El beso del vampiro

Capítulo 3

Lorraine no podía ignorar lo que había sucedido. El encuentro con el hombre que aparecía en sus sueños no era una simple fantasía, ni un nuevo sueño distorsionado por su soledad o el miedo. Había algo más, algo real, tangible. Las palabras de aquel chico, el brillo oscuro en sus ojos y su presencia abrumadora, la inquietaban, pero también despertaban en ella una necesidad imperiosa de respuestas. ¿Quién era él? ¿Por qué la había estado observando durante tanto tiempo? ¿Y por qué sentía, en lo más profundo de su ser, una extraña familiaridad con él?

La mañana siguiente a su encuentro, la chica decidió investigar. Se dirigió a la biblioteca más antigua de la ciudad, un lugar que siempre había sido una fuente de paz para ella, pero que hoy sentía extrañamente amenazante, como si cada sombra en los rincones oscuros ocultara secretos que ella aún no estaba lista para descubrir.

Se dirigió al sótano, donde guardaban los libros antiguos, algunos de ellos cubiertos de polvo y olvidados por el tiempo. Pidió acceso a textos históricos sobre leyendas y mitos locales. No estaba segura de qué buscaba exactamente, pero algo en su intuición le decía que las respuestas estaban allí, escondidas en las páginas de aquellos libros.

Lorraine pasó horas revisando pergaminos, anotaciones y manuscritos desgastados. Se topó con varios relatos de criaturas de la noche, leyendas de vampiros que acechaban a las ciudades bajo la luz de la luna. Pero había un relato en particular que captó su atención. Era la historia de un vampiro llamado Vladimir, un noble guerrero convertido en una criatura inmortal, condenado a vagar por el mundo después de haber traicionado a su clan. Según el manuscrito, Vladimir había sido un protector de su pueblo, hasta que su ambición lo llevó a una maldición eterna. Ahora, su existencia estaba ligada al destino de una mujer a la que había amado profundamente en otra vida. Una mujer que reencarnaba una y otra vez, sin recordar su pasado, mientras él permanecía condenado a buscarla.

La chica sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Algo en esa historia resonaba en su interior. Era como si la estuviera describiendo a ella.

Cerró el libro con manos temblorosas, pero no pudo apartar la idea de que esa leyenda, aunque fantasiosa, estaba de algún modo conectada con lo que estaba viviendo. Podía ser una coincidencia… o no.

Salió de la biblioteca cuando ya caía la tarde, y las luces de la ciudad comenzaban a encenderse. Mientras caminaba de vuelta a su apartamento, la inquietud crecía en su pecho. Recordaba vívidamente los ojos del hombre que la había observado la noche anterior. Los mismos ojos que ahora sentía siguiéndola de nuevo.

***

Esa noche, Lorraine tuvo un sueño diferente. No era una pesadilla esta vez, sino algo más profundo.

Se encontraba en una ciudad antigua, con calles empedradas y edificios de piedra que parecían haber resistido al paso del tiempo. El cielo estaba teñido de un rojo anaranjado, como si el ocaso durara eternamente en ese lugar. La chica caminaba entre la gente, vestida con ropas que no reconocía, pero que de algún modo sabía que pertenecían a otra época. No estaba asustada, solo desorientada. Sentía que había estado allí antes, como si ese escenario le fuera extrañamente familiar.

A medida que avanzaba, algo la detuvo. Era una figura en la distancia, un hombre con una capa oscura que se movía con la gracia de un depredador entre las multitudes. Lorraine lo reconoció al instante. Era él, el chico que la había estado siguiendo. Pero en este sueño, él no parecía ser un extraño. Al contrario, era como si siempre hubiera estado a su lado, acechándola a lo largo de los siglos.

Vladimir se acercó con pasos lentos y calculados, con sus ojos clavados en los de ella. No había palabras entre ellos, solo una conexión que no necesitaba explicaciones. La joven sentía su presencia como algo conocido, íntimo, aunque no podía entender por qué. Cuando él se detuvo frente a ella, extendió una mano. Ella vaciló, pero luego, como si algo más allá de su control la impulsara, colocó su mano en la suya.

En ese momento, el mundo a su alrededor cambió.

Muchas imágenes empezaron a fluir en su mente como un torrente. Vio destellos de otras vidas, otras épocas. Ella misma, aunque diferente: vestida como una noble en un castillo medieval, en una mansión victoriana, en las trincheras de una guerra olvidada, siempre acompañada por él, siempre conectada a él de alguna manera. Algunas veces lo amaba, otras lo odiaba, pero siempre estaban destinados a encontrarse.

En cada vida, Vladimir era testigo de su muerte. A veces ella moría joven, otras después de una larga vida, pero siempre volvía a nacer, y él siempre la encontraba. Y aunque los rostros y los tiempos cambiaban, la intensidad de su vínculo permanecía.

Lorraine despertó de golpe, jadeando. Las imágenes seguían girando en su mente, y ahora lo sabía con certeza. No era solo un sueño. Era más que eso. Eran recuerdos.

***

A la mañana siguiente, la chica se sentó en su pequeña mesa de café, mirando a través de la ventana mientras la ciudad comenzaba a cobrar vida. Sus manos temblaban levemente al sostener una taza de té, incapaz de borrar las visiones de su mente. Todo era demasiado confuso. ¿Cómo era posible que hubiera vivido tantas vidas y no recordara nada hasta ahora?

No pudo evitar pensar en Vladimir, en lo que él había dicho durante su breve encuentro: «He estado observándote». Ahora entendía el peso de esas palabras. No se refería solo a las últimas semanas. Había estado observándola durante siglos.




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