El Beso Del Abismo

El Nuevo Amanecer

El universo no estalló: se partió. Como un espejo roto que seguía reflejando la misma imagen mil veces, la creación se dividió en fragmentos. El cielo, la tierra y el abismo se fundieron en una sola extensión de caos y belleza, donde la luz y la sombra convivían como amantes condenados.

Nada era igual. Las montañas flotaban suspendidas en el aire, los océanos reflejaban estrellas en su superficie, y el tiempo ya no seguía un orden. Era el eco de un mundo reconstruyéndose a sí mismo… o muriendo lentamente.

Entre esa aurora fracturada, Uriel despertó. El polvo de luz cubría su piel. Su respiración era agitada, como si acabara de resucitar.
Tardó unos segundos en entender dónde estaba: una planicie dorada que parecía extenderse infinitamente bajo un cielo dividido entre el día y la noche.

—¿Dónde… estoy? —susurró, alzando la vista.

Una sombra celeste se movió frente a él.
Asmodeo. Sus alas brillaban con una intensidad casi sobrenatural, un fulgor que no pertenecía a ningún reino conocido. El ángel lo miró con alivio y con lágrimas contenidas.

—Creí que te había perdido —murmuró, arrodillándose junto a él.

Uriel tomó su rostro con ambas manos, conmovido.

—¿Estás bien? ¿El Velo…?

Asmodeo asintió.

—Nos arrojó fuera de todo. Pero seguimos vivos.

El aire se estremeció a su alrededor. Un resplandor dorado, débil pero persistente, apareció en el horizonte. Gabriel se acercaba, con sus alas desplegadas y la expresión grave.

—Los encontré —dijo—.Pero hay algo que deben saber.

Su voz era diferente, más profunda, como si el contacto con el Velo lo hubiera marcado también. Asmodeo se incorporó, su mirada fija en él.

—¿Y Miguel?

Gabriel bajó la cabeza.

—Está en el límite. Entre la luz y la sombra. Lucifer lo arrastró consigo a un nuevo plano… uno que ni siquiera el Padre había creado.

Uriel dio un paso atrás, sintiendo que el aire se volvía pesado.

—¿Un nuevo plano?

—Sí. —Gabriel miró al horizonte, donde el cielo se retorcía en espirales de oro y negr

— El choque de ambos hermanos creó un mundo intermedio, un lugar donde todo lo que es, fue o será coexiste al mismo tiempo.
Y está creciendo.

Asmodeo frunció el ceño.

—¿Quieres decir que el Velo… se convirtió en un universo propio?

Gabriel asintió lentamente.

—Uno que podría devorar a los demás.

Uriel sintió una punzada en el pecho.
El recuerdo de Miguel, su serenidad, su amor por la creación, chocaba con la imagen de Lucifer, hermoso y trágico, envuelto en su orgullo. Y en ese contraste, el equilibrio de toda la existencia se tambaleaba.

—No podemos dejarlo así —dijo Uriel con firmeza.

Gabriel lo miró, reconociendo esa determinación familiar.

—Sabía que dirías eso.

—¿Dónde está? —preguntó Asmodeo.

—Más allá del límite del amanecer. Donde la luz se vuelve negra y las sombras aún cantan.

Asmodeo extendió una mano hacia Uriel.

—Entonces iremos.

—No —dijo Gabriel con voz solemne — No pueden ir solos.

El aire vibró. De entre los destellos que caían del cielo emergieron dos figuras. Raguel, con su armadura plateada y mirada compasiva, y Zadkiel, el portador de la misericordia, cuyos ojos reflejaban océanos de calma.

—Los cielos enviaron su respuesta —anunció Raguel— El Padre no habla, pero Su silencio es una orden.

El amor debe restaurar lo que el amor destruyó.

Uriel alzó la vista, comprendiendo. Asmodeo lo miró en silencio.

—Entonces… somos nosotros otra vez.

Zadkiel extendió un pergamino dorado. En él, se desplegaba una escritura viva, un mensaje que brillaba como un corazón palpitante:

Cuando la oscuridad y la luz se confundan, el alma que más amó será la llave del nuevo amanecer.

Gabriel leyó en voz baja, comprendiendo de inmediato.

—Esa alma… eres tú, Uriel.

El ángel del amor lo entendió, pero su corazón se oprimió. El precio siempre era el mismo: sacrificio. Asmodeo, en cambio, le tomó la mano con firmeza.

—No te atrevas a hacerlo solo. Si el amanecer depende de ti, entonces también depende de mí.

Uriel lo miró con ternura y miedo.

—No puedo arrastrarte a eso.

—Ya lo hiciste —sonrió Asmodeo, rozando su frente con la de él—. El día que me amaste.

Gabriel apartó la mirada, sintiendo el peso sagrado de ese amor. Raguel cerró el puño, sabiendo lo que significaba. La profecía estaba en marcha.

El horizonte se abrió en un resplandor cegador. Una grieta luminosa rasgó el cielo, y del otro lado… el nuevo mundo. Cadenas de luz descendían desde el firmamento, conectando los fragmentos de realidad. En lo alto, Lucifer flotaba sobre un trono de fuego líquido, y frente a él, Miguel, de rodillas, con las alas destrozadas pero la mirada intacta.

—¿Aún no te rindes, hermano? —preguntó Lucifer, con voz suave, casi melancólica.

—Jamás —respondió Miguel, levantando la espada rota.

Lucifer suspiró.

—Entonces muere como el héroe que nunca debiste ser.

El fuego se desató. Y justo cuando el golpe final estaba por caer… la luz de Uriel irrumpió. El nuevo cielo tembló. Un torbellino de energía rosada, celeste y dorada descendió sobre ambos. Gabriel, Raguel y Zadkiel siguieron a Uriel y Asmodeo, atravesando la grieta, y el choque de sus presencias alteró el curso mismo de la materia.

Uriel se colocó frente a Miguel, su espada de luz vibrando con una melodía celestial.
Asmodeo desplegó sus alas, cuya luz azul turquesa se extendía como un océano infinito.

—Lucifer — dijo Uriel, su voz temblando pero firme — Ya no eres el portador de la aurora. Yo la llevo ahora… en tu nombre y en el del Padre.

Lucifer lo miró con furia, pero también con una chispa de respeto.

—Entonces ven por ella, pequeño ángel del amor.

El suelo se partió en mil pedazos. Los relámpagos se cruzaron, la materia gritó, el universo se dobló sobre sí mismo. Los ángeles chocaron en el aire, y la batalla final comenzó. Uriel y Asmodeo, uno junto al otro, brillaban como una sola alma. Cada movimiento era una danza: fuego y agua, luz y sombra, amor y furia. Lucifer reía mientras retrocedía, cubierto de heridas que no podían cerrarse, su sangre ardiendo como lava negra.




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