Lorraine despertó sobresaltada, con el corazón martillando en su pecho. Un sudor frío le recorría la espalda, y su mente luchaba por liberarse de las imágenes que la habían acosado durante el sueño. Vagamente recordaba sombras alargadas, susurros que apenas podía entender, pero que parecían llamarla por su nombre para arrastrarla hacia algo que no podía ver. Y siempre, siempre, esos ojos. Ojos brillantes y penetrantes, que la observaban desde las tinieblas.
Respiró hondo y trató de calmarse. Era solo un sueño. Cerró los ojos y dejó que el silencio del apartamento la envolviera, esperando que el día fuera más amable que la noche. Sin embargo, aunque su habitación estaba sumida en una calma engañosa, la sensación persistente de que no estaba sola seguía allí. Como si hubiera algo más allá de las sombras, algo que la esperaba pacientemente. El sueño había sido vivido, demasiado real para descartarlo como una simple pesadilla.
Mientras se levantaba para preparar el desayuno, recordó los eventos de la noche anterior. La figura que había visto desde el balcón. ¿Había sido real o producto de su imaginación? La inquietud se agitaba en su interior. Si bien había sentido miedo, había algo más en esa mirada que no podía comprender del todo. No se sentía amenazada, no de la manera en que uno teme a un asaltante o un peligro físico, pero esa figura misteriosa había dejado una huella en su mente.
El día transcurrió como cualquier otro, aunque Lorraine no lograba concentrarse. El trabajo en la librería fue lento y tedioso. Mientras organizaba libros y atendía a los pocos clientes que entraban, no podía evitar pensar en las sombras, en esos ojos. Y entonces, hacia el final de la tarde, cuando las luces del atardecer comenzaban a teñir el cielo de naranja y rojo, lo sintió de nuevo. Esa presión en el aire, como si alguien la estuviera observando.
El cabello en la nuca se le erizó y un escalofrío recorrió su espalda. La chica se giró, de manera discreta, tratando de disimular su nerviosismo, pero no vio nada fuera de lo común. No obstante, esa sensación no la abandonaba. Miró hacia la entrada de la tienda y por un instante creyó ver una figura oscura de pie al otro lado de la calle, inmóvil. Parpadeó y la figura ya no estaba.
Lorraine tragó saliva con dificultad, sintiendo que sus manos temblaban. No era la primera vez que lo veía. Esa silueta, ese hombre que se escondía entre las sombras, aparecía cada vez con más frecuencia. Durante las últimas semanas, algo en su vida había cambiado, y no podía negar que era la causa de su ansiedad. Decidió cerrar la tienda antes de lo habitual, justificando su acción con una excusa vaga de sentirse indispuesta.
El crepúsculo caía rápido cuando salió a la calle. Aceleró el paso, tratando de convencerse de que solo necesitaba llegar a casa, refugiarse tras las puertas cerradas de su apartamento. Sin embargo, mientras caminaba, la ciudad a su alrededor parecía más oscura que de costumbre. Las sombras se extendían con una malevolencia que antes no había notado. Y entonces, lo escuchó.
Un susurro.
Lorraine se detuvo en seco. El sonido no venía de ningún lugar visible. Era apenas un murmullo, como una corriente de aire que traía consigo palabras que no lograba descifrar del todo. Su corazón se aceleró. El viento jugaba con su cabello, y de nuevo escuchó ese susurro, más claro esta vez, como si alguien pronunciara su nombre desde algún rincón oculto de la ciudad.
—¿Quién está ahí? —preguntó, mirando a su alrededor, sabiendo lo absurdo que era hablarle a la nada, pero incapaz de contener el impulso.
El silencio que siguió fue aún más inquietante. Apretó la mandíbula y reanudó su marcha, ahora más rápido, casi corriendo, con el miedo creciendo en su interior. Mientras avanzaba por las calles vacías, tuvo la clara sensación de que alguien la seguía. Giró varias veces la cabeza, pero no vio a nadie, aunque el peso invisible de esa mirada la acompañaba cada paso que daba.
Alcanzó su edificio y se apresuró a entrar, cerrando la puerta de golpe tras ella. El alivio fue inmediato, pero no duradero. Mientras subía las escaleras, no podía dejar de pensar en lo que había sentido. No era paranoia. Había algo o alguien que la observaba. Lo sabía. Y lo peor de todo es que, en lo más profundo de su ser, una parte de ella deseaba conocer más.
Esa noche, la chica no pudo dormir. Encendió todas las luces del apartamento, pero el sueño no llegaba. Los susurros seguían resonando en su mente, y cada vez que cerraba los ojos, veía a la figura que la seguía en la penumbra. Se levantó varias veces para mirar por la ventana, mas la calle estaba desierta.
Hasta que no lo estuvo.
Eran las tres de la mañana cuando lo vio por primera vez, claramente. Una figura alta y esbelta, vestida de negro, de pie en la acera frente a su edificio. Lorraine contuvo el aliento. El desconocido no se movía, pero ella sentía su mirada, incluso desde la distancia. Las farolas apenas iluminaban su rostro, aún así, había algo en él, una oscuridad que lo envolvía, como si la luz no pudiera alcanzarlo por completo.
No podía apartar la vista. Algo en su interior la llamaba, la empujaba a observarlo más de cerca, pero el miedo la mantenía congelada en su lugar. Era como si la figura estuviera esperándola, como si todo hubiera llevado a ese momento.
Y entonces, en un parpadeo, desapareció.
Lorraine dio un paso atrás, incrédula. ¿Acaso lo había imaginado? ¿Estaba perdiendo la cabeza?
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Editado: 09.04.2025