El Beso Del Abismo

Sombras en el Santuario

El eco roto

La chispa que Uriel, Asmodeo y Miguel habían tejido con sus plumas vibraba aún en el aire, suspendida entre ellos, cuando un grito desgarró la cúpula. No era un rugido demoníaco ni un canto angelical; era algo intermedio, una nota quebrada que sonaba como fe desangrada.

El aire tembló, y en el borde del refugio apareció una figura que no debía estar allí. Sariel. Su silueta emergió con alas todavía doradas, pero manchadas por un resplandor cenizo que se extendía como venas muertas. En su mano, un sello abierto del Abismo ardía como hierro candente.

—Los traicioné una vez —dijo, su voz temblando entre rabia y culpa— y ahora no hay vuelta atrás.

Miguel dio un paso adelante, con la espada en la mano.

—Sariel… ¿qué has hecho?

—Lo que ustedes no tuvieron el valor de hacer —respondió, con los ojos encendidos en lágrimas— Yo abrí el paso. Yo permití que el Abismo tomara a Uriel. Y ahora… abriré esta cúpula hasta que el mismo Belial entre.

El dilema de Miguel

Miguel apretó la mandíbula. El peso de siglos de batallas contra traidores y caídos lo obligaba a alzar la espada y cortar el problema de raíz. Pero había algo distinto en los ojos de Sariel: no eran solo odio, eran herida.

—Lo seguiste —dijo Miguel, con voz grave— Lo admirabas. Siempre quisiste estar a su sombra, y cuando la sombra no fue suficiente, buscaste destruir la luz.

Sariel lo miró con amargura.

—¿Y qué sabes tú, Miguel, que fuiste siempre el elegido, el general perfecto? Yo fui la segunda voz, el eco detrás de Uriel. Nunca miraron mis himnos, nunca escucharon mis súplicas. Belial… me escuchó.

Uriel retrocedió un paso, como si las palabras fueran más cortantes que las cadenas negras que lo habían aprisionado.

—Hermano… no fue el Cielo quien te abandonó. Fuiste tú quien nunca aceptó que eras amado como eras.

Las palabras dolieron. Sariel rugió y golpeó con el sello contra la cúpula. Un resquicio se abrió, y de él comenzaron a brotar sombras deformes. Los heraldos menores de Belial.

El combate en el refugio

Uriel y Asmodeo reaccionaron al unísono. Sus alas rosadas y azules se desplegaron, creando un escudo doble que protegió la chispa suspendida en medio de la cueva. Miguel lanzó un tajo de fuego puro que hizo retroceder a tres demonios de inmediato, pero más surgían del resquicio. Asmodeo apretó la mandíbula.

—Está llamándolos con su sangre. No pararán mientras él esté de pie.

Uriel, jadeante, respondió:

—No lo mates… no aún. Si lo hacemos, Belial gana para siempre.

Miguel gruñó. Sus instintos de guerrero exigían cortar la amenaza, pero la súplica de Uriel lo hizo vacilar. Las sombras avanzaron. El refugio tembló como si la montaña estuviera viva y a punto de derrumbarse.

Sariel contra Uriel

En medio del caos, Sariel se lanzó directo contra Uriel. No buscaba matarlo; buscaba romper su fe. Con un golpe de ala ennegrecida lo derribó contra la pared de la cueva.

—¡Tú me hiciste esto! —gritó, sujetando su cuello— ¡Si no hubieras brillado tanto, yo nunca habría caído!

Uriel lo miró a los ojos, incluso bajo el dolor, incluso con el aire escapándole.

—No es mi luz lo que te hirió, Sariel. Fue tu decisión de apagar la tuya.

La rabia de Sariel se quebró un instante. Una lágrima escapó de sus ojos. Pero enseguida, un tentáculo oscuro surgió de la fisura y lo envolvió, reforzando su odio. El Abismo lo reclamaba.

Asmodeo rugió, apartando demonios a golpes de fuego azul.

—¡Miguel! ¡Decídete ya!

La elección

El aire estaba a punto de estallar. El resquicio abierto por Sariel crecía segundo a segundo. Si se abría del todo, el mismo Belial podría descender en persona. Miguel levantó la espada, apuntando directo al traidor. El resplandor llenó la cueva. Uriel gritó:

—¡No!

El filo se detuvo a un palmo de Sariel. Miguel temblaba, sus ojos ardiendo con furia y duda.

—Si lo corto, salvamos esta cúpula —dijo con voz rota— Pero perdemos lo que queda de él.

Sariel lo miraba, atrapado entre las sombras y la propia culpa. Sus labios temblaron.

—Hazlo. Acaba con esto.

Uriel extendió su mano hacia él, aun encadenado por la pared de roca donde había sido lanzado.

—No… ven conmigo. Aún puedes volver.

Asmodeo se colocó frente al resquicio, conteniendo con su poder de sanación lo que debía ser una batalla imposible. Sus alas azules ardían de esfuerzo, y cada pluma que caía se convertía en luz líquida sobre el suelo. La cueva estaba a punto de quebrarse.

Miguel sostiene la espada sobre Sariel, atrapado en la decisión más difícil de su existencia: redimir o condenar. Uriel, débil, aún ofrece su mano al traidor, mientras Asmodeo se consume conteniendo el portal con un poder que podría matarlo si continúa.bY en las profundidades del Abismo, Belial sonríe, sabiendo que cualquiera de las dos decisiones podría jugar a su favor.

¿Se atreverá Miguel a escuchar a Uriel y darle a Sariel una segunda oportunidad, o su espada caerá sellando para siempre el destino del traidor?




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