas angelicales. "Saben que lo que hicieron no estuvo bien."

"Pero papá," comenzó Cristal, sus ojos llenándose de lágrimas falsas. "Solo queríamos que Argos estuviera más... ¡Divertido!"

"Sí," añadió Onice, abrazando una de mis piernas. "Y él se ve muy feliz." Argos, como si entendiera, dejó escapar un pequeño gemido lastimero.

Justo en ese momento, la puerta se abrió de golpe y Luna entró, su rostro hermoso pero con una nube de exasperación.

"Arick," dijo, su tono firme pero con un deje de cansancio. "Tienes que ser fuerte con ellas. Desde que sonríen, consiguen lo que quieren. ¡Argos parece un unicornio psicodélico! Necesitan límites, cariño. Y tenemos que darnos prisa, vamos a llegar tarde al cumpleaños de Liam."

Liam, el hijo mayor de Rob y Camile, ya tenía cuatro años, y su fiesta de cumpleaños era un evento importante para toda la manada. Aurora y Rhysand también estarían allí con su pequeña Rose , una niña aún más entusiasta y parlanchina que su madre, si eso era posible.

Me agaché, tomando las pequeñas manos de mis hijas entre las mías. "Su madre tiene razón, mis amores. Lo que hicieron no estuvo bien. Argos es parte de la familia y no es un juguete."

Cristal y Onice se miraron, sus labios inferiores temblaban ligeramente. "Lo sentimos, papá y mamá," dijeron al unísono, sus voces llenas de arrepentimiento.

"Lo sé, mis pequeñas," suspiré, sintiendo mi resolución flaquear ante sus caritas de ángel. "Pero habrá una pequeña consecuencia. Nada de postre después de la cena."

Sus ojos se abrieron con horror. "¡Pero papá!" protestaron al unísono.

Luna me miró con una ceja alzada, una advertencia silenciosa en sus ojos.

"Está bien, está bien," cedí, suspirando derrotado. "Sin postre... hoy. Pero mañana haremos sus galletas favoritas."

Mis hijas se abrazaron a mí, susurrando agradecimientos. Luna negó con la cabeza, una pequeña sonrisa curvando sus labios.

"Eres incorregible," dijo, acercándose para besarme suavemente. "Pero así te amo."

Mientras salíamos de mi despacho, con mis pequeñas agarrando mis manos y Argos trotando alegremente a nuestro lado con su nuevo y colorido pelaje, pensé en lo afortunado que era. Tenía una esposa increíble, inteligente, fuerte y hermosa, tres hijos maravillosos (pronto cuatro), y una familia y amigos que llenaban mi vida de alegría. Incluso mis suegros, que ahora vivían en la manada de Ethan para estar cerca de sus nietos, eran una bendición.

En ese momento, mientras subíamos al coche para ir a la fiesta de Liam, Luna tomó mi mano y la apretó suavemente.

"Gracias, Arick," susurró, sus ojos llenos de amor. "Por ser el padre y el esposo más maravilloso que jamás podría haber soñado."

Sonreí, besando su mano. "El agradecimiento es mío, mi Luna. Tú y nuestros hijos son mi todo. Y esa pequeña travesura de arcoíris en Argos... bueno, al menos hizo reír a las niñas."
Luna negó con la cabeza, riendo suavemente. "Eres imposible."

"Pero soy tuyo," respondí, robándole un beso rápido.

Mientras nos dirigíamos a la celebración, con el sol brillando y la promesa de risas y alegría por delante, supe que la Diosa Luna no se había equivocado. Me había puesto en el camino de una mujer extraordinaria, y juntos habíamos construido una vida llena de amor, desafíos y una felicidad que superaba cualquier sueño que jamás hubiera tenido. Este era mi final feliz, rodeado del amor de mi familia, la mejor aventura de todas.




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