El beso del Dragón

Primer contacto

-¿No es muy temprano para que salgas? -pregunto desde la cocina. 
Siempre sabia cuando iba a salir, aunque no hiciera nada de ruido. Sonreí levemente al recordar aquellas veces que de niña me intentaba escapar y ella siempre me atrapaba. 
-El sol aun no sale y hay mucha neblina. Además no te has desayunado.

-Quiero ir a visitar a Pá, desde que llegué no he ido a verlo -dije desde el pasillo. Má, se quedo callada. 
Se que la vida no ha sido justa con ella; le ha quitado mucho en muy poco tiempo.
Salí, ella no me detuvo de ninguna manera.

Aun estaba oscuro y la neblina aunque no era tan densa, era molesta a la vista. 
Caminaba a paso apurado. Sentía como si alguien me mirara desde algún lugar. Parecía escena de película de terror de bajo presupuesto. Al doblar la esquina esperaba encontrar al asesino que me perseguía, pero nada, a menos que el asesino de mi película fuera una cuchara. 
Toda la ciudad estaba muerta, quizás porque aún eran las cinco de la mañana. 
Ya me había puesto algo paranoica al llegar a la puerta del cementerio. Se me hizo un nudo en el estómago, era pánico con una mezcla de jugos gástricos.

Este es un pueblo con muy pocas personas para que un asesino en serie se interese en el.

Respire hondo, me puse la capucha del abrigo y entre. Julio no había criado a ninguna cobarde. 
Busque entre las tumbas hasta encontrar la de él.

Julio Sepulveda 
1930-2014
 


 

《Los muertos pertenecen a la tierra que los vio nacer》
 

 

-Hola, Pá -dije justo antes de sentarme frente a la lápida -. No sé porque se empeñan en traerte flores con lo mucho que la detestas. Decías que cortar una flor era un acto de crueldad hacia el planeta, que las flores se ven más bonitas sembradas -dije quitando las flores secas que tenía la lápida -. Te extraño tanto... No sé si Má te contó, pero me quedare a vivir aquí y vendré a verte seguido. 
por la esquina derecha de la lápida subía una oruga. Me quedé fijamente mirándola e imaginando que Pá podía haber vuelto a través de ella. 
-Cuanto me gustaría que estuvieras aquí.

Suspire.

-¿Segura? -gire la cabeza en dirección a la voz y vi una monumental sombra. No pude evitar tirar un grito cuando dio un paso hacia mi. Sentí como el miedo se apoderaba de mi, mi corazón iba muy rápido. Sentía que el aire me faltaba y que el corazón se me salía del pecho. La figura iba a dar otro paso, pero no puedo asegurar que lo dió porque ya no supe de mi.

Ring...Ring...Ring...
El sonido del celular me despertó. 
Once llamadas perdidas de Má y cinco mensajes.

¿Dónde estas?

Ya hace rato que saliste.

Dominic, por favor contesta.

Fui al cementerio y no estabas.

¿Dónde estás?

Mire a mi alrededor. Estaba en una habitación enorme, con los mismos muebles que parece haber tenido desde hace un siglo. Las ventanas, las que parecían salidas de alguna película del renacimiento, estaban cerradas. Apenas se filtraba un poco de luz. 
Me pare torpemente, el piso estaba helado. Me di cuenta que no traía zapatos. 
La puerta de la habitación estaba abierta, no salí. Las chicas de las películas siempre salían y no regresaban vivas. La habitación parecía el escenario perfecto para una película de brujas de la época medieval 
Busque mis zapatos por toda la habitación, pero no los encontré. 
Volví a agacharme bajo la cama, quizás mi vista me había engañado.

Lo único que recuerdo es aquella figura en el cementerio. Y me daba terror solo imaginar que me había secuestrado.

-¿Qué hace? -quede petrificada mirando debajo de la cama. Esa fue la misma voz que había escuchado en el cementerio. Dure unos segundos en silencio solamente escuchando los rápidos latidos de mi corazón. 
Me pare del suelo sin darle el frente.

-¿Quién eres? -pregunte con voz temblorosa.

-Tus zapatos están en el closet.

Con la cabeza gacha y sin mirarlo fui hasta el closet. Al abrirlo una pequeña nube de polvo salió. Había mucha ropa y zapatos polvorientos. Solo tuve que mirar para abajo para ver mis zapatos.
Me sentía como una niña estúpida e indefensa.

-¿Quién eres? -volví a preguntar mirando fijamente mis zapatos.

-¿En serio quieres saber? -pregunto. Me volví para verlo. Era alto, quizás seis tres o seis cuatro; fornido, de tez pálida y cabello negro intenso por los hombros. Y sus ojos, sus ojos eran como fuego, una mezcla de verde y amarillo. Ipnotisantes.

-S...Si.

-Mi nombre es Austin Volaide -dijo para luego lamerse el labio inferior.

Volaide...
Se me hacía muy familiar ese apellido, pero no comenté nada. En realidad seguia muy espantada.

-¿Qué hago aquí? -pregunte tratando de ignorar sus labios.

-Te desmayaste en el cementerio -comento mirándome fijamente.

Sentía como si me escudriñara hasta el alma con esa mirada.

-Es bueno dejar a los muertos en paz, y mas, sino tienes el suficiente valor para verlos volver.

-No estoy acostumbrada a que me respondan...

-Lo note.
Sus ojos se volvieron más intensos. Mis mejillas ardían de la vergüenza.

-Póngase los zapatos. Tomará un resfriado si sigue con los pies descalzos. Cuando termine salga por el pasillo hacia la derecha y luego vuelva a doblar hacia la derecha.

Se dio la vuelta sobre sus talones y se marchó, sin siquiera esperar a que dijera algo.

Mientras me ponía los zapatos trataba de recordar dónde había visto esos ojos antes y donde de donde recordaba ese apellido. Ya el miedo se había ido y había sido sustituido por la curiosidad. 
Salí de la habitación siguiendo las indicaciones que él me dio, eran pasillos interminables oscuros, al punto de no poder distinguir casi nada.




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