El susurro de las mareas
Las olas golpeaban contra las rocas con un ritmo irregular, casi melódico. Era una noche extraña: el viento no soplaba, el aire estaba cargado de sal y electricidad, y el mar que siempre reflejaba la luz de la luna con calma parecía agitado, vivo, expectante.
Desde el ventanal del pequeño departamento frente a la costa, Uriel observaba la inmensidad plateada del océano. Su mirada dorada se perdía en el horizonte, donde algo invisible lo llamaba.
—¿Otra vez despierto? —preguntó Asmodeo desde la cama, su voz grave, ligeramente adormecida.
Uriel giró apenas la cabeza, sonriendo suavemente.
—No puedo dormir. Hay algo… distinto en el mar esta noche. Lo escucho susurrar.
Asmodeo se incorporó lentamente, su cabello oscuro cayéndole sobre los hombros.
—El mar no susurra, amor. Ruge o calla.
Uriel negó despacio.
—No. Esta vez… me habla.
Antes de que Asmodeo pudiera responder, una corriente invisible recorrió el aire. Las luces del departamento parpadearon, y un sonido profundo como un canto antiguo se alzó desde las profundidades del océano.
Asmodeo se levantó de un salto.
—Eso no es humano.
Uriel caminó hacia el balcón, el viento agitando sus cabellos rubios. Sus pupilas se dilataron. En el centro del mar, una columna de luz azul y negra se elevaba, girando lentamente, como si un portal se abriese en las profundidades.
De pronto, la voz que había oído antes se volvió clara, melodiosa, irresistible.
Luz del amanecer… sombra del amor prohibido vengan a mí. El equilibrio los necesita.
El corazón de Uriel se aceleró.
—Nos está llamando.
Asmodeo frunció el ceño, caminando hasta ponerse a su lado.
—¿Quién? ¿Qué demonio te llama con esa voz?
Uriel lo miró con serenidad.
—No es un demonio. Tampoco un ángel.
Es… algo que pertenece a ambos mundos.
La llamada
El mar rugió con una fuerza antinatural. Las olas comenzaron a elevarse formando espirales que no rompían, sino que danzaban alrededor del eje de luz. Uriel y Asmodeo se miraron. Sabían que esa energía era poderosa, pero no maligna.
—Debemos ir —dijo el ángel con firmeza.
Asmodeo lo sujetó del brazo.
—Podría ser una trampa de Belial o de Lucifer. No irás solo.
—Entonces iremos juntos. —Uriel sonrió con dulzura— Como siempre.
Ambos abandonaron el departamento y caminaron hacia la playa. El viento los envolvía con un aroma metálico. Cada paso que daban dejaba una huella luminosa sobre la arena.
Cuando estuvieron frente al mar, la columna de luz se abrió como una flor. El agua se dividió en dos, dejando ver un pasillo descendente hecho de energía líquida.
—Esto no puede ser obra de un ángel —murmuró Asmodeo— Ninguno de ellos controla la materia así.
—Ni de un demonio —añadió Uriel— Hay algo antiguo aquí. Algo anterior a la caída.
Sin dudarlo, el ángel extendió su mano.
—¿Confías en mí?
Asmodeo sonrió levemente.
—¿Tengo elección?
—Nunca la tuviste —respondió Uriel con ternura.
Y juntos descendieron hacia las profundidades del mar.
El ser del equilibrio
La oscuridad los envolvió por completo. No había agua, ni aire, ni sonido. Solo un resplandor que parecía latir, como un corazón gigante.
Entonces, una figura surgió de la penumbra. Era hermosa y aterradora. De su espalda brotaban alas traslúcidas que alternaban entre la luz y la sombra. Su cuerpo parecía humano, pero su piel cambiaba de tonalidad: por momentos blanca como el mármol, por momentos oscura como el ónix. Sus ojos, uno azul y el otro dorado, miraban con una mezcla de tristeza y poder.
—Al fin —dijo la criatura— Los hijos de dos mundos se encuentran conmigo.
Uriel y Asmodeo quedaron inmóviles.
—¿Quién eres? —preguntó el príncipe del abismo, en tono de advertencia.
El ser sonrió con melancolía.
—Fui creado antes de la guerra. Antes del juicio, antes de las jerarquías. Soy el Vigía del Equilibrio. Mi nombre fue olvidado incluso por los serafines.
Uriel dio un paso adelante, intrigado.
—Entonces no sirves ni al Cielo ni al Abismo.
—Sirvo al equilibrio entre ambos —respondió el Vigía— El universo necesita orden. Y su amor… está rompiendo ese equilibrio.
El tono no fue amenazante, sino compasivo.Asmodeo apretó los puños.
—¿Vienes a destruirnos?
El Vigía negó.
—No. Vengo a advertirles.
Con cada día que pasan juntos, con cada humano que tocan, su unión altera la balanza. Uriel, tu luz purifica lo que no debe ser purificado. Asmodeo, tu calma está desviando el miedo del mundo, el miedo que alimenta el ciclo natural de las almas.
Uriel frunció el ceño, confundido.
—¿Qué intentas decir?
—Que sin temor, no hay aprendizaje —explicó el ser— Y sin sombra, la luz deja de tener sentido.
Por un instante, la voz del Vigía se volvió más profunda, resonando dentro de sus mentes.
Si continúan así… ni el Cielo ni el Infierno sobrevivirán al nuevo orden que su amor traerá.
La decisión
Un silencio inmenso los envolvió. Uriel miró a Asmodeo, sus dedos temblando ligeramente.
—No puedo dejar de amarte —dijo en voz baja— Si nuestro amor es desequilibrio, entonces que el universo aprenda a respirar de nuevo.
Asmodeo tomó su rostro entre las manos.
—Uriel… siempre dices lo imposible con una paz que me mata.
El Vigía los observaba con una mezcla de ternura y resignación.
—No los condenaré. Pero tampoco los protegeré. Sin embargo… hay algo que deben saber.
Sus alas se desplegaron y un viento poderoso los rodeó. En el aire, imágenes comenzaron a tomar forma: Lucifer, Belial, Sariel, y una sombra más grande aún que todos ellos juntos.
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Editado: 18.10.2025