Lorraine observaba su reflejo en el espejo del pequeño apartamento con su imagen distorsionada por la tenue luz de la lámpara que parpadeaba al otro lado de la habitación. Los últimos días habían sido una tormenta emocional, un huracán de sensaciones que la envolvían y la asfixiaban, llevándola a un punto donde ya no podía distinguir lo que era real de lo que no lo era. Su piel pálida y su mirada vacía le recordaban la profunda transformación que se acercaba, aunque aún no había dado el paso definitivo.
Vladimir, el vampiro que había irrumpido en su vida como una sombra misteriosa, le había ofrecido una elección imposible: quedarse a su lado, convertirse en inmortal, o huir y aferrarse a su humanidad. Aquella era una decisión que no solo cambiaría el curso de su vida, sino que también definiría quién era en lo más profundo de su ser.
La chica caminó hacia la ventana, observando la ciudad nocturna que se extendía frente a ella. Las luces brillaban en la distancia, pero no había consuelo en su resplandor. La vida que había conocido antes de conocer al vampiro parecía una ilusión, una serie de momentos sin sentido en comparación con la intensidad de lo que él le ofrecía. ¿Cómo podía volver a esa existencia vacía, sabiendo que había algo más allá de la monotonía diaria?
Cerró los ojos, recordando la primera vez que lo había visto, la sensación de ser observada, el miedo que rápidamente se había convertido en curiosidad y luego en algo más profundo. Las noches que pasaron juntos, los secretos que él le había revelado, y ese beso en la penumbra, donde casi había sucumbido a la tentación de unirse a él para siempre.
Un susurro suave rompió el silencio. Vladimir apareció detrás de ella, con su figura alta y esbelta moviéndose sin hacer ruido, como si el mismo aire conspirara para no delatar su presencia. Se detuvo a pocos pasos de ella, pero Lorraine no necesitaba mirarlo para saber que estaba allí. La conexión entre ambos era ahora innegable, casi palpable, como una fuerza invisible que los ataba a un destino incierto.
—He vivido muchas vidas sin ti —le dijo él al abrazarla por la espalda y descansar su barbilla en la coronilla de ella—. En cada una, he sentido el vacío de tu ausencia, aunque ni siquiera supieras que estaba ahí. Pero ahora, es diferente. Tenemos la oportunidad de estar juntos para la eternidad.
La intensidad de sus palabras la dejó sin aliento. Había una verdad en lo que decía, una verdad que resonaba en lo más profundo de su ser.
—Nunca te arrepentirás de esta elección —le aseguró en susurro antes de darle la vuelta entre sus brazos y besarla.
El beso fue profundo, lleno de promesas y una pasión que trascendía el tiempo. Lorraine sintió cómo su cuerpo terminaba su transformación, cómo el mundo mortal que había conocido se desvanecía lentamente, dejando solo la inmortalidad que ahora compartía con él. Con Vladimir.
Había elegido su destino.
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Editado: 09.04.2025