La llegada de Belial
El chirrido de la puerta fue un desgarrón en el aire. Belial entró con la soberbia de un rey que nunca había perdido. Su sombra llenó la celda, y las cadenas que lo rodeaban reptaban como bestias ansiosas.
Asmodeo, aún de rodillas junto a Uriel, cerró de golpe sus manos. El resplandor azul se extinguió como si nunca hubiera existido. Uriel, entendiendo de inmediato, se dejó caer contra el poste, jadeando como si aún estuviera agonizando.
La actuación era perfecta: el ángel encadenado parecía débil, roto, inútil. Belial sonrió, complacido.
—Veo que mi trofeo aún respira. Perfecto. No me gustan los ángeles que se quiebran demasiado rápido.
Clavó los ojos en Asmodeo.
—Y tú, hermano… ¿qué haces aquí?
Asmodeo inclinó la cabeza, adoptando la máscara cruel que tan bien sabía usar.
—Solo vine a contemplar tu triunfo, Belial. Admito que hay belleza en ver cómo incluso la luz más pura termina ensuciándose en tus cadenas.
Belial lo observó en silencio, como una bestia evaluando a otra. Luego sonrió, pero su voz cargaba un filo.
—Disfruta lo que ves, entonces… pero aléjate. Este ángel es mío. Mi mayor trofeo.
Se inclinó sobre Uriel, rozando su rostro con una cadena como si fuera un amante.
—Si quieres un ángel, ve y caza el tuyo. Pero no toques lo que ya me pertenece.
Asmodeo apretó los puños detrás de la espalda. El instinto lo llamaba a arrancar la vida de Belial allí mismo. Pero sabía que no podía. No aún.
—Como desees —respondió, fingiendo indiferencia— Este no me interesa más que como espectáculo.
Se giró y caminó hacia la salida, dejando que la sombra lo envolviera. Pero cuando la puerta se cerró tras él, no se marchó. Se ocultó en las tinieblas del pasillo, fundiéndose con ellas, dispuesto a ser testigo de lo que ocurriría.
La posesión de Belial
Belial se volvió hacia Uriel, y su sonrisa se ensanchó.
—¿Ves, ángel? Incluso tus hermanos me temen. Incluso Asmodeo sabe que no puede desafiarme.
Uriel alzó la mirada, dorada y desafiante.
—Él no te teme. Solo espera.
La burla en el rostro de Belial se quebró un instante. Una chispa de furia brilló en sus ojos. Las cadenas se apretaron contra el cuerpo de Uriel, desgarrando su piel. El ángel contuvo un grito, mordiendo su labio hasta sangrar.
—No volverás a hablarme de él —gruñó Belial— Aquí solo existes para recordarme mi gloria.
Las cadenas se enroscaron en sus alas, jalándolas con violencia. El crujido de huesos llenó la celda, y esta vez Uriel gritó, un sonido que desgarró el aire.
Asmodeo, oculto en las sombras, cerró los ojos. Cada fibra de su ser lo impulsaba a entrar y arrancar las cadenas, pero sabía que sería su final y el de Uriel. Debía resistir. Debía esperar. Belial reía mientras aumentaba la presión, disfrutando del espectáculo.
—Eres hermoso cuando sufres. Esa es tu verdadera función: adornar mi triunfo con tu dolor.
La traición de Sariel
En medio de la agonía, Uriel recordó otra voz. La de Sariel.
El Cielo no es lo que crees.
Durante siglos había confiado en él. Lo había amado como a un hermano. Habían luchado juntos, habían compartido plegarias, risas y batallas. Y sin embargo, en el momento decisivo, Sariel lo había traicionado.
¿Por qué?
La respuesta llegó a través de Belial, quien hablaba como si supiera lo que Uriel pensaba.
—¿Quieres saber por qué tu dulce Sariel me entregó tu espalda? Porque el Cielo nunca lo valoró como a ti. Porque mientras tú recibías alabanzas, él recibía sombras. Yo le ofrecí lo que ustedes nunca le dieron: un lugar donde ser más que tu sombra.
Uriel tembló. No solo de dolor, sino de la amarga verdad que había en esas palabras. Había ignorado la envidia de Sariel, había confiado ciegamente en que la hermandad era suficiente. Y esa ceguera había sido su perdición.
—No… —murmuró— Él tenía elección. Pudo resistir.
Belial rió, aumentando la presión de las cadenas sobre sus alas hasta que un chorro de sangre tiñó el suelo.
—Y eligió entregarte. Porque la traición es el lenguaje más sincero del alma.
El tormento oculto
Asmodeo observaba en silencio, sus uñas clavadas en las palmas. Cada grito de Uriel era un cuchillo en su pecho. El amor que había jurado ignorar ardía más fuerte con cada segundo.
Si vuelves a sanar sus heridas, lo descubrirán
Se advirtió a sí mismo. Pero ya sabía la verdad: lo haría de nuevo, sin importar el precio. Belial, satisfecho, finalmente aflojó las cadenas. Uriel colgó del poste, jadeando, su cuerpo manchado de sangre pero su mirada aún intacta.
El príncipe del Abismo lo contempló con orgullo.
—Eres mío, Uriel. Y algún día, incluso esa luz en tus ojos se apagará.
Se giró y salió de la celda, sus cadenas serpenteando tras él. La puerta se cerró con un estruendo, dejando al ángel solo otra vez.
Cuando el silencio volvió, Asmodeo emergió de las sombras, con los ojos celestes brillando con una intensidad peligrosa.
El juramento secreto
Se acercó a Uriel, temblando, y lo sostuvo entre sus brazos.
—Perdóname… —susurró, acariciando sus alas heridas— Pronto, te juro que no volverá a tocarte.
Uriel, casi inconsciente, abrió los ojos y sonrió débilmente.
—Sabía… que no te habías ido.
Las manos de Asmodeo volvieron a arder con el resplandor azul, y una vez más, el poder de sanación brotó solo para él. Pero esta vez, no era solo luz. Era también un juramento.