El mundo aún temblaba por la batalla. Las nubes, desgarradas por el fuego divino, dejaban entrever un amanecer incierto. El mar se retiraba de las costas como si temiera presenciar lo que estaba por venir. Y en la cima de la montaña, donde la luz y la oscuridad se habían enfrentado, Uriel y Asmodeo permanecían juntos, respirando el silencio posterior al caos.
Las alas de ambos brillaban: las de Uriel, rosadas como la aurora, despedían una luz serena y cálida; las de Asmodeo, turquesa y resplandecientes, se extendían hacia el cielo como dos fragmentos del paraíso. Habían sobrevivido pero el aire seguía cargado de presagio. Asmodeo miró el horizonte, con el pecho aún adolorido por la herida.
—Él no ha muerto, Uriel.
—Lo sé. —respondió el ángel con voz baja—. Lucifer no muere. Solo se disuelve y vuelve a esperar su momento.
—¿Y ese “algo” que despertó en la tierra?
Uriel bajó la mirada.
—El Error Original… el vacío que existía antes del primer “hágase la luz”. Lo que el Padre nunca quiso que despertara.
El silencio entre ambos se volvió un suspiro de viento. Pero incluso en medio del temor, Uriel tomó la mano de Asmodeo y la apretó.
—No importa lo que venga —dijo con ternura firme— El amor que nos unió fue su prueba. Lo cumplimos, Asmodeo. Fuiste redimido.
El ex príncipe del abismo lo miró con los ojos humedecidos, y en ellos se reflejó la aurora que nacía.
—Entonces que su plan siga… pero juntos.
La voluntad del PadreEsa noche, Gabriel descendió por última vez.
Su luz era tenue, casi humana, y su semblante mostraba el peso de lo que sabía.
—El Padre ha hablado —dijo— No habrá más guerras entre el cielo y el abismo.
Uriel y Asmodeo lo miraron, incrédulos.
—¿Entonces… terminó? —preguntó el ángel de la aurora.
Gabriel negó suavemente.
—No aún. La oscuridad se arrastra bajo la tierra, buscando un cuerpo, una mente que la hospede.
—¿Y qué quiere de nosotros? —intervino Asmodeo.
—Que la enfrentemos no con ira… sino con compasión. —Gabriel los miró con una mezcla de amor y melancolía—. El Padre desea que la redención se cumpla. Que un ángel que cayó —miró a Asmodeo— y otro que nunca dudó —miró a Uriel— sean la llave de la restauración.
El viento sopló con fuerza, como si el mismo universo escuchara esas palabras. Uriel levantó la vista al cielo.
—¿Y si fracasamos?
Gabriel sonrió.
—Entonces el amor habrá sido probado, y el cielo volverá a empezar desde ese punto.
Con un último resplandor, Gabriel desapareció, dejando tras de sí una pluma dorada que flotó hasta caer en las manos de Asmodeo. Su luz era cálida, viva. El ex príncipe la sostuvo con respeto.
—Una señal —dijo— El Padre confía en nosotros.
Uriel lo abrazó por la espalda, dejando su cabeza apoyada sobre su hombro.
—Entonces no lo defraudemos.
El renacer de la sombraEl suelo comenzó a temblar.Un sonido gutural se alzó desde las profundidades del mundo. Montañas enteras se resquebrajaron y de sus grietas brotó humo oscuro, espeso, casi líquido. El Error Original despertaba.
Pero no era una criatura… sino una conciencia.
Su voz resonó en todas partes, sin provenir de ningún lugar:
Fui antes que la luz. Soy el pensamiento no nacido. Soy la duda que el Creador no quiso recordar.
El cielo se tornó gris, y las estrellas se apagaron una por una. Las ciudades humanas colapsaron en histeria. Algunos rezaban, otros reían; otros simplemente miraban al cielo sin comprender por qué el sol ya no se alzaba.
Uriel se adelantó, su espada de luz en mano.
—No volverás a dominar este mundo.
La voz respondió, carcajeándose con un eco de mil voces:
No necesito dominarlo. Ya lo habito. Estoy en sus miedos, en su orgullo, en su desesperanza.
Asmodeo sintió una punzada en el pecho. Una sombra salió de la tierra, con la forma de un hombre alto, hecho de humo y fragmentos de luz muerta. No tenía rostro, pero su presencia era abrumadora.
—Uriel —susurró Asmodeo—, no es como los demás. No tiene alma.
Uriel avanzó sin miedo.
—Por eso mismo puede ser salvado.
El Error rió, un sonido tan terrible que hizo sangrar los oídos de los humanos cercanos.
—¿Salvarme? Soy lo que no fue. Lo que ni el Padre pudo amar.
Uriel alzó la espada, y su voz resonó como trueno:
—Entonces yo lo haré.
La batalla del corazónEl impacto entre ambos fue tan violento que el tiempo pareció detenerse. El aire se quebró en mil destellos; los árboles ardieron en silencio; el mar se alzó hasta tocar las nubes. Uriel fue lanzado contra una columna de piedra, su cuerpo atravesando la roca como si fuera vidrio. Asmodeo corrió hacia él, pero el Error lo interceptó, envolviéndolo con sus brazos de humo. El ex príncipe gritó, su fuego azul expandiéndose con furia.
—¡No te atrevas a tocarlo!
El Error se disolvió en una risa que se multiplicó en ecos, y de la nada surgieron miles de sombras idénticas a él. Uriel se incorporó, su mirada ardiendo en dorado.
—¡Asmodeo, la pluma!
El ex príncipe la levantó. La pluma dorada que Gabriel había dejado comenzó a arder, y un círculo de luz se abrió bajo sus pies. De su pecho emanó un resplandor que se entrelazó con el de Uriel, y ambos ascendieron varios metros en el aire.
La unión de sus almas desató un estallido de energía tan inmenso que el cielo recuperó su color. Los rayos caían como acordes musicales, los ríos se tornaban dorados, y el aire olía a esperanza. Por un instante, incluso el Error dudó. Su forma vaciló, y Uriel aprovechó ese momento. Descendió con su espada envuelta en fuego rosado y la clavó en el suelo, sellando las grietas del abismo.
Yo soy la luz que no teme a su sombra.
La voz del Padre resonó como un eco en todo el universo.
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Editado: 18.10.2025