El Beso Del Abismo

El Traidor en las Sombras

El encuentro prohibido

El Abismo dormía bajo un silencio extraño. Las legiones se replegaban en sus fosos, y los siete príncipes se dispersaban tras la humillación pública de Uriel. Fue entonces cuando Asmodeo se separó de todos, siguiendo el rastro de un perfume conocido: el de Sariel.

El ángel traidor vagaba por los corredores de obsidiana, con el rostro oculto bajo una capucha negra. Sus alas, antaño blancas, ahora estaban impregnadas de un gris ceniciento, como si la traición las hubiera manchado de forma irreversible. Asmodeo emergió de las sombras, sus ojos celestes encendidos con un fulgor helado.

—Así que fuiste tú.

Sariel se tensó. No esperaba encontrarse cara a cara con el príncipe del Abismo.

—No tienes pruebas —murmuró, pero su voz traicionó un temblor.

Asmodeo sonrió con crueldad.

—No necesito pruebas. Puedo oler la traición en ti. Puedo verla en la manera en que no puedes sostenerme la mirada.

El juego cruel de Asmodeo

Asmodeo caminó en círculos alrededor de él, como un depredador.

—Me pregunto… ¿qué se siente clavar un cuchillo en la espalda de quien te llamó hermano? ¿Qué se siente al ver la luz de Uriel apagarse poco a poco… sabiendo que fue por tu mano?

Sariel apretó los puños, pero no respondió. Asmodeo lo tomó por el cuello y lo estrelló contra la pared. El estruendo resonó por el pasillo.

—¡Respóndeme! —rugió, y sus ojos celestes ardieron como brasas.

Sariel lo escupió, jadeando.

—El Cielo nunca me vio. Solo lo vieron a él. Uriel era el perfecto, el fuerte, el amado. Yo siempre fui su sombra. Belial me prometió que, si lo entregaba, me daría lo que el Cielo me negó: poder, reconocimiento… ¡un lugar donde ser más que un simple reflejo!

Asmodeo apretó más, pero no con furia ciega: con un goce cruel.

—Entonces eres más patético de lo que imaginaba. Ni siquiera vendiste tu lealtad por odio verdadero… lo hiciste por envidia.

La máscara y la verdad

Sariel luchaba por respirar.

—¿Y tú qué sabes de sombras, Asmodeo? —escupió entre jadeos— Tú eras un príncipe entre los ángeles, brillante, venerado. Cuando caíste, al menos seguiste siendo poderoso. ¡Yo no!

Asmodeo lo soltó bruscamente, y Sariel cayó al suelo, tosiendo. El príncipe lo miró con desdén.

—Te equivocas, Sariel. Yo también sé lo que es perderlo todo. Y si algo me diferencia de ti es que yo encontré una razón para volver a alzarme.

Sariel lo miró con confusión.

—¿Qué… razón?

Los labios de Asmodeo se curvaron en una sonrisa oscura.

—Eso no te lo diré. Pero créeme: si vuelves a tocar a Uriel, no quedará de ti ni el recuerdo.

La amenaza no era fingida. Era la primera vez que Asmodeo hablaba con una sinceridad desnuda.

El dolor de la revelación

Sariel rió, con amargura.

—Entonces es cierto… estás cayendo por él. El príncipe del deseo, atrapado por el brillo de un ángel. Qué ironía deliciosa.

Asmodeo no lo negó. Simplemente se inclinó, y con voz venenosa murmuró:

—¿Quieres saber la diferencia entre tú y yo? Tú entregaste a Uriel por ambición. Yo destruiría todo este reino si eso significara salvarlo.

Sariel enmudeció. El fuego en los ojos celestes de Asmodeo era demasiado real, demasiado peligroso. Asmodeo se apartó, dejándolo tirado en el suelo, humillado.

—Reza, porque Belial nunca descubra tu debilidad. Porque si lo hace, yo seré el primero en arrancarte las alas.

Con esas palabras se desvaneció en las sombras, dejando a Sariel temblando. Pero mientras Asmodeo se alejaba, una idea más oscura empezó a crecer en su mente: usar la traición de Sariel para su propio plan. Si había alguien que conocía las grietas en la estrategia de Belial, era él.

Y en ese pensamiento, Asmodeo encontró la chispa de su desesperado plan de rebelión.




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