El Beso del Demonio

Cap. 06

Observa la capilla, luce bastante cuidada, los bancos de madera brillan ante la luz de los ventanales, los cristales que dibujan escenas de la antigua biblia le dan un toque casi mágico y allí donde el altar se alza en todo su esplendor puede ver La Sede y el Presbiterio completamente pulcros, desolados, ridículamente adornados con rosas rojas.

― Luciana, tiempo sin vernos ― un hombre enfundado en una toga negra con detalles platinados se acerca a ella con una sonrisa media.

― Padre Adolf, luce tal cual lo recuerdo ― le sonríe.

― Bueno, el tiempo no pasa para algunos ― le devuelve el gesto ― Debo decir que a ti el tiempo te ha hecho justicia, te ves… encantadora.

― Gracias ― observa a su alrededor ― Recordaba el lugar más grande.

― A tus ocho años de edad todo debe haberte parecido un mundo inmenso ― comenta ― El lugar no ha cambiado y tampoco la hipocresía que se reúne aquí cada domingo.

La joven lo observa curiosa, aquellas últimas palabras le parecen algo crueles, poco propias de un hombre que practica la fe pero, no comenta nada sobre ello, cada quien lleva sus cargas y responsabilidades como mejor peude.

― ¿Por qué estás aquí Luciana? Llevas años sin venir, me atrevo a decir que ni siquiera has de tener fe ― la observa serio.

― Yo… Es que, me es tan difícil. Todos estos años me han dicho que estoy loca, que son alucinaciones de mi mente o que la pubertad y los cambios emocionales me hicieron esto pero no es así, sé que algo ocurre y tengo tanto miedo… ― solloza cubriendo su rostro con las manos.

 El sacerdote la ve sin inmutarse, pasea su vista por el lugar hasta volver a caer en la joven para acercarse y jalarla en su dirección, estrechándola con fuerza, dejando que por un segundo se sienta acompañada, comprendido y no juzgada.

― Siempre lloras Luciana, siempre sufres, vida tras vida… Realmente me causa curiosidad que repitas la misma acción sin querer parar ― suelta de pronto, la joven frunce el ceño mientras las ultimas lagrimas caen por sus mejillas.

― ¿Qué? ― eleva la vista para verlo, confundida, esas palabras… las ha escuchado antes… en algún lado… de alguna persona que no es él.

― Tan bella y tan sola ― sonríe viéndola ― ¿Por qué no te quedas conmigo? Dejarías de sufrir, dejarías atrás todas estas situaciones que tanto te perturban; si fueras mía, tendrías a tus pies el universo entero, piénsalo, poder, gloria, todo lo que quisieras sería tuyo.

Luciana se aparta unos centímetros para verlo a la cara, con el ceño fruncido abre los ojos a más no poder cuando nota que el rostro del hombre ha cambiado por completo mostrándole el de alguien mucho más joven, de cabello negro como la noche y ojos rojos cual sangre; abre la boca impresionada, ¿Acaso es otra alucinación? ¿Acaso su cordura es tan escasa que imagina personas que no pueden existir? Tal vez, todo se ha salido de control por completo después de todo…

Antes de que pueda retroceder espantada y pudiendo predecir los movimientos de la muchacha el extraño que la retiene besa la comisura derecha de sus labios, aquel efímero toque causa escalofríos en ella e inmediatamente la piel en contacto comienza a arder como si estuviera quemándose a fuego lento. Quejándose por el ardor en su rosto se aparta unos pasos, su mano toca la zona herida y no puede evitar soltar un quejido bajo mientras sus ojos van directamente a ese hombre misterioso.

― ¿Quién…? ― balbucea ― ¿Dónde está el padre Adolf? ¿Qué sucede? ¿Cómo sabes mi nombre?

― Yo sé todo sobre ti, Luciana, creo que te conozco desde hace siglos. ― sonríe ― El padre Adolf murió hace un tiempo, era inútil después de todo, tuve que encargarme de él después de que se pasó de listo al bautizarte y complicar un poco las cosas para mí.

― ¿Para ti? ¿Qué tienes tú que ver conmigo y lo que me ocurre? ¿Qué le hiciste? ― susurra lo último retrocediendo.

― Muchas preguntas, poco tiempo de respuestas y francamente no me es divertido ― se encoge de hombros. ― ¿Vendrás conmigo? ― ladea la cabeza viéndola.

― No sé quién eres, tampoco sé porque intuyes que podría seguirte así sin más ― suelta la joven.

― Por supuesto que sabes quién soy ― sonríe divertido ― Toda tu vida lo has sabido. Eres capaz de hacer lo que sea para poder escapar de esta encrucijada, para poder gozar de un poco de normalidad, es más, te puedo dar la certeza linda Luciana de que todo esto empeorará con el paso de los días, llegarás a desear morir.

 ― No… ― niega, tan solo imaginarlo le pone la piel crespita ― ¿Por qué?




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