El Beso Del Abismo

El Reflejo del Ángel

El amanecer había vuelto, pero algo en su luz parecía diferente. Era más pálido, más frágil,
como si el mundo aún dudara en volver a brillar del todo.

Uriel y Asmodeo caminaban entre los restos de un bosque que ahora renacía. Los árboles, antes ennegrecidos por la guerra, volvían a florecer; las aves regresaban, y el aire por fin olía a vida. Ambos se detuvieron frente a un lago que reflejaba el cielo recién curado. Uriel se inclinó para tocar el agua, pero su reflejo no le devolvió la mirada. El ángel se quedó inmóvil. Por un instante creyó que era un efecto de la luz, hasta que el reflejo parpadeó por su cuenta.

—Asmodeo… —susurró— El reflejo… no soy yo.

El ex príncipe del abismo se acercó, y lo que vio hizo que el aire se volviera pesado: el reflejo de Uriel tenía alas grises y una mirada vacía, una mezcla de pureza apagada y tristeza eterna.

El reflejo sonrió. Una sonrisa que no pertenecía a ningún ser vivo. Y el agua del lago se onduló, mientras de su superficie emergía lentamente una figura idéntica a Uriel. Su voz era un susurro quebrado, un eco distorsionado:

—Yo soy lo que dejaste atrás, Uriel. Soy el amor que convertiste en deber. Soy la parte de vos que el cielo nunca quiso mirar.

El reflejo y la herida

Uriel retrocedió un paso, pero no de miedo.vEra dolor. Era reconocer algo familiar en aquella mirada.

—No sos real —dijo con firmeza— Sos un residuo, una ilusión del abismo.

El reflejo rio suavemente.

—¿Ilusión? ¿Acaso el dolor es una ilusión?
Cada vez que lloraste por amor, yo nací.
Cada vez que negaste tu deseo por obediencia, yo crecí..Y cuando mataste para proteger al cielo… yo desperté.

Asmodeo se adelantó, colocándose entre ambos.

—No le creas —gruñó—. Esa cosa no sos vos, Uriel.

—¿Y vos qué sabés de él, ex príncipe? —replicó la sombra, con una voz tan parecida a la de Uriel que hizo que el propio ángel se estremeciera — ¿Podés jurar que lo amás por lo que es… o por lo que te salvó de ser?

Asmodeo apretó los puños, conteniendo su ira.
Uriel bajó la mirada, sintiendo el peso de las palabras.

—No viniste a tentar, viniste a dividir —dijo con calma.

—No —respondió el reflejo, acercándose un paso— Vine a reclamar lo que me pertenece.
Yo soy tu mitad. Sin mí, jamás serás completo.

El alma partida

El viento se levantó de repente. Las hojas volaron en círculos, el agua se agitó, y el reflejo extendió sus alas grises. De ellas brotó una energía sombría que envolvió el bosque. Los animales huyeron. El sol desapareció tras nubes negras. Y Asmodeo sintió cómo su pecho ardía: la luz de Uriel titilaba, inestable.

—¡Uriel, resistí! —gritó—. ¡No escuches su voz!

Pero el reflejo sonreía.

—¿Qué tiene de malo la oscuridad si nace del amor? ¿No fuiste vos quien amó a un caído?
¿No fuiste vos quien desafió las leyes del cielo? Entonces, ¿por qué me temés, si yo soy la prueba de ese amor prohibido?

Uriel se llevó las manos al pecho, el corazón ardiendo. Podía sentir dentro de sí dos pulsos opuestos: el de la luz que lo había definido y el de esa oscuridad nueva, melancólica, que lo llamaba por su nombre. Por primera vez, el ángel sintió miedo de sí mismo.

—Uriel —susurró Asmodeo, tomándolo por los hombros—. Mírame. No sos su reflejo. Sos quien eligió amar cuando todos te dijeron que era pecado. Sos quien me salvó. Y yo no pienso perderte ahora.

Las lágrimas ardieron en los ojos de Uriel.
En su interior, la voz del reflejo rugía, intentando apoderarse de su mente. Pero el toque de Asmodeo era como fuego sagrado, derritiendo el hielo que el reflejo intentaba sembrar.

—Callate —dijo Uriel, temblando— Ya no sos parte de mí.

—Mentís —respondió la sombra— Siempre lo fui… y lo seré hasta el último amanecer.

El choque de los dos Urieles

El reflejo extendió la mano. De sus dedos brotaron líneas negras que se enredaron en el aire, uniéndose como raíces oscuras para formar una lanza.

—Si querés negar lo que sos —dijo—, entonces morí purificado.

Uriel levantó su espada de luz. La colisión de ambas armas provocó una explosión que desintegró el bosque a su alrededor. Las montañas se partieron, el lago se evaporó, y el cielo se tiñó de fuego.

Asmodeo fue lanzado hacia atrás por la onda expansiva, pero antes de caer extendió sus alas turquesa, envolviendo el espacio con un resplandor que detuvo el colapso.

En el aire, los dos Urieles luchaban con furia.
Eran idénticos. Cada golpe era reflejado, cada movimiento replicado. Hasta que Uriel el verdadero cerró los ojos. Y comprendió. No se trataba de destruir. Se trataba de aceptar.

Bajó la espada. El reflejo lo atravesó con su lanza de oscuridad pero en lugar de sangrar, Uriel lo abrazó. El reflejo intentó liberarse, gritando con voz deformada, pero la luz comenzó a emanar del cuerpo del ángel.Una luz cálida, rosa y dorada, que lo envolvió todo.

El falso Uriel tembló. Sus alas se tornaron blancas, luego doradas, y finalmente se disolvieron en millones de partículas de luz que se unieron al cuerpo del verdadero.

Asmodeo cayó de rodillas, contemplando el milagro. Cuando el resplandor se apagó, solo quedaba Uriel. Sus alas eran ahora de un tono platinado con reflejos rosas, y su mirada había cambiado: ya no era solo luz. Era luz y sombra. Era completo.

La voz que regresa

El aire se detuvo. Y de pronto, una voz antigua la misma que creó el universo resonó en el viento.

Así debía ser. El amor debía sanar lo que el miedo dividió. Y vos, mi hijo, sos el ejemplo de que incluso la sombra puede ser sagrada.

Uriel cayó de rodillas, con lágrimas corriendo por su rostro. Asmodeo se acercó y lo sostuvo, sonriendo con los ojos humedecidos.

—Ahora entiendo, Uriel. Todo el camino era esto. El Padre nunca quiso que te libraras de tu oscuridad. Solo que la ames sin dejar que te consuma.




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