El Beso Del Abismo

La Voz en el Cristal

Dentro del cristal, el tiempo no existía. No había arriba ni abajo. Solo un infinito de luz azul congelada, suspendida en el vacío. Y en el centro de esa prisión transparente, Asmodeo seguía vivo.

Oía el eco de su propio corazón retumbando contra las paredes del cristal, un pulso que no era solo suyo, sino también el de Uriel.
Cada golpe de ese ritmo compartido era una herida, una súplica, un recordatorio cruel de que estaban separados por la misma fuerza que los había unido.

El alma de Uriel ardía fuera, desatada, consumiéndose entre fuego y sombra.
Asmodeo lo sentía todo: el calor de su ira,
la violencia de su llanto, la desesperación que lo transformaba en un ángel de destrucción. Y en cada estallido de energía, el cristal temblaba.

—Uriel… —susurró Asmodeo, su voz flotando como un suspiro en la inmensidad. No había aire, pero el sonido vibraba, se estrellaba contra las paredes transparentes y se convertía en un resplandor azul. —Por favor, mírame….Estoy aquí, amor mío….Estoy contigo…

Las paredes respondieron con un gemido grave, un eco que parecía venir desde los confines del alma. Pero Uriel no escuchaba.
Solo rugía. Afuera, el cielo y el infierno se mezclaban, y cada golpe suyo hacía que fragmentos de oscuridad se desintegraran como polvo.

Asmodeo cayó de rodillas dentro del cristal, con las manos apoyadas contra la superficie. A través de ella podía ver la silueta difusa del ángel, envuelto en un halo fucsia y dorado, sus alas extendidas sobre el abismo. Era una visión hermosa y terrible.

El ángel que una vez había sido símbolo de pureza ahora era un dios del caos. Y sin embargo, para Asmodeo seguía siendo el mismo Uriel que le había sonreído por primera vez entre la penumbra.

—Te estás destruyendo… —susurró con voz quebrada— Y si tú te destruyes, yo también desapareceré contigo.

Golpeó el cristal con el puño, desesperado.
Una grieta diminuta se formó, destellando con una luz blanca. El sonido fue como el llanto de una estrella.

Las memorias comenzaron a despertar dentro de él, escenas de su pasado juntos como destellos en el agua. Uriel sonriendo bajo un cielo dorado. Sus manos entrelazadas. La promesa de protegerse, de no separarse jamás.

Y luego su muerte. El momento en que Belial lo atravesó, el instante en que la vida se escapó de su cuerpo para refugiarse en el corazón del ángel rosado.

—Padre… —murmuró Asmodeo, con la voz ahogada— ¿Este es el propósito del amor?
¿Verlo arder hasta que no quede nada?

El silencio fue su única respuesta.
Pero en medio de ese silencio, sintió una vibración. Un susurro cálido, antiguo, inmenso, que envolvió su alma entera.

—El amor no se mide en calma, Asmodeo…
Se mide en fuego. En la voluntad de seguir ardiendo incluso cuando la oscuridad lo cubre todo.

Era la voz del Padre. Y con ella, una chispa de esperanza encendió su corazón. Asmodeo alzó la mirada. A través de la pared del cristal, vio cómo Uriel extendía su espada hacia el cielo del abismo, invocando un torrente de energía que hizo colapsar montañas enteras de piedra negra.

Belial, frente a él, reía ensangrentado, satisfecho. Creía que lo estaba ganando. Creía que el ángel estaba perdiéndose. No sabía que, en lo más profundo, algo brillaba todavía. El alma de Uriel seguía ahí. Herida, cubierta de dolor,npero viva.

Asmodeo se levantó con esfuerzo. Su cuerpo espiritual ardía con una intensidad azul que llenaba todo el interior del cristal.
Cada respiración era una súplica, cada palabra una espada.

—No… no lo permitiré —dijo con voz firme —
Si debo romper las leyes del cielo y del abismo, lo haré. Pero no voy a dejar que se pierda.

Apoyó ambas manos en la pared, concentrando toda su luz en un solo punto.
El cristal empezó a resquebrajarse. Pequeñas líneas de energía se extendieron como raíces de fuego. Afuera, Uriel sintió una punzada en el pecho. Su espada vaciló.

Belial lo notó.

—¿Qué pasa, ángel? —se burló — ¿Acaso tu corazón recuerda a ese traidor que perdiste?

Uriel gruñó, pero algo dentro de él se estremeció. Una voz familiar cruzó su mente.

—Uriel… soy yo…

Sus ojos se abrieron con asombro.
El tiempo se detuvo. El rugido del infierno pareció alejarse, y por un segundo el universo se redujo a esa voz. A ese nombre.

—¿Asmodeo…?

Dentro del cristal, Asmodeo sonrió, agotado pero lleno de esperanza.

—Sí… mi luz. Soy yo. Tu amor no murió conmigo, está aquí… dentro de ti.

Uriel cerró los ojos, las lágrimas mezclándose con el sudor y la sangre. Su respiración se volvió temblorosa.

—Creí haberte perdido…

—Nunca.nNi el cielo, ni el abismo, ni la muerte pueden separarnos. Pero Uriel… —su voz se quebró — deja de pelear con el dolor.
Abarca ambas caras del amor. Solo entonces podrás verme de nuevo.

El cristal resplandeció con una luz cegadora.
Uriel gritó, un alarido que rasgó el aire. Su cuerpo fue envuelto por una mezcla de fucsia y azul, dos energías opuestas fusionándose en un solo corazón. El suelo del abismo se partió en dos. El aire tembló. Belial retrocedió, con los ojos llenos de incredulidad. La conexión se había restablecido.

Asmodeo cayó de rodillas dentro del cristal, exhausto pero con una sonrisa en los labios.
Sabía que la barrera se estaba debilitando.
Podía sentir cómo el alma de Uriel lo llamaba, cómo su amor lo buscaba entre los escombros del fuego.

—Pronto… —susurró— Pronto volveré a ti. Y esta vez, ni el cielo ni el infierno podrán detenernos.

El cristal se estremeció, cubriéndose de grietas brillantes. Un fragmento se desprendió, flotando en el aire como una lágrima azul. Afuera, Uriel abrió los ojos.bUna pluma celeste cayó de la nada sobre su mano. Y cuando la sostuvo, sintió su corazón latir al mismo ritmo que el de su amado.

Desde las sombras del abismo, Lucifer observaba en silencio, sus ojos ardiendo como carbones encendidos.vSu sonrisa era tan tenue que parecía un suspiro.




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