El beso del bosque [os]

EL BESO DEL BOSQUE

CAPÍTULO ÚNICO

 

Todavía persigo al zorro que corre herido por el arma de los hombres y lo escucho resollar con cada salto que hace para evitar los troncos de los árboles caídos, movido sólo por el instinto de supervivencia. Puedo imaginar qué le ha de gritar aquella voz: huye, más adentro, donde no puedan encontrarte.

La gruesa voz de uno de los cazadores levanta una bandada de aves que reposaban, y varios animales se ocultan alarmados por el sonido de las pisadas de una decena de persecutores que han vuelto caos la tranquilidad del bosque.

De cerca, sigo el aroma del miedo hasta encontrarlo de nuevo, detrás de una cría humana que le protege de las armas.

—¡No, papá!

Escucho los lamentos por el animal y curiosa por la extraña demostración, mi ira se desvanece solo un instante. El hombre que se le parece no quiere ceder, pero perdona la vida del zorro con el tercero de los llantos y me observan sus ojos cargados de un profundo recelo. «Vendré por ti», sé que piensa.

El pequeño le sigue la mirada y es la primera vez que reconocemos la existencia del otro, atrapados en un hipnótico silencio.

—Vamos ya, Emuel. Tu madre nos espera. 

Antes de desaparecer en el lúgubre paisaje de tierra que colinda conmigo se vuelve hacia atrás y siento su mano cuando acaricia una gran planta que brota bajo el suave tacto.

 

*

 

El murmullo del agua me despierta del profundo sueño, tantos días después que he perdido la cuenta. Un hombre cuya piel ha sido bronceada por el sol se baña en las puras aguas de mi interior y mientras guardo distancia, busco en la cercanía las armas que ha de usar contra mis hijos, pero sólo trae un pequeño cuenco con las sobras de una merienda.  

Decido acercarme, procurando no ser vista por él; sin embargo, se vuelve hacia mí cuando las ondas corren en su dirección y es la segunda vez que nos vemos: las facciones de quien salvó la herida bestia se han vuelto angulosas y duras, y la barba es la misma de los fríos cazadores. Las palabras se le quedan a medio camino y al final, soy yo quien habla primero.

—Has crecido, Emuel. —Recuerdo su nombre, ¿cómo no hacerlo? Al escucharme sus labios tiemblan, mezclando en ellos el pavor y admiración; tengo la necesidad de tocarlo hasta que el agudo trinar de un ave despeja mi pensamiento—. Vete.

Ahora es él quien corta distancias.

 —¿Cómo puedo llamarte?

La sorpresa inicial se ha vuelto curiosidad y noto su mano que intenta alcanzarme, pero pasa a través de mí.

—Bosque. Soy el espíritu de este lugar, el bosque mismo.

—¿Nos hemos visto antes?

Asiento en silencio; el aliento de un suspiro me provoca cosquillas y estoy a punto de ceder a su presencia, pero sé que es demasiado peligroso y que no tardarán los suyos en emprender su búsqueda. Parece leer mi pensamiento, porque añade:

—No vendrán tan profundo por mí, Bosque. Solo estoy yo, que te he buscado durante años.

—No sé por qué lo harías, Emuel.

—Es difícil no volver cuando allí me espera la soledad. Mi familia busca una mujer para mí, pero no puedo atarme a alguien que vive entre piedra muerta y decora su hogar con el cadáver de una bestia.

Una flor se marchita por la pena.

—Detente, calla y vete si hablarás de mis hijos perdidos.

Ante mi insistencia, Emuel se levanta e inclina su cabeza después de asegurarme que vendría al día siguiente, cuando el sol estuviera en lo más alto. «Es el único momento que puedo permitirme para mí». Su figura se hace indistinguible entre la maleza y la niebla del atardecer, pero me quedo en el mismo lugar hasta que ha pasado mucho como para que siga en el bosque.

Uno de los espíritus aparece detrás de mí, en la figura de un enorme ciervo. Me reprocha con la mirada el íntimo contacto con el desconocido y me limito a darle la razón, a pesar de que no lo siento como un extraño en lo absoluto.

—Entiendo cómo te sientes, Bosque, pero tu deseo es imposible.

Quiero llorar cascadas hasta que se desborde el agua sobre la tierra y volver secos los retoños con la ira que me provoca tanta soledad.

—Quizá.

Sin embargo, antes de que el sol brille con fuerza ya lo estoy esperando en el mismo lago sin permitirme el descanso, temerosa de que si me atrevo a soñar, él no vuelva más.

No aparece sino hasta después de cinco días con la piel marcada por el duro castigo, según me dice, por rechazar la pretendiente favorita de su tía.

—¡Vestida con piel de animal! —Sus manos simulan rodear el rostro que he creado para hablar con él—. No soporté escuchar su chillona voz, después de oír la suavidad de tus palabras, Bosque. Oh, Bosque, por favor, déjame quedar.

El lago se remueve inquieto de repente, y gran parte de mis flores dirigen sus colores a Emuel; estoy a punto de decirle que sí, pero recuerdo que él es tan efímero como el viento de la noche.




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