El Beso del Demonio

Cap. 19

  RECUERDO

“Estaba realmente cansada, había tenido una mañana pesada junto a mi padre y toda la familia. Ser una de las más importantes en esta sociedad no era fácil, las apariencias eran muchas, la falsedad en la gente ni hablar, siempre algo querían, siempre querían sacar provecho del apellido, de las amistades e incluso de los matrimonios y eso era lo que más me desesperaba; yo no podía ser parte de todo ello aun cuando me habían educado y criado especialmente para ello, era parte de mi “destino“, según mi estoica madre.

¿Cómo podía algo que me entristecía sumamente ser parte de mi destino? ¿Cómo siquiera podía pensar en que yo deseaba realmente casarme con un hombre que no había visto en mi vida y serle fiel y obediente?

Todos estaban fascinados y encantados con el compromiso que querían imponerme, con la supuesta boca que se llevaría a cabo una vez yo aceptara –que de no hacerlo estaría condenada socialmente y por mi familia- casarme con Sir no sé cuánto… ¿Boda? Parecía que estaban vendiéndome al mejor postor, y a nadie le importaba.

La época era realmente un fiasco, no encontraba donde ser libre, no podía ser yo y por primera vez en mi vida me cuestioné si realmente deseaba vivir así.

―Padre, creo que estás apresurando las cosas, quisiera que me dieras algo de tiempo para conocer a dicho hombre ― camino detrás de él manteniendo mi postura cuando la ansiedad realmente está ganando terreno.

― Luciana, sabes que eso no es algo que se pueda discutir, el joven Ford desea verte cuanto antes y me parece inapropiado posponer su primer encuentro ― voltea a verla, su hija se ha convertido en una bella jovencita, dulce, pulcra y recatada. ― Sé qué piensas que tienes tiempo aun, pero ya tienes diecinueve años de edad, estás en tu mejor momento, ¿Qué esperas hacer de tu vida?

No respondí, no podía decirle que deseaba mandar todo al diablo, que no serviría de nada toda esa educación que tanto invirtió en mí, que tanto se encargó en hacerme odiar; porque sí, yo había aprendido varios idiomas, poseía conocimientos en historia, arte, esgrima, montar a caballo, baile y música pero todo ello solo me hacía ver inalcanzable a los demás cunado en lo único que me convertía era una niña solitaria y dejada de lado por las demás jovencitas que envidiaban toda esa “vida” mía.

Asentí obediente, no era propio ni bien visto que se le contestara algo inapropiado a los padres, lo que ellos dictaban se hacía y yo me preguntaba si algún día tal cosa fuese a cambiar, si para mis hijos o nietos ese régimen que se nos había impuesto desde tiempos remotos ya estaría erradicado.

Acomodé mi vestido, era algo pesado para mí, demasiado sofisticado y algo ostentoso para mi gusto pero mi madre solía encargar los mejores vestidos de encaje, de última tendencia y de las telas más valiosas para diseñar el guardarropas de las mujeres de la familia; mis hermanas no tenían problema en lucirlos pero a mí se me antojaba egocéntrico llevarlos a todos lados. Me coloqué los guantes de miriñaque a juego y arreglé mi cabello bajo el fino y casi imperceptible tocado, dejé a mi padre sumergirse en ese nuevo mundo de política en el que deseaba tanto entrar y caminé rumbo a la plaza mayor, esperando poder tomar algo de aire fresco y espabilar mi mente de las preocupaciones; apenas llegué me invadió la linda imagen de las niñas jugueteando con sus muñecas de porcelana, aún tenía algo de libertad hasta que entraran en el mundo de los adultos, sonreí, yo extrañaba esas oportunidades y posibilidades que la inocencia y la imaginación brindan.

Caminé algunos minutos alrededor del lugar, me permití relajarme unos momentos y dejar de lado todo el protocolo y los buenos modales sumados a las buenas posturas, llegué al final del mismo y decidí tomar algo, cerca del centro de la ciudad podría pedir algo para llevar; fruncí el ceño, a mi madre no le hubiera agradado que me paseara sin una escolta o una chaperona pero qué más daba, ya estaba allí. Doblé en la esquina siguiendo a la multitud que se conducía ociosa por las tiendas del lugar, pero no llegué muy lejos pues choqué de lleno con un caballero.

― Perdone usted, estaba distraída, cielos que torpe ― me excuse tomando los papeles que habían caído de sus manos al suelo.

― No hay problema, son solo papeles ― me respondió tranquilo.

 Cuando mis ojos lo encontraron me quedé estupefacta, no era alguien de por aquí, no lo había visto jamás y sentí algo de cosquilleo cuando sus dedos rozaron los míos al tomar la documentación, jadee por lo bajo mientras no dejaba de verlo; sus ojos, tan azules como el mismo cielo, esa sonrisa juguetona que demostraba que sabía a la perfección lo que estaba causando en mí y me vi forzada a desviar la mirada.




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