El cielo lloraba. Sobre la tierra caían gotas ardientes como brasas, fragmentos del fuego que nacía en lo más profundo del universo. El aire olía a hierro, a tormenta, a algo sagrado que estaba muriendo.
Uriel se detuvo en medio del valle, con la mirada fija en el horizonte ennegrecido. Sus alas rosadas, suaves y luminosas, temblaban levemente. A su lado, Asmodeo lo observaba en silencio. Gabriel permanecía detrás de ellos, con las alas doradas plegadas, su semblante grave.
—Es allí —dijo Uriel en voz baja.
—¿Estás seguro? —preguntó Gabriel.
Uriel asintió sin apartar la mirada.
—El Velo nos llama. Puedo sentirlo… Miguel aún está vivo.
El viento soplaba con violencia, levantando el polvo y las brasas. Asmodeo dio un paso adelante y extendió su mano hacia Uriel, sus dedos rozando los de él.
—Si vamos allí, no habrá retorno —dijo, con voz grave— Ni siquiera el Padre podría alcanzarnos.
Uriel sonrió levemente.
—Entonces no habrá retorno. No pienso perder a otro hermano.
Asmodeo lo miró con ternura y tristeza.
Sabía que el corazón de Uriel era incapaz de abandonar a nadie, incluso si eso significaba su propia destrucción. Él mismo había sido testigo de esa luz. Y la amaba más que a su propia existencia. Gabriel alzó su lanza dorada.
—Entonces vayamos.
El cielo se abrió con un estallido de relámpagos. Una grieta luminosa se formó frente a ellos, un portal palpitante que vibraba con energía divina y abismal.
—El Velo del Silencio… —murmuró Asmodeo, con un escalofrío recorriéndole la espalda.
Entraron.
La sensación fue insoportable. Era como caer sin caer, arder sin quemarse, morir y seguir consciente. El Velo los absorbió y los arrojó a un lugar sin forma ni sonido.
Y entonces, los tres se encontraron flotando en una inmensidad de luz fracturada. Cielos y abismos coexistían allí, como si el universo hubiera sido partido por un espejo. A lo lejos, la luz dorada de Miguel y la oscuridad incandescente de Lucifer chocaban una y otra vez, desgarrando el espacio. Uriel respiró con dificultad.
—¡Miguel!
Su voz se perdió en el vacío. Asmodeo extendió las alas y voló a su lado.
—No te separes de mí. Este lugar destruye la mente si no sientes amor.
Y Uriel lo sintió. El calor de su mano, la fuerza de su alma celeste, lo anclaban a la realidad.
Gabriel los siguió, sus ojos reflejando la batalla distante. Miguel se movía con una gracia que era dolorosa de contemplar. Su cuerpo herido brillaba como un sol moribundo. Lucifer, envuelto en su oscuridad perfecta, lo atacaba sin tregua. El sonido de sus armas resonaba como campanas celestiales fracturadas.
—¡Hermano! —gritó Uriel, alzando la voz—. ¡Detente!
Lucifer giró la cabeza. Por primera vez en eones, su mirada se cruzó con la de Uriel. Y sonrió.
—Ah… el ángel del amor —dijo con ironía, su voz profunda, reverberante—. ¿Vienes a morir como los otros?
Asmodeo avanzó un paso, interponiéndose entre ellos.
—No toques a Uriel.
Lucifer alzó una ceja.
—El príncipe arrepentido. Qué lástima. El Padre debió dejarte pudrirte conmigo.
—Lo hizo —respondió Asmodeo— Pero Uriel me salvó.
Lucifer soltó una carcajada que resonó como un trueno dentro del vacío.
—¿Amor? —escupió—. ¿Crees que el amor salva? El amor fue mi caída, mi condena.
Gabriel se interpuso, su lanza apuntando directamente al caído.
—El amor también fue tu don, Lucifer. Lo olvidaste, como olvidaste quién eras.
Lucifer giró la lanza de Miguel con una sola mano, desviando su atención hacia los recién llegados.
—¿Creen que pueden sermonearme?
El suelo inexistente vibró bajo sus pies, una onda expansiva atravesó el Velo, y miles de esferas oscuras surgieron alrededor, manifestaciones de su poder. Miguel, jadeante, se puso de pie.
—No los toques —dijo, su voz débil pero firme.
Lucifer lo miró fijamente. Durante un segundo, la furia desapareció de su rostro. En su lugar, había una tristeza insoportable.
—Siempre tan noble, Miguel…— Alzó su lanza, apuntándola directamente a su pecho— Por eso nunca entendiste el dolor de amar más al Creador que a ti mismo.
El impacto fue instantáneo. La lanza atravesó el aire con un silbido mortal, pero Uriel la interceptó con su espada antes de que alcanzara a su hermano. El choque liberó una explosión de luz rosa y sombra púrpura. Uriel cayó de rodillas, pero no soltó la espada. Asmodeo lo sostuvo antes de que tocara el suelo, sus alas desplegadas, creando una barrera azul resplandeciente.
—¡No te atrevas a tocarlo! —rugió Asmodeo, su voz resonando como un trueno divino.
Lucifer lo miró con algo parecido a la fascinación.
—Curioso. Tú fuiste mío una vez.
—Y eso fue mi infierno —respondió Asmodeo, con los ojos ardiendo— Pero él me dio un cielo que tú nunca entenderás.
El brillo en el pecho de Uriel comenzó a crecer. Un resplandor rosado se expandió, envolviendo el lugar. Era la pureza misma, un eco de la primera luz del universo. Lucifer retrocedió, cubriéndose el rostro.
—¡Detente! ¡Esa luz!
Miguel aprovechó el momento. Aún herido, se abalanzó sobre su hermano, y ambos chocaron de nuevo. Pero esta vez, algo cambió. El fuego de Uriel y Asmodeo se unió al de Miguel. Tres luces distintas, entrelazadas, empujando la oscuridad de Lucifer hacia atrás.
Lucifer gritó, su voz era un rugido de furia y desesperación. Sus alas negras se abrieron con fuerza, desatando un viento oscuro que casi arrasó todo el plano. Pero la luz no se detuvo. El Velo del Silencio se estremeció, como si el mismo cosmos temiera lo que iba a suceder. Los hermanos se separaron un instante. Lucifer cayó de rodillas, jadeante, y levantó la vista hacia Miguel.
—¿Por qué sigues… intentando salvarme? —susurró, con la voz rota.
Miguel lo miró con infinita compasión.
—Porque aún creo que puedes volver.
Lucifer cerró los ojos, y de ellos cayeron dos lágrimas negras que se evaporaron antes de tocar el suelo. Y entonces… sonrió.
#5554 en Novela romántica
#1633 en Fantasía
#angelescaidos, #amorquedestruyeysalvael cielo, #romancedefantasia
Editado: 18.10.2025