El Beso que me Enterró Viva

12. Trampolín

El frío de la tierra, esa presión constante y asfixiante, ahora es solo un recuerdo lejano. Estoy bajo ella, lo sé, o lo estuve. La niebla de mi euforia se disipó hace ya demasiado. Ahora solo existe el hambre. Un hambre insaciable de vida, de sol, de aire en mis pulmones. El odio por Rafael sigue siendo una brasa incandescente, pero se ha transformado en una herramienta, en un combustible para esta nueva existencia que me he arrancado a dentelladas.

La muerte es estar encerrada en un cuerpo putrefacto y no poder despertar realmente.

El plan, la necesidad, se ha enraizado en mi ser. Necesito a otro. Necesito un cuerpo. Necesito una vida que me mantenga anclada. La existencia espectral es un infierno, un purgatorio de sufrimiento silencioso. Los lamentos de los otros, el coro incesante de dolor, ahora son un constante recordatorio de lo que fui y de lo que volveré a ser si no actúo.

Y entonces, lo siento. Una perturbación. Una presencia viva, vibrante, que irrumpe en la quietud de mi tumba. No es el sepulturero, lo sé. Es diferente. Una energía concentrada, curiosa, insistente.

Siento una punzada en lo que fue mi cuerpo. Una conciencia lejana, pero persistente, se cierne sobre mí. Alguien me busca.

La tierra sobre mí comienza a moverse. Un raspado, un sonido metálico. El terror me recorre, pero es un terror diferente al de antes. No es el miedo a la muerte, sino el miedo a volver a ella. A perder esta vida efímera que apenas he comenzado a saborear.

Escucho voces amortiguadas. Cuerpos. Vivos. Cerca. ¿Qué están haciendo? ¿Por qué están aquí?

El raspado se intensifica. Siento vibraciones. Hay gente, un equipo. Están desenterrando mi féretro. ¡Me están desenterrando!

El pánico se apodera de mí. No. No puedo dejar que me vean. No puedo dejar que descubran lo que soy. O, peor aún, que me dejen morir del todo, que corten el hilo de vida que me une a este plano.

Los golpes se vuelven más fuertes. El sonido de palas, el crujido de la madera. La tapa de mi ataúd. La oscuridad se intensifica, pero es una oscuridad que se siente más cercana, más palpable. Estoy en mi féretro. Soy yo quien yace allí.

Y de repente, un nombre, un pensamiento, se filtra en mi conciencia espectral. Clara. Mi nombre. Es mi nombre el que buscan.

Entonces lo entiendo. No es casualidad. No es un error. Alguien está buscando mi cuerpo y lo escucho en conversaciones que se oyen lejanas. Alguien está investigando mi muerte. Mi muerte sin causa aparente.

Mi visión espectral se enfoca más allá de la tapa del ataúd y de la tierra. Veo una imagen distorsionada de la superficie. Una excavación. Linternas. Y un rostro. Un hombre, con gafas, una expresión seria, casi obsesiva. Él es el líder. Él me está buscando.

El terror se mezcla con una oportunidad. Un relámpago de astucia me recorre. Este hombre, este investigador obsesivo, es el siguiente. Él es mi billete de regreso. Lo veo en su rostro vacío y que detesta su vida. Es hermoso, pero no hay vida realmente, no hay deseo ni propósito en ese rostro.

Escucho el crujido final. La tapa se abre. Una ráfaga de aire fresco y húmedo me golpea. La luz de las linternas inunda el ataúd.

Mi no-cuerpo, mi conciencia, está allí. Dentro de mi cadáver. Siento la presión del ataúd, la tela fría del forro. Mis ojos están cerrados.

Escucho el jadeo de sorpresa de los que están arriba.

—¡Mírenla! —exclama una voz—. ¡Es... está intacta!

Otra voz, esa que ya reconozco, la del investigador, dice, con una emoción contenida:

—Cómo es posible…cómo podremos saber la causa de su muerte. No hay signos de descomposición.

Siento la energía de los vivos sobre mí. Curiosidad. Asombro. Y en el centro de todo, la energía de Elías. Elías, el investigador.

Él se inclina sobre el ataúd. Su rostro, iluminado por la linterna, es una mezcla de asombro y de una tristeza profunda que reconozco. Él, como yo, lleva una carga. Su mirada, intensa, se posa en mi rostro pálido.

Y entonces, en el instante en que su mirada se encuentra con la mía, mis ojos, los ojos de mi cuerpo inerte, se abren.

Un grito ahogado queda atorado en su garganta. Elías se tambalea hacia atrás mientras sus compañeros parecen distraídos.
Pero mis ojos están fijos en él. En Elías. El investigador.
La vida, la verdadera vida, se enciende en ellos.
Y sé que será mi trampolín hacia la vida.



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En el texto hay: terror, romance oscuro, romantasy

Editado: 24.10.2025

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