El Bibliotecario

El Deseo del Emperador

Era un mediodía como cualquier otro en el imperio de Burjia. Todo transcurría con normalidad en la vida de los pobladores, cuando sin razón aparente y en perfecta sincronía, los cientos y cientos de emisarios del emperador comenzaron a repartir por todas las ciudades, pueblos y aldeas del vasto territorio una contundente misiva. La gente, intrigada, tomó rumbo a las plazas, fuentes públicas, templos, puertos y mercados para leer las palabras de su gobernante.

A mi amado pueblo

Me dirijo a ustedes mediante este edicto para informarles sobre la pronta construcción de 140 escuelas y 120 bibliotecas a lo largo y ancho de nuestra gran tierra, con el motivo de mejorar el sistema educativo del Imperio de Burjia, Lyris nos sonría, y en el proceso mejorar vuestra calidad de vida y la de sus hijos.

La razón de esta medida tan radical e inesperada es, me temo, contrarrestar la ignorancia mostrada por la mayoría de vosotros. A diario me llegan informes increíbles e irrisorios sobre accidentes, disputas y otros conflictos que se repiten constantemente, debido a que no existe entre la población general una noción mínima de matemáticas, leyes y otras ramas del conocimiento indispensables para el buen vivir. Incluso me preocupa que varios no sean capaces de leer estas palabras. Es un problema que lleva décadas, sino siglos, presentándose, y aunque mis antecesores lo obviaron o incluso lo explotaron, a mí en su lugar me llena de desconcierto y enojo.

Como gran emperador del Imperio de Burjia, que Lyris nos proteja, no puedo permitirme que este triste hecho siga siendo la norma, por lo que en los próximos meses se implementara un nuevo plan de enseñanza. Estén atentos a las acciones de mis emisarios, pues ellos estarán a cargo de este proyecto... Que Lyris nos ayude.

Emperador Porfesis Antinel Burjis VIII

PD: Se buscan aspirantes aptos para los puestos de bibliotecario, director y maestro en cualquier rama del conocimiento (por favor abstenerse asesinos y nigromantes). 

Justo en ese momento, en el mercado adyacente al gran puerto de Noelmia, capital del imperio, caminaba entre la muchedumbre un hombre alto y de piel oscura. Tenía recién cumplidos los treinta, pero aunque seguía siendo joven, su mirada ya se mostraba desalentada, agotada y carente de ambición.

 —No puedo creer el calor de mierda que está haciendo hoy —rezongaba en voz baja mientras se rascaba la barba, corta y desprolija.

—Y yo no puedo creer que puedas quejarte tanto —le respondió un hombre quince o veinte años mayor que él, con canas en el bigote y rasgos demasiado duros para su voz suave y cantora—. Además, no hace más calor del que hace siempre.

—Tal vez no me quejara si no estuviera en un ruidoso mercado hediondo a pescado.

—¿Por qué tanto afán en buscar excusas para quejarte?

Alrededor había numerosos puestos con pescados y mariscos provenientes de Mar Brumoso, el olor a sudor era intenso y las gaviotas se amontonaban en los edificios circundantes, peleándose las tripas que los mercaderes desechaban al limpiar los pescados.

—No son excusas, es la verdad, Alejo —expresó mientras se acomodaba el turbante púrpura que protegía su cabeza del sol intenso.

—Sí, sí... la verdad, querido hermano, es que si te hubieses quedado en casa estarías quejándote por no tener nada que hacer —contestó con tono paternalista—. Tienes que buscar algo que te haga feliz, Bael, abre tus ojos y mira alrededor, tal vez la respuesta a ese vacío tuyo está justo frente a ti.

Bael, que ya tenía la mirada al frente, puso atención a lo que veía. Un camino empedrado repleto de toldos, buhoneros y caleteros afanados. Se imaginó por un segundo siendo un comerciante, vendiendo y comprando mercancías al mayoreo, pero pronto el tacto suave de las palmas de sus manos lo hicieron esbozar una sonrisa burlona. «Ni porque quisiera podría hacerlo» soltó para sus adentros.

Era todo lo contrario a su hermano, Alejo, que no parecía perder su semblante optimista mientras alzaba la mirada y contemplaba una palmera que se mecía grácil con la brisa salina.

—Bueno, no estoy tan seguro de eso como tú, Alejo —le dijo antes de desentenderse de aquella reflexión.

—Necio... ya llegará tu momento.

Lejos estaba Bael de saber lo acertadas que eran las palabras de su hermano.

Ambos siguieron su camino hasta ver un grupo considerable de gente reunida justo al lado del sendero que conectaba el mercado con la zona de depósitos del puerto. No les costó abrirse paso hasta que, pegada en una pared, vieron una imponente misiva imperial que leyeron sin demora.

—Le ha dicho a todo el pueblo que son estúpidos —le susurró a Alejo.

—Pues razón no le falta.

La mayoría de personas alrededor no leían el cartel, sino que interrogaban afanosamente a los tres emisarios que pusieron aquel aviso.

—Pero mira, buscan maestros y bibliotecarios. Podrías probar.

—Sí, pero no tengo paciencia para ser maestro —Bael, desdeñoso, hizo un gesto con la mano—, los niños son ruidosos y difíciles de controlar.

—Siempre las excusas, ¿y qué tal bibliotecario? —ante esa propuesta, Bael soltó una carcajada, pero pronto la cara de Alejo lo silencio— ¿Hay algo malo con ser bibliotecario?

—¿Es en serio? Vamos hermano, yo no tengo esa... es decir, oye, no quise burlarme de tu trabajo, estoy seguro de que lo que haces en la biblioteca de la academia es...

—Aburrido, crees que mi trabajo de bibliotecario es aburrido —lo interrumpió.

—No... —hubo una breve pausa mientras sus miradas se encontraban—, bueno, en realidad, sí. Es que, no lo sé, tú no me entiendes.

Aquello hizo que Alejo soltara una fuerte carcajada.

—¡Ah! Es que yo no te entiendo, a ver, explícate entonces.

—Quiero una labor gloriosa, que me rete, algo emocionante que haga la diferencia —dijo, comenzando una narración de aspiraciones fantásticas a las que nunca les había puesto empeño.



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En el texto hay: comedia, vida común, fantasía humanos

Editado: 27.04.2024

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