El Beso que me Enterró Viva

7. Háblame

El funeral termina sin lágrimas y no es precisamente porque se trate de esa suerte de funerales donde consideran celebrar la vida de quienes se van a lamentar su partida, sino porque parece que en este sitio cualquier atisbo de emoción puede ser impostada
Los invitados se marchan y la sala queda vacía.
Solo quedamos Héctor, el cuerpo de Rafael y yo hasta que lleguen los sepultureros que darán entierro ya que la familia no dará continuidad a la ceremonia hasta ese momento.

—Buen trabajo, Clara —dice él, palmeándome el hombro. No nota que estoy rígida, que apenas respiro—. Puedes retirarte.

Pero no lo hago.
No puedo.

Cuando se va, me acerco al féretro.
El aire huele a flores muertas y cera derretida.
Apoyo la mano sobre la fría mejilla del cadáver más bello que pude haber visto jamás.

—Rafael —susurro, casi queriendo convencerme a mí misma de que no me estoy volviendo loca—. Si estás ahí… dime algo.

Nada. El silencio se alarga.
Y de pronto, el olor.

Tierra.
Húmeda, profunda, como si la sala se abriera hacia un bosque bajo la lluvia.
Miro mis manos.
Las uñas están manchadas.
Un barro oscuro se asoma entre los pliegues de la piel.

Retrocedo.
El corazón me late tan fuerte que creo que voy a desmayarme.
Intento limpiarme con una servilleta, pero el color no se va.
La piel parece absorberlo.

Y entonces lo oigo.

—No te vayas.

La voz viene de adentro del féretro.
No hay duda.
Es él.

—Rafael… —susurro, sin aire y me acerco.
El cuerpo dentro mantiene los ojos abiertos lo cual me toma por sorpresa e intento gritar, pero el grito no sale desde mi pecho.

Sus pupilas se mueven, lentas, buscando las mías.
La sonrisa de anoche regresa, pero ahora es distinta. Más oscura.

Yo sabía… Sabía que no me estaba volviendo loca, que todo esto era real.

Intento retroceder, pero mis piernas no responden.

El féretro tiembla.
El aire se espesa.
Y por un instante, juro que lo veo levantarse, solo un poco, apenas unos centímetros…como si respirara.

Salgo corriendo, pensando en que al momento que lo invoqué para que regresara no pensé que podría provocarme lo que me provocó. El verdadero terror al límite entre los vivos y los muertos.
El pasillo se estrecha, las luces parpadean. Mi propio reflejo en las vitrinas parece seguirme. Huele a tierra.
A tumba.
A mí.

Corro hasta el baño, abro la canilla y meto las manos bajo el agua. El barro se disuelve, pero el olor no se va. Me miro al espejo.

La piel de mi cuello tiene un tono gris. Idéntico al de él.

La respiración se me corta. La luz parpadea una vez. Dos.

Y entonces lo veo.

Detrás de mí, su reflejo. De pie.
Me doy vuelta y lo encaro directamente de frente.
—¿Qué rayos quieres de mí?

Sus labios se mueven apenas, como si la voz le costara atravesar la frontera entre su mundo y el mío.

—Tú me llamaste.

—Solo… ¡Solo quería asegurarme de que no me estoy volviendo loca! ¡¿Por qué me elegiste a mí?!
—Solo… Quiero que me veas.

—Ya te veo —susurro.

—No… no así.

Su figura tiembla, como si el aire lo borrara y lo devolviera a la vez. Hay un zumbido eléctrico, un frío que me corta los huesos. Y entonces desaparece.

El baño queda vacío. El reflejo vuelve a ser solo mío.

Pero el olor persiste. Tierra mojada, flores marchitas, algo dulce… como fruta podrida. Me aferro al lavamanos, respirando con dificultad.

No puedo seguir así. Necesito respuestas.

Salgo y voy hasta el féretro donde yace su cuerpo inmaculado a la espera de su sepultura que sucederá mañana, pero no puedo permitirlo sin antes tener alguna certeza de si Rafael está o no muerto del todo. O qué rayos sucede con esta familia.



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En el texto hay: terror, romance oscuro, romantasy

Editado: 24.10.2025

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