El Beso del Demonio

Cap. 28

“― ¿Dónde vamos, Padre? ― el ángel recién llegado observa a la gran masa de luz divina que se pasea junto a él con total parsimonia.

― Quiero que conozcas a algunos de tus hermanos ― la voz grave y cariñosa resuena en todo el lugar ― La mayoría de ellos ya se encuentran en la Tierra, con misiones complicadas y llenas de peligros, por lo que solo los más jóvenes y en entrenamiento aún están conmigo.

― ¿Cuándo podré verte? ― pregunta ansioso.

― Paciencia, Samael, el tiempo llegará cuando estés listo y verás que habrá valido la pena toda esa espera ― responde mientras se acercan hasta una enorme estructura que desprende un sinfín de melodías no escuchadas jamás por el oído humano, una estructura que pareciera estar echa de oro.

El joven Samael –quien aparenta tener apenas unos catorce años de edad humana y con unas simples alas a los lados de su espalda― observa admirado todo lo que lo rodea, allí algunos ángeles como él estudian y practican junto a los Serafines y Querubines –que se encargan, entre otras cosas, de proveerles conocimiento y prepararlos para el mundo humano-; en el centro del enorme salón cuya cúpula pareciera ser infinita y no puede vérsele por mucho tiempo, dos recién nacidos esperan en el mismo y en cuanto los ven llegar con una sonrisa se abalanzan sobre quien los ha traído al mundo.

Samael observa a sus pares, Sorobabel llama la atención del pelinegro pues lleva el cabello largo y tan dorado como los rayos del sol con ojos celestes como el cielo, tal y como sería un día de primavera y con una encantadora sonrisa acepta la caricia que Dios le brinda; por otro lado, el tercer joven presente los observa complacido, con ojos platinados y cabello blanco parece de lo más tierno e inofensivo y clava su vista en él. El pelinegra abre los ojos sorprendido por la intensidad de su mirada y ambos, azul y plateado no dejan de chocar.

― Tranquilos ― la risa estruendosa resuena por todo el lugar ― Ustedes serán grandes amigos, hermanos, compañeros.  ― Samael, Sorobabel y Azrail, mis pequeños niños.

― ¿Qué se supone que harán ellos Padre? ― La voz de Amenadiel los obliga a voltear.

Amenadiel pasa sus ojos cafés por cada uno de sus “hermanos”, no parecen siquiera agradarles por lo que pasa de ellos y centra la atención en su Creador, cabe destacar que lleva algo de tiempo ya desde que salió de la zona de “aprendiz” y a los ojos de un humano aparenta haber pasado ya por la adolescencia aunque que tenga muchísimos años más de vida.

― Pronto entenderán sus roles entre nosotros, por el momento, quiero que aprendan todo lo que puedan y quieran ― se aleja lentamente ― El resto llegará en el momento indicado.

Con una sonrisa, los tres ángeles se observan y así dan comienzo a lo que sería una de las amistades más fuertes y duraderas de todas, puesto que con el pasar del tiempo, el aprendizaje que comenzaron a obtener y las experiencias que los llevaron a consolidarse entre ellos y cada uno de ellos reforzaron aún más ese lazo –envidiado por muchos-. Poco a poco se fueron transformando, de jóvenes “niños” inexpertos, temerosos y llenos de curiosidad llegaron a ser jóvenes adultos, experimentados, llenos de conocimientos, ansias, sed de aventuras y gran curiosidad, especialmente, Samael; él quería ver mucho más, quería ser parte de algo importante y estaba decidido a encontrarlo porque esa fascinación que tenía con ser libre y hacer su voluntad lo impulsaba a pensar diferente, a tomar decisiones que no le correspondían y más de una vez rompió las reglas e incluso pecó y corrompió su ser, siempre era perdonado, era dotado con oportunidades de ser mejor, de avanzar, de aprender y tomar su lugar entre sus hermanos pero no parecía ser lo suyo, nunca.

― Samael vamos a volver a meternos en problemas ― rueda los ojos Azrail sonriendo, se ha convertido en la voz de la razón del grupo, pero no quita que suele dejarse influenciar por su hermano.

― Pero no puedes negar que es excitante ― responde el mencionado extendiendo sus alas mientras observa el pasaje dimensional que los llevará a su destino.

― Bueno, al menos me han invitado esta vez ― Sorobabel los observa con reproche.

― No te molestes ― ríe el pelinegro ― Fue Azrail quien insistió en que vinieras, al parecer no puede vivir sin ti.

― ¡Oye! ― el peliblanco chasquea la lengua avergonzado, desvía la mirada mientras sus alas se expanden.

― Oh ― la rubia le sonríe, aunque él no quiera verla sabe qué también está sonriendo ― Entonces, ¿Cuál es el plan?

― Vamos a la Tierra, echaremos un vistazo ― guiña un ojo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.