El Beso Del Abismo

La Noche de los Susurros Negros

El preludio del caos

El amanecer en la universidad había sido sereno. El aire olía a café recién hecho, los árboles del jardín central se mecían suavemente bajo la brisa de otoño, y los estudiantes caminaban entre risas, libros y conversaciones distraídas.

Nadie imaginaba que ese día quedaría grabado en la historia como la noche en que el cielo tembló sobre la tierra.

Asmodeo y Uriel caminaban por el pasillo principal del edificio de ciencias sociales.
Uriel sostenía una carpeta de hojas en la mano, fingiendo ser un estudiante aplicado, aunque su aura celestial se filtraba suavemente a través de cada gesto, cada sonrisa.

Asmodeo, con su porte sereno y atractivo, cargaba una taza de café y observaba los rostros a su alrededor con esa mezcla de curiosidad y desconfianza propia de un guerrero que nunca baja la guardia.

—Parecen tan… tranquilos —murmuró Uriel, mirando por la ventana hacia el jardín —
No saben que el mal puede ocultarse incluso en el sonido de una campana.

Asmodeo esbozó una media sonrisa.

—Eso es lo que los hace tan valiosos, amor. Su inocencia es su mayor fuerza.

Uriel lo miró con dulzura, pero antes de que pudiera responder, un escalofrío recorrió el aire. El sonido de la campana que anunciaba el cambio de hora se distorsionó, como si una voz invisible la atravesara. El murmullo de los estudiantes se transformó en un silencio espeso. Y entonces, la oscuridad se derramó por los pasillos.

El primer rugido

Las luces parpadearon. Una ráfaga de viento helado atravesó el edificio. Los ventanales estallaron en mil fragmentos y de la nada surgieron sombras vivas, cuerpos retorcidos que se arrastraban por el suelo dejando un rastro de fuego negro.

Los estudiantes comenzaron a gritar.
Algunos corrieron, otros quedaron paralizados, otros simplemente cayeron desmayados. Uriel sintió el golpe de energía demoníaca y su instinto se activó al instante.

—¡Asmodeo!

El príncipe del abismo ya se movía. Con un gesto de su mano, una ráfaga invisible detuvo a la criatura que se abalanzaba sobre un grupo de jóvenes, lanzándola contra una columna.

—¡No uses demasiada energía! —advirtió Uriel— Nos descubrirán.

—Si los descubren muertos, no importará —gruñó Asmodeo, su voz cargada de poder contenido.

De los pasillos comenzaron a surgir más entidades: deformes, aladas, algunas con rostros humanos distorsionados, otras completamente irreconocibles. Eran criaturas del Abismo, los heraldos de Erelim.

Uriel extendió su mano discretamente y un resplandor rosado emergió de su palma, imperceptible para los humanos. Una barrera de luz envolvió a los estudiantes cercanos, desviando los ataques demoníacos.

—¡Salgan de aquí! —gritó, su voz cargada de autoridad celestial, aunque disfrazada en tono humano.

Los jóvenes corrieron, tropezando, mientras las paredes temblaban y las sombras rugían.

Los pasillos del infierno

El caos era total. Los gritos se mezclaban con el rugido de los demonios, los vidrios rotos y el estallido de luces. En el laboratorio, un grupo de criaturas se deslizaba por las paredes, dejando marcas ardientes.

Uriel y Asmodeo se movían con precisión: dos cuerpos danzando entre la destrucción.
Él, con su velocidad divina, esquivaba los ataques y liberaba a los humanos atrapados.
Asmodeo, con fuerza sobrehumana, derribaba demonios con simples movimientos de sus brazos, transformando su energía oscura en poder puro para proteger a los inocentes.

Uno de los demonios, de cuerpo reptiliano y rostro cubierto de bocas, se abalanzó sobre un estudiante. Uriel levantó la mano, y una lanza de luz rosada atravesó el aire, impactando en el pecho de la criatura que se disolvió en polvo negro.

El ángel jadeó. Aún no podía usar todo su poder sin riesgo de revelar su verdadera forma. Cada ataque era una balanza entre la eficacia y el peligro.

Asmodeo lo notó y lo cubrió con su cuerpo cuando otra criatura intentó embestirlos.
El impacto los lanzó contra la pared. Uriel sintió el pecho de Asmodeo vibrar contra el suyo.

—¿Estás bien? —preguntó el demonio, su voz entrecortada.

—Sí… —susurró Uriel, viéndolo de cerca, tan hermoso, tan humano en ese instante.
—Asmodeo… ellos no pararán. Erelim los controla.

—Entonces… — murmuró él con una sonrisa oscura — Hagámosle saber que no está solo en este juego.

La defensa del campus

El patio central se había convertido en un campo de batalla. Los demonios emergían de grietas que se abrían en el suelo como heridas vivas. Algunos estudiantes, inconscientes, flotaban en el aire bajo el control de las sombras.

Uriel levantó ambas manos y un círculo de luz se expandió desde su cuerpo, purificando parte del aire y quemando a los demonios más cercanos. La energía rosada iluminó el campus, dando a los humanos una sensación de calma, aunque no entendían por qué.

—Asmodeo, ahora.

El príncipe extendió sus brazos y el suelo tembló. De su cuerpo emanó una energía azulada su poder celestial renacido que creó una barrera invisible alrededor del campus.
Las criaturas comenzaron a chocar contra ella, rugiendo.

—Nadie más entra —dijo Asmodeo, jadeando— Pero no sé cuánto tiempo resistirá.

Uriel se acercó, tomándolo de las manos.

—Mientras yo esté aquí, resistirá.

Juntos, fortalecen el escudo. La luz de ambos se fundió: azul y rosa mezclándose hasta formar un brillo dorado. Por un instante, el campus entero se llenó de una paz sobrenatural. Los humanos, confundidos, comenzaron a ayudarse entre sí, guiados por una calma inexplicable. El amor entre los dos seres celestiales estaba afectando la frecuencia espiritual de todo el lugar.

El heraldo oscuro

Pero el silencio duró poco. Del cielo nublado cayó un rayo negro que impactó en el centro del patio, abriendo un cráter ardiente. De él emergió una figura alta, vestida de sombras, con un rostro apenas humano y alas formadas por cuchillas negras. Los demonios a su alrededor se arrodillaron.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.