El Beso Del Abismo

Entre Duda y Redención

El despertar en la cueva

La cueva respiraba en silencio, como si la montaña misma intentara curar a quienes se habían refugiado en su interior. Uriel y Asmodeo descansaban uno junto al otro; las alas rosadas y azules se entrelazaban en un resplandor tenue que parecía imposible en un rincón de tanta oscuridad.

Asmodeo, todavía con el cuerpo marcado por la batalla contra Sariel y los demonios, se incorporó con un gemido suave.

—Creí que no saldríamos vivos esta vez.

Uriel lo observó con sus ojos dorados, cansados pero firmes.

—No salimos vivos… salimos unidos. Y eso nos hizo invencibles.

Asmodeo bajó la mirada. Esa palabra, unidos, resonaba en lo más profundo de su ser, en un lugar que había olvidado existía.

—Uriel… cuando peleabas contra él, cuando lo mirabas… casi parecía que aún lo amabas.

Uriel guardó silencio unos instantes. Sus labios se curvaron en una sonrisa triste.

—Lo amé una vez. Como a un hermano. Y esa herida jamás cicatrizará del todo. Pero ahora… —alzó la mano y rozó el rostro de Asmodeo— ahora sé que mi amor pertenece a quien eligió quedarse conmigo, aunque todo el universo lo condene.

Asmodeo cerró los ojos, dejando que ese toque lo atravesara. Sus alas azules destellaron suavemente, y una pluma cayó, luminosa, desintegrándose antes de tocar el suelo.

El peso de la traición

A lo lejos, más allá de la montaña y de su refugio, Sariel atravesaba portales invisibles de regreso al Cielo. La daga de su traición pesaba en su pecho como plomo. Había mentido a Miguel, había disfrazado la verdad.

Pero lo que lo atormentaba no era la mentira. Era la duda.

La mirada de Uriel, esa última frase, Todavía eres salvable, lo perseguía como un eco interminable. Cada paso que daba lo alejaba de la posibilidad de redención, y sin embargo… esa palabra lo mantenía despierto.

El descenso de Miguel

En el Cielo, Miguel desplegó sus alas con la decisión de un relámpago. Su espada ardía, y la luz que lo rodeaba se curvaba como si temiera ser consumida. Ningún coro osó detenerlo; ni Rafael ni Gabriel lo acompañaron. Miguel había elegido descender solo.

Cruzó el velo y entró al mundo humano. El aire se quebró a su alrededor, la ciudad durmiente bajo las montañas se estremeció en sueños. Miguel cerró los ojos, concentrándose en el eco de la luz.

Y lo sintió. La vibración de Uriel. La pulsación de algo que no era ni Cielo ni Abismo, sino un acorde nuevo: el entrelazamiento de rosa y azul. Sus ojos se abrieron con asombro y con sospecha.

La conversación rota

De vuelta en la cueva, Uriel y Asmodeo compartían un silencio que era casi íntimo, casi sagrado. Pero de pronto, ambos sintieron un escalofrío recorrerlos. Uriel fue el primero en hablar.

—Lo sientes… ¿verdad?

Asmodeo asintió lentamente.

—Sí. Es diferente. No es Belial… es alguien más.

Un rayo cruzó el cielo afuera de la montaña. El poder era tan intenso que la tierra tembló, y las piedras de la cueva se estremecieron. Uriel se levantó de inmediato, sus alas extendiéndose en un resplandor que iluminó la caverna.

—Es Miguel.

Asmodeo apretó los dientes.

—Tu hermano de guerra. El que no acepta medias tintas.

Uriel lo miró con gravedad.

—Si nos encuentra, no sabrá qué pensar. Y temo que lo primero será atacarte.

Asmodeo esbozó una sonrisa amarga.

—Entonces tendré que demostrarle que no soy su enemigo… aunque me parta en dos.

Uriel apretó su mano con fuerza.

—No dejaré que te toque.

La llegada del Guerrero

Miguel descendió sobre la montaña como un meteoro de luz. Las rocas se partieron, los árboles ardieron por un instante antes de volver a crecer, como si la misma tierra se inclinara ante él.

—Uriel —su voz tronó como un trueno— ¡Sal!

Uriel dio un paso fuera de la cueva, sus alas desplegadas. La luz rosada se encontró con el fuego azul del cielo que descendía con Miguel. El choque fue tan intenso que la noche se volvió día.

—Hermano —dijo Uriel, intentando calmarlo.

Miguel lo miró con furia y con dolor.

—¿Qué has hecho? Tu luz vibra extraña… y a tu lado… —sus ojos se clavaron en la figura que salía detrás de Uriel— ¡Un príncipe caído!

Asmodeo lo sostuvo con la mirada. No habló. Solo extendió lentamente sus alas azules, mostrando que no se ocultaba.

—No soy tu enemigo —dijo con voz firme.

—¡Eres el Abismo! —rugió Miguel, alzando la espada.

El dilema

Uriel se interpuso, sus alas abiertas como un muro.

—Si quieres golpearlo, tendrás que pasar por mí.

Miguel se detuvo un instante, sorprendido. Jamás había visto a Uriel ponerse así frente a un enemigo. Jamás contra un príncipe del Abismo.

—¿Lo defiendes? —preguntó, incrédulo.

—Lo elijo —respondió Uriel sin dudar.

La espada de Miguel tembló. El viento alrededor rugió, los cielos se partieron. La lealtad y la duda lo desgarraban. Asmodeo lo miraba fijo, sin miedo. Sus alas azules destellaban como océano bajo la luna.

—Si quieres probarme, hazlo. Pero no lo culpes a él.

La sospecha

En lo alto del Cielo, mientras Miguel enfrentaba a los dos en la montaña, Rafael y Gabriel observaban el aura de Sariel. Rafael fue el primero en hablar.

—Lo notas… ¿verdad?

Gabriel asintió lentamente.

—Su luz cambió.

Sariel los escuchó, pero no giró el rostro. Permaneció rígido, como si nada lo tocara.

—¿Qué viste allá abajo? —preguntó Rafael, sus ojos penetrantes clavados en él.

—Lo que todos temíamos —respondió Sariel con calma artificial— Uriel ha sido corrompido.

Pero Gabriel frunció el ceño.

—Tu aura vibra distinto, Sariel. Y solo tú estuviste allí.

El silencio pesó más que cualquier grito.




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