Oscuridad.
Silencio.
Frío.
Eso fue lo primero que Asmodeo sintió cuando su cuerpo se disolvió. Ni cielo ni tierra. Ni forma ni sustancia. Solo un espacio infinito donde nada respiraba.
Pensó que había muerto definitivamente.
Que su alma se había extinguido junto con el último latido de su corazón. Pero entonces, en medio del vacío, una voz profunda, inmensa, llena de ternura, habló dentro de él.
—Tranquilo, Asmodeo… — dijo aquella voz que lo envolvía todo, desde dentro y desde fuera — Tu muerte solo será momentánea.
El alma del arcángel azul tembló.
Reconoció esa voz.
Era la voz del Padre.
—¿Padre…? —susurró incrédulo.
—Has cumplido con tu destino —continuó la voz, suave como el viento entre las estrella — Tu sacrificio era necesario. Volverás a la vida, recuperando así tu cuerpo cuando Uriel acepte las dos caras del amor. Cuando deje de rebelarse ante el dolor y comprenda que amar también es perder.
El silencio volvió, pero el eco de esas palabras se quedó grabado en su ser como una llama imposible de apagar. Y entonces, la oscuridad cambió.
La nada se fracturó en un millón de fragmentos de luz, y Asmodeo cayó en un abismo cristalino. El aire era espeso, pesado, como si estuviera dentro del corazón de una estrella muerta.
Alrededor, todo era luz congelada: muros translúcidos que respiraban y pulsaban como venas. Cuando intentó moverse, notó que estaba atrapado. Sus manos, su cuerpo, su alma entera eran parte de ese cristal oscuro. Podía ver el exterior a través de él, como un reflejo lejano y distorsionado.
—¿Dónde… estoy? —preguntó en voz baja.
Y entonces lo vio. A través de los muros translúcidos, el mundo se desplegó ante sus ojos. Uriel, con las alas extendidas, brillando en tonos de fucsia y dorado, caminaba entre ruinas y fuego. Sus ojos eran los de un ángel… pero también los de un guerrero quebrado. Su rostro, antes suave y lleno de bondad, ahora mostraba una belleza terrible, endurecida por el sufrimiento. Asmodeo apoyó las manos contra el cristal.
—Uriel… mi amor…
Pero su voz no atravesó el muro. Solo un leve temblor en la superficie respondió a su llamado.
Uriel giró levemente, como si hubiese escuchado algo, pero luego siguió caminando. Su luz resplandecía, pero era una luz sin alma, una hoguera que solo ardía para destruir. El corazón de Asmodeo se quebró en mil pedazos.
—No puede ser… —susurró— Aún tienes la luz dentro de ti, Uriel. ¡Yo la siento! ¿Cómo puedes destruir si aún amas?
Se golpeó el pecho con desesperación, sintiendo la energía divina vibrar en su interior. La prisión parecía responder a su angustia: el cristal se estremecía, liberando destellos azulados que se mezclaban con el resplandor fucsia de Uriel.
—Escúchame… —rogó Asmodeo, con lágrimas de luz cayendo por su rostro—
¡Por favor, mírame! No estás solo… nunca lo estuviste.
Pero su voz se perdía en la distancia. Los días si es que allí existía el tiempo se convirtieron en una tortura. Desde su prisión espiritual, Asmodeo observaba cómo Uriel arrasaba ejércitos enteros de demonios y humanos corrompidos. No había misericordia en sus ojos, solo una furia contenida que lo hacía cada vez más poderoso… y más distante de quien realmente era.
Cada vez que Uriel alzaba la mano para destruir, Asmodeo sentía el eco del poder reverberar en su pecho. Y cada vez que lo hacía, el cristal se volvía más oscuro.
—Te estás consumiendo —susurraba Asmodeo, arrodillado dentro de su prisión—
Y yo contigo.
Intentó canalizar su propia energía, tocar el alma de Uriel desde el interior. Pero el muro entre ellos era sólido como la eternidad misma. Solo podía ver, sentir… y sufrir. En su desesperación, recordó las palabras del Padre:
Cuando acepte las dos caras del amor…
Asmodeo comprendió. Uriel debía aceptar que el amor no es solo luz, sino también sombra, pérdida, dolor.bQue la muerte no destruye el amor, lo transforma. Pero Uriel no lo aceptaba. Y cada segundo que rechazaba ese equilibrio, el cristal se hacía más fuerte. Más frío. A veces, en la profundidad del silencio, Asmodeo escuchaba fragmentos de la mente de Uriel.
…todo fue en vano.
…me arrebató lo que más amaba.
…no merecen mi compasión.
Eran pensamientos oscuros, llenos de resentimiento. Y sin embargo, entre ellos, a veces se filtraba un susurro… una grieta.
….Asmodeo…
El corazón del arcángel azul latía con fuerza cada vez que escuchaba su nombre. Se arrodillaba, apoyando su frente contra el cristal, llorando de alivio.
—Estoy aquí, amor mío….Estoy aquí, solo mírame.
La pared espiritual se estremecía. Por un instante, una chispa de luz azul atravesaba la oscuridad, y Uriel se detenía, confundido, con una lágrima dorada en su mejilla. Pero luego la borraba, endureciendo su mirada.
El tormento continuó hasta que el cristal comenzó a agrietarse. Asmodeo lo notó: una línea de luz blanca recorrió su pecho. El poder dentro de él crecía, alimentado por el amor que no se apagaba.
—No me rendiré —susurró con decisión, poniéndose de pie— Aunque me lleve mil eras, aunque tenga que romper las leyes del cielo volveré contigo, Uriel. Porque si el amor me mató una vez, entonces será el amor lo que me devuelva la vida.
Sus palabras hicieron vibrar el cristal.
Una voz lejana no humana ni divina respondió desde algún lugar del cosmos.
Era la voz del Padre, más suave, más cercana.
—Ya empieza a entender, Asmodeo..La fe no nace en la calma, sino en la pérdida. Sigue llamándolo. Cuando el amor y el dolor se unan en su corazón, el sello se romperá…
y tú volverás.
Asmodeo alzó la mirada, con las lágrimas ardiendo como fuego celestial.
—Te escucharé, Padre. Y aunque deba gritarle hasta romper el cielo, haré que me oiga.
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Editado: 18.10.2025