El beso del vampiro

Capítulo 7

La luna bañaba la ciudad con una luz plateada, dibujando sombras inquietantes en las calles desiertas. Lorraine caminaba por el parque cercano a su apartamento, el mismo que había sido su refugio tantas veces antes de conocer la verdad sobre Vladimir y el mundo oscuro que él habitaba. Sin embargo, esa noche, el parque parecía haber cambiado. El viento susurraba con palabras inaudibles, y las sombras parecían moverse a su alrededor, como si una fuerza invisible se desplegara en cada rincón.

El aire frío le cortaba la piel, pero no era solo el clima lo que la hacía estremecer. Había algo más, algo que no podía ignorar: una presencia que la seguía, la envolvía. Y no era solo el miedo lo que la acompañaba esta vez. Era la atracción, una tensión que había estado creciendo entre ella y Vladimir desde su primer encuentro. Sabía que él estaba cerca, lo sentía en cada fibra de su ser, como si sus almas estuvieran atadas de alguna forma extraña e inquebrantable.

Al pasar por un banco cubierto de sombras, lo vio. Vladimir estaba allí, apoyado contra un árbol con los brazos cruzados sobre el pecho, observándola en silencio. Su silueta parecía fundirse con la oscuridad, pero sus ojos, esos ojos penetrantes y rojos, brillaban como brasas encendidas. Siempre la observaba desde la penumbra, no obstante, esta vez había algo diferente en su mirada, algo más profundo que solo deseo. Era hambre. No solo por su sangre, sino por algo más.

Lorraine se detuvo con la respiración agitada. Tenía la certeza de que estaba jugando con fuego. Cada encuentro con él la llevaba más cerca del abismo, y cada vez era más difícil resistir la tentación. El límite entre el deseo y la destrucción era cada vez más borroso, pero no podía apartar la vista de él.

—Lorraine —su voz fue un susurro en la noche, tan suave como una caricia, mas tan peligrosa como una daga escondida.

—¿Por qué me sigues? —preguntó ella, aunque ya sabía la respuesta.

Vladimir se movió con una gracia sobrehumana para acercarse a ella sin hacer el más mínimo ruido. Cada paso que daba, su presencia se hacía más intensa, y la chica sintió cómo su corazón se aceleraba.

—No puedo evitarlo —respondió él, con una mirada que atravesaba cualquier barrera que ella intentara erigir—. No quiero hacerlo.

Sus palabras resonaban con una sinceridad brutal, una confesión de lo que ambos ya sabían. Desde el momento en que sus destinos se entrelazaron, la posibilidad de resistir había comenzado a desvanecerse.

—No soy una de vosotros —dijo ella, dando un paso atrás con la voz temblando—. No soy inmortal.

Él sonrió. No había llegado a sus ojos, pero de alguna manera, la atrajo más hacia él.

—No lo eres… aún —replicó al inclinarse hacia la chica con una lentitud deliberada, como si le diera la oportunidad de escapar. No obstante, ella no se movió.

Su cercanía era abrumadora. Lorraine podía sentir el aire alrededor de él, frío y denso, como si toda la oscuridad de la noche estuviera concentrada en su figura. Podía oler su fragancia, una mezcla de algo antiguo y exótico, algo que evocaba noches interminables y secretos ocultos en las sombras.

Vladimir levantó una mano para rozar su mejilla con los dedos. El toque fue suave, pero ardía como una llama. La chica cerró los ojos para dejarse llevar por la sensación. Sabía que era peligroso, que debería alejarse, pero su cuerpo no respondía a la lógica, sino al deseo.

—Podrías serlo —murmuró él con sus labios tan cerca de los suyos que la muchacha podía sentir su aliento frío en la piel—. Podrías dejar de huir de la oscuridad y abrazarla. Ser parte de ella.

La joven abrió los ojos con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Sabía lo que él estaba sugiriendo. Estaba segura de lo que significaba ese ofrecimiento. Podría ser como él, inmortal, vivir en las sombras, libre de los miedos humanos. Pero también sabía que había un precio. Siempre había un precio.

—¿Y qué hay de mi alma? —preguntó ella en un susurro.

Él no respondió de inmediato, en cambio, la miró con una intensidad que casi la hizo estremecerse. Luego, con una suavidad que contrastaba con la oscuridad de sus palabras, dijo:

—Tu alma seguiría siendo tuya. Pero tu vida… sería nuestra.

Esas palabras la golpearon como una bofetada. Había un anhelo en su interior, una parte de ella que deseaba lo que él ofrecía, mas también había miedo. Miedo de perderse a sí misma, de desaparecer en la eternidad sin poder recordar quién era.

—No puedo —contestó ella al dar un paso atrás, intentando poner distancia entre ellos. Sin embargo, él no la dejó ir tan fácilmente.

Con un movimiento rápido, la atrapó por la cintura y la atrajo hacia él. Sus cuerpos se encontraron y la chica sintió cómo la energía oscura y poderosa de Vladimir la envolvía. Sus ojos se encontraron de nuevo, y por un momento, todo lo demás desapareció. Solo existían ellos dos, atrapados en esa danza peligrosa de seducción y miedo.

—No te estoy pidiendo que decidas ahora —continuó él en voz baja y envolvente—. Solo quiero que lo sientas.

Antes de que ella pudiera responder, el chico inclinó la cabeza y capturó sus labios en un beso. Fue un beso como ninguno que ella hubiera experimentado antes. No era solo un contacto físico; era una invasión de todos sus sentidos. El frío de su piel contrastaba con el fuego que estallaba dentro de ella. Cada movimiento de sus labios, cada roce de su lengua, la envolvía más en esa oscuridad seductora que él representaba.




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