El Beso Del Abismo

El Corazón de Cristal

El campo de batalla había quedado en silencio.vSolo el viento hablaba entre los restos calcinados del mundo. El aire olía a ozono y ceniza celestial.

Uriel flotaba en medio del vacío, con las alas desplegadas, temblando. Su respiración era agitada, su mirada perdida en el horizonte donde antes se extendía la ciudad. Ahora solo quedaban ruinas y polvo de luz. Sus manos, aún temblorosas, seguían brillando con el resplandor dorado de la destrucción. Pero ese brillo ya no era cálido. Era frío. Mortal.

Lo mataron….Me lo arrebataron…

Las palabras resonaban dentro de su cabeza una y otra vez, como un eco infinito. Sintió que su corazón latía con violencia, desgarrando su pecho. El aire a su alrededor vibró con una fuerza que parecía quebrar la realidad. De pronto, escuchó una voz.bUna voz que no provenía del exterior, sino de su interior.

—Uriel…

El ángel alzó el rostro bruscamente. Era una voz dulce, tenue, apenas un susurro. Una voz que conocía tan bien que el alma se le estremeció.

—¿Asmodeo? —susurró con los labios temblorosos.

Pero el silencio fue su única respuesta. El viento sopló, levantando las cenizas. Y en ellas creyó ver una silueta: la del hombre que amaba, sonriendo entre las sombras de su mente. Un destello de esperanza brotó en sus ojos pero desapareció tan rápido como llegó.

Su pecho ardió con un dolor insoportable.
Se dobló sobre sí mismo, gritando, mientras una corriente de energía oscura lo atravesaba. De su espalda surgieron haces de luz distorsionada, y sus alas, que antes brillaban en tonos suaves de rosa y turquesa, comenzaron a teñirse de un fucsia profundo con bordes negros. Cada pluma ardía como una antorcha celestial.

El cielo rugió.
El suelo se abrió bajo sus pies.
Y el ángel cayó de rodillas.

Dentro de sí, la batalla era aún más brutal.
Un torbellino de imágenes se entremezclaba: recuerdos, risas, miradas, promesas. El rostro de Asmodeo, sonriente en la lluvia. Sus palabras antes de morir. Su calor. Su voz.

Todo se mezclaba con el sonido de mil gritos. El dolor lo devoraba, y la luz dentro de él empezó a retorcerse. Uriel apretó los puños.

—¡Basta! —gritó al vacío—. ¡No quiero sentir más!

El eco de su propia voz se quebró en el aire.
Sus ojos brillaron con un dorado sombrío. Y entonces, algo dentro de él se rompió. Un resplandor oscuro emergió de su pecho: un fragmento de luz azul celeste, palpitante, que flotó frente a él. El alma de Asmodeo.

Uriel la miró con una mezcla de amor, horror y desesperación. El alma brillaba débilmente, como si intentara tocarlo, hablarle, recordarle quién era. Pero él retrocedió.

—No… —murmuró con voz trémula— No puedo. No quiero recordar.

El fragmento se acercó un poco más, irradiando ternura.bY entonces Uriel rugió, alzando sus manos. Una energía oscura se desató, envolviendo la luz azul. El cielo se estremeció, las nubes se volvieron negras, y el aire crujió con electricidad divina.vCon un grito lleno de rabia y dolor, Uriel selló el alma de Asmodeo dentro de un cristal etéreo, suspendido en su pecho.

El cristal brilló un instante, luego se oscureció. La luz azul quedó atrapada dentro, emitiendo apenas un resplandor lejano, como un corazón encerrado tras el hielo. Y el silencio volvió.

El ángel cayó al suelo, exhausto. El fuego aún ardía en sus alas, su piel brillaba con un resplandor melancólico, casi infernal. Ya no era el Uriel que todos conocían. Su rostro, antes sereno, mostraba una expresión vacía. Sus ojos dorados oscuros reflejaban una calma sin alma. Gabriel apareció entre las nubes, descendiendo lentamente.

—Hermano… —susurró al verlo—. ¿Qué has hecho?

Uriel levantó la vista con una sonrisa sin calor.

—He hecho lo que debía. El amor me destruyó una vez. No lo hará de nuevo.

—No hablas tú, Uriel… —dijo Gabriel, con voz quebrada—. Habla tu dolor.

—Entonces deja que hable. —Uriel se levantó lentamente— Porque el dolor es lo único real que me queda.

Una ráfaga de viento lo envolvió. Sus alas se desplegaron, majestuosas y terribles. El suelo se resquebrajó bajo su poder. Y sin mirar atrás, se elevó al cielo como una llama que no arde por calor, sino por venganza. Gabriel lo vio ascender, con lágrimas en los ojos.

—Padre… —murmuró — lo estamos perdiendo otra vez.

Mientras tanto, dentro del corazón de Uriel, en lo más profundo de su alma sellada,
Asmodeo despertaba. Su forma era débil, su luz tenue, pero su conciencia permanecía intacta. Podía ver lo que ocurría a través de los ojos del ángel que amaba. Podía sentir su furia, su vacío, su soledad. Y el dolor lo desgarraba.

—Uriel… —susurró— Mi amor… no te pierdas.

Golpeó el interior del cristal con las manos, pero era inútil. Solo un leve parpadeo azul respondía en el pecho del arcángel. El alma de Asmodeo gritó sin voz, desesperado por alcanzarlo. Pero Uriel no escuchaba. Solo oía el rugido de su propia rabia y la promesa de hacer pagar al infierno entero por lo que había perdido.

Esa noche, el cielo ardió con relámpagos fucsia.bLos demonios sobrevivientes sintieron el temblor y se ocultaron en las profundidades.bEl infierno se inquietó, y Lucifer sonrió, mirando hacia arriba desde su trono de sombras.

—Ah, Urie. Qué ironía. El ángel del amor se ha convertido en el ángel del dolor. Y todo, por ese sentimiento que ni el cielo ni el infierno comprendieron jamás.

En las alturas, Uriel abrió sus alas y miró el horizonte.vSu pecho brilló levemente… el cristal oscuro palpitaba, como si algo dentro de él intentara despertar. Pero su voz fue fría, su mirada, implacable.

—Belial, Lucifer. No importa cuántas veces tenga que caer. Esta vez, seré yo quien apague su fuego.

Y el firmamento se tiñó de un fucsia apocalíptico. La guerra aún no había terminado. Solo había cambiado de dueño.




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