El Beso que me Enterró Viva

10. ¿Qué valor tiene la vida?

Me quedo en silencio, con las palabras de Rafael resonando en el vacío de la capilla. “Quédate hasta el amanecer. Acompáñame en mi última oportunidad de no estar solo”. La propuesta es una invitación al abismo, una promesa de perdición que, por alguna razón retorcida, mi alma anhela.

Él me ofrece la mano, sus dedos pálidos contrastando con la penumbra. Cuando la tomo, siento el frío marmóreo de su piel, pero también una punzada extraña, casi un latido, que parece sincronizarse con el mío. Es un ritmo lento, profundo, imposible, que me arrastra a un lugar donde la vida y la muerte se funden.

La lluvia golpea los vitrales con un ritmo monótono, como un reloj que cuenta nuestros últimos segundos. El mundo exterior duerme, ajeno a la transgresión que ocurre aquí, entre las sombras y las velas. Y yo, por primera vez en mi vida, dejo de temerle a la muerte. Porque esta noche, entre las paredes sagradas y profanas de la capilla, Rafael y yo nos pertenecemos. Aunque el amanecer venga a enterrarnos.

Nos sentamos en el primer banco, el frío de la madera cala mis huesos, pero no importa. La cercanía de Rafael es una hoguera que me consume. Sus ojos, antes abismos, ahora son dos brasas que me devoran.

—Háblame de tu vida, Rafael—susurro, mi voz apenas una exhalación—. ¿Cómo llegaste a esto?

Una sombra cruza su rostro, una agonía antigua que se aferra a él como la misma tierra.

—Mi vida... fue una jaula dorada, Clara. Dinero, poder, todo lo que se supone que uno debe desear. Pero vacío. Siempre vacío.

Cierra los ojos, y su voz se convierte en un murmullo distante, como el viento en un mausoleo. —Mis padres... fríos, distantes. Nunca un abrazo, nunca una palabra de aliento. Solo expectativas, herencias, el peso de un apellido. Me criaron para ser un heredero, no un hombre. Un objeto, no una persona.

Siento un escalofrío que no es de frío. Entiendo esa soledad.

—Yo sé lo que es eso—le confieso, mi propia voz teñida de amargura—. Crecer rodeada de gente que te ve como un medio, no como un fin.

Él abre los ojos, y en ellos veo una chispa de reconocimiento.

—Tus ojos, Clara. Lo dicen. Has visto demasiado. Has sentido demasiado.

—Sí—admito—. Mi infancia fue un nido de víboras. Mi padre, un tirano que nos ahogaba en sus deudas y en su resentimiento. Mi madre, una sombra, rota por los golpes, por la sumisión. Aprendí a esconderme, a ser invisible, a creer que no valía nada.

Rafael me mira con una intensidad que me desarma.

—No. No valías nada para ellos, pero para ti, Clara... para ti eres un universo.

Sus palabras son un bálsamo, pero también un veneno. Nunca nadie me había hablado así. Siento un temblor, no de miedo, sino de una emoción tan pura que casi me rompe.

—Por eso terminé aquí—continúo, con la confesión brotando sin control—. Entre los muertos. Aquí no hay juicios, no hay expectativas. Ellos ya lo perdieron todo. Aquí, yo soy la que tiene el poder, la que los prepara para su último viaje. Con ellos siento respeto, una cortesía que nunca me dieron los vivos.

Su mano, fría como la lápida, roza la mía.

—Los vivos somos crueles, Clara. Nos destruimos unos a otros en busca de algo que creemos que nos completará. Yo también lo hice.

—¿Qué buscabas, Rafael?

—La inmortalidad. La permanencia. La forma de escapar a esa nada que sentía en vida. Hice un pacto, Clara. Uno que me dio algo que creía desear, pero a un precio terrible.

—¿Y el precio fue... tu vida?

—Mi cuerpo, sí. Mi alma... está atrapada en este limbo. No puedo irme del todo. No puedo quedarme. Estoy condenado a esta existencia fugaz, a ser un recuerdo que se desvanece con cada amanecer.

Siento un relámpago de terror. La idea de la putrefacción, de la descomposición lenta, de la vida escapándose de mi cuerpo, me golpea con una fuerza brutal. Es un miedo visceral, animal, a la aniquilación. Pero al mismo tiempo, la presencia de Rafael es un ancla, una contradicción que me aferra a este momento.

—¿Qué clase de pacto?—pregunto, mi voz apenas un suspiro.

—Con un... con el Otro Lado. Una entidad que me prometió no morir, sino permanecer. Me prometió escapar al destino de mis antepasados, que se consumieron en la vejez y la enfermedad. Quería ser eterno, Clara.

—Y ahora... ¿te arrepientes?

—Cada segundo. Porque la eternidad sin vida, sin conexión, es una tortura. He visto pasar el tiempo, la gente, el mundo, y yo sigo aquí, un fantasma, una sombra. Y el costo... el costo es la vida de otro. La vida de quien me dé su último aliento.

Un escalofrío me recorre. Mis ojos se clavan en los suyos. La verdad, fría y afilada como un cuchillo, comienza a abrirse camino en mi mente.

—Tú... tú necesitas una vida para permanecer.

Él asiente, sus ojos llenos de una tristeza infinita.

—Necesito la vida de alguien que me ofrezca su aliento, su energía vital. Una conexión tan profunda que el velo entre mundos se desgarre.

El terror se mezcla con una oleada de comprensión. Este magnetismo, esta atracción ineludible, no es solo deseo. Es algo más. Algo primordial, ancestral. Siento mi corazón latir con una fuerza que me asusta, como si quisiera salirse de mi pecho.

Rafael levanta su mano y la posa suavemente en mi mejilla. Su piel es fría, pero su toque enciende un fuego en mí.

—Tú, Clara. Desde que te vi en la mesa de autopsias, supe que eras diferente. Tu energía, tu tristeza, tu alma... me atrajeron.

—¿Desde el principio... me estabas buscando?

—Sí. Te sentí. Una vida tan llena de dolor como la mía, pero que aún ardía con una llama tenue. Necesitaba esa llama para no extinguirme por completo.

Las palabras son un puñal, pero no me aparto. Lo miro a los ojos, y veo no solo al espectro, sino al hombre detrás, al que sufrió, al que buscó desesperadamente una salida y se perdió en el intento. La compasión se mezcla con el terror, con el deseo.

—¿Y si te doy... mi vida?—susurro, con la pregunta saliendo de lo más profundo de mi ser.



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En el texto hay: terror, romance oscuro, romantasy

Editado: 24.10.2025

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