El Beso Del Abismo

El Resplandor de Dos Almas

El amanecer se filtraba entre los árboles, y el bosque entero parecía despertar de un largo sueño..El aire olía a lluvia, a tierra fresca, a vida. En medio de aquel paisaje transformado, Uriel abrió lentamente los ojos. Durante un instante, no recordó dónde estaba. Solo sintió el silencio. El peso del aire. El eco distante de un trueno que se desvanecía.

Entonces, vio una figura familiar arrodillada frente a él. Asmodeo. Sus alas, celeste turquesa y resplandecientes, se desplegaban con majestuosidad. Cada pluma brillaba como cristal líquido, y sus ojos, de un azul profundo, lo miraban con la ternura que solo un alma redimida puede conocer.

Uriel se incorporó lentamente, y sus alas esas alas que tanto tiempo habían estado ocultas, humilladas, ennegrecidas por el sello se extendieron a su lado, rosadas, suaves, luminosas como pétalos de luz viva.
Cuando ambas se rozaron, las del ángel y las del redimido, el aire chispeó con un resplandor inédito. Una fusión perfecta: la pureza del cielo y la redención del abismo. Asmodeo extendió su mano.

—Puedo sentirlo… —susurró— Es nuestra luz. Ya no es solo tuya ni mía.

Uriel la tomó y asintió, con una sonrisa que contenía mil emociones.

—Sí. Somos uno solo. La luz y la sombra se encontraron… y decidieron amarse.

El contacto entre sus dedos encendió un halo que los envolvió por completo. De aquella unión nació una energía nueva, un aura vibrante que ascendía en espirales de colores rosa y azul. Los pájaros comenzaron a cantar como si celebraran el milagro. Las flores se abrían a su paso. Y en lo alto, los cielos se estremecieron.

En el Cielo

Gabriel fue el primero en sentirlo. Su mirada se dirigió al horizonte, donde un pilar de luz ascendía desde la Tierra hasta el firmamento. A su lado, Miguel y Rafael contemplaban el fenómeno con expresiones divididas entre el asombro y la reverencia.

—Es Uriel —dijo Rafael, con voz suave.

—Y Asmodeo —añadió Gabriel.

—Su unión... —Miguel apretó el puño—. Es tan poderosa que incluso el Cielo tiembla.

Ninguno habló durante un largo momento.
El silencio de los tres contenía un entendimiento nuevo, algo que el juicio o la fe ciega no podían explicar.

—Quizás —dijo Gabriel finalmente— esto es lo que el Padre quería mostrarnos. Que el amor no destruye, sino que transforma.

—Entonces... —susurró Rafael— el Cielo deberá cambiar para merecerlos.

Y así, los tres arcángeles observaron cómo la luz de sus hermanos crecía en la Tierra.
Por primera vez en siglos, el Cielo y la Tierra latían al mismo ritmo.

En el Abismo

Pero no todos estaban en silencio.
En los oscuros salones del Trono Negro, Lucifer se levantó de su asiento con un brillo gélido en sus ojos. Su silueta era majestuosa, cubierta por un manto de sombras líquidas que se movían como si tuvieran vida.

—Así que el redimido ha olvidado su lugar… —dijo con voz baja, casi melódica.
Belial, a su lado, sonrió con burla.

—Y el ángel del amor purificador se atreve a compartir su poder con él. La fusión de sus luces ha abierto grietas entre los reinos.

Lucifer giró su rostro hacia la oscuridad que lo rodeaba. Su sonrisa era peligrosa.

—Perfecto. Dejen que su amor florezca…
Porque todo lo que florece… también puede marchitarse.

Las sombras se expandieron como lenguas negras por las paredes del abismo. Un ejército comenzó a formarse. Los antiguos príncipes del infierno, Astaroth, Mammon, Leviatán y Azazel, acudieron al llamado de su rey. El fuego del abismo rugió con fuerza, presintiendo una nueva guerra.

En la Tierra

Uriel y Asmodeo caminaban tomados de la mano, en silencio, por los campos renacidos.
A cada paso, el mundo parecía sanar.
La hierba reverdecía, los ríos volvían a brillar.
Pero dentro de ellos sabían que esa calma era frágil. El amor no los había salvado del peligro. Solo les había dado fuerza para enfrentarlo.

—Gabriel debe estar viéndonos —dijo Uriel, con una sonrisa triste.

—Y el Padre también —agregó Asmodeo.

—¿Crees que nos aprobarán?

—No lo sé —respondió él, con ternura— Pero si amar es un pecado, entonces prefiero pecar contigo hasta el fin de los tiempos.

Uriel lo miró, y sus alas se extendieron suavemente. Asmodeo hizo lo mismo, y ambas se entrelazaron una vez más. De aquella unión nació una esfera de energía que se elevó lentamente hacia el cielo, iluminando la atmósfera con reflejos turquesa y rosa. Las nubes se abrieron, y por un instante, el sol pareció inclinarse ante ellos.

Pero entonces, la tierra tembló. Un rugido sordo recorrió las montañas. El cielo se oscureció, y un vórtice negro comenzó a formarse a lo lejos. Uriel frunció el ceño, alzando la vista.

—Vienen…

—¿Quiénes? —preguntó Asmodeo, tensando sus alas.

—Los heraldos del abismo. Belial ha regresado.

Un viento helado los golpeó de frente. Del vórtice emergieron sombras aladas, demonios antiguos que gritaban su nombre con odio. Uriel dio un paso al frente, su mirada llena de determinación.

—Entonces que vengan.

Asmodeo sonrió.

—Les mostraremos lo que el amor puede destruir.

Sus manos se entrelazaron nuevamente, y el cielo se encendió en colores imposibles.
Dos luces una rosa, otra turquesa se elevaron juntas, girando en espirales que destrozaron la oscuridad. Cuando las sombras del abismo intentaron tocarlos, se desintegraron con un grito que hizo eco en el vacío. Desde el cielo, Gabriel observaba, maravillado.

—El Padre tenía razón… —susurró— El amor no se castiga, se celebra.

Pero el resplandor comenzó a distorsionarse. Desde las profundidades, una voz resonó en el aire. Su tono era tan suave como el canto de una sirena… pero más letal que el fuego.

Uriel… Asmodeo… ¿Creen que el amor puede resistir al tiempo?




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