La recuperación en los brazos del amor
El refugio celestial respiraba calma. El río de luz líquida fluía con murmullos cristalinos, y las montañas blancas que lo rodeaban parecían custodios eternos. Allí, donde ninguna sombra podía penetrar, Uriel descansaba en los brazos de Asmodeo.
Su cuerpo, que había estado roto, débil y marcado por el dolor, ahora brillaba con destellos de vida. Cada caricia de las manos de Asmodeo era un bálsamo, cada roce de sus labios en la piel de Uriel encendía una chispa que restauraba la energía perdida.
Asmodeo lo contemplaba como si lo viera por primera vez, su mirada celeste impregnada de asombro.
—Eres luz… y yo pensé que nunca volvería a tocar algo tan puro —susurró, dejando que sus dedos recorrieran suavemente las alas rosadas, que poco a poco recuperaban su resplandor.
Uriel lo miró con dulzura y fuego al mismo tiempo.
—Tú eres quien me devolvió esto. Yo no estaría de pie si no fuera por ti.
Los labios de Uriel buscaron los de Asmodeo, y el beso que compartieron no fue uno de desesperación como antes, sino de plenitud. Era un juramento silencioso, un te elijo, un ya no importa nada más.
El despertar del poder
Asmodeo lo estrechó contra su pecho, y entonces lo sintió. Una corriente de energía azulada brotó de lo más profundo de su ser, fluyendo hacia Uriel sin resistencia, sin temor. Su poder de sanación ese don perdido cuando cayó al Abismo ahora ardía como un sol dentro de él.
Cada segundo que lo mantenía en sus brazos, cada latido que compartía con Uriel, fortalecía esa chispa. Lo que había sido un resplandor tímido se volvió un torrente incontenible.
Uriel, envuelto en esa luz, abrió sus alas rosadas completamente desplegadas. Su esplendor era tal que iluminaba todo el refugio como un amanecer. La pureza de su esencia celestial regresaba intacta: la fuerza, la gracia, la majestuosidad de un arcángel que había resistido el infierno y renacido.
Asmodeo lo contempló con lágrimas contenidas, porque en lo profundo sabía que Uriel no era solo un ángel rescatado: era un símbolo de que incluso él, un príncipe del Abismo, podía volver a soñar con la redención.
Escenas de amor y entrega
La noche en el refugio era serena, aunque sin oscuridad, pues allí todo estaba bañado por la claridad eterna. Uriel y Asmodeo se tendieron en la hierba luminosa, cubiertos por las alas de ambos. Uriel acarició el rostro de Asmodeo, su mirada dorada brillando con intensidad.
—Tus alas ya no son negras —dijo en un susurro—. El azul de ellas refleja tu corazón.
Asmodeo sonrió con cierta incredulidad, girando la cabeza hacia atrás para verlas: efectivamente, sus alas, antes marcadas por la oscuridad, ahora brillaban en un tono azul profundo con reflejos celestes, vibrando con cada respiración de Uriel.
—No lo entiendo —confesó Asmodeo—. Caí hace tanto tiempo que olvidé cómo se sentía la luz. Pero contigo… contigo mi esencia responde.
Uriel lo abrazó con fuerza, pegando su frente a la de él.
—No intentes entenderlo. Solo vívelo. Porque mientras tu amor exista, esa luz no volverá a apagarse.
Se besaron de nuevo, más largo, más ardiente, como si el universo se redujera a ese instante. Uriel se aferraba a Asmodeo como quien se aferra a la vida misma, y Asmodeo lo sostenía como quien protege un tesoro imposible.
El renacer de Uriel
El amanecer en el refugio marcó un antes y un después. Uriel, de pie, con las alas extendidas, proyectaba una majestuosidad semejante a Miguel y Gabriel en sus mejores días. El esplendor de sus alas rosadas alcanzó tal intensidad que el río de luz reflejaba su brillo como espejos divinos.
—He vuelto a ser quien era… —murmuró Uriel, con una mezcla de orgullo y alivio.
Asmodeo, de pie detrás de él, rodeó su cintura con los brazos y apoyó el mentón en su hombro.
—No… eres más de lo que eras. Ahora eres mío también.
Uriel rió suavemente, un sonido cristalino que hacía vibrar el aire.
—Sí. Y yo soy tuyo.
Ambos cerraron los ojos, dejándose llevar por la certeza de que, pese a todo lo que venía, juntos eran invencibles. Pero fuera del refugio, el mundo ardía en caos. Sariel planeaba su regreso, Lucifer acechaba, y en el Cielo, los ecos del juicio aún vibraban como advertencias.
Y mientras Uriel desplegaba sus alas con renovada fuerza y Asmodeo sentía su luz fortalecerse más con cada instante a su lado, un presagio los atravesó:
La batalla más cruel aún no había comenzado.
Abismo se preparaba para quebrar la Tierra. ¿Podrá el amor entre Uriel y Asmodeo resistir el peso de una guerra que amenaza con destruir no solo el Cielo y el Infierno, sino también el corazón mismo de la humanidad?
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Editado: 18.10.2025