Está de más describir el mal humor de Bael los primeros días después de aquello, pero rezongar como le era costumbre no lo salvaría del compromiso que había asumido.
En el transcurso dos semanas fue a varias clases donde le enseñaron a manejar el catálogo de libros, como archivarlos y darles cuidado. Conoció ahí a sus dos nuevas compañeras de trabajo. La primera, una joven de bajita y robusta llamada Nara, y la segunda, una mujer apenas mayor que él, de rostro serio, llamada Tefy.
Los tres no tuvieron mucho tiempo para conocerse, pues en menos de un mes la primera biblioteca pública del imperio estaba lista para funcionar... justo la que ellos tenían asignada.
—¿Cómo lo han hecho tan rápido? —preguntó Bael en la última de las clases.
—Hemos recuperado un depósito abandonado cercano al mercado del centro. Ha quedado hermosa, confíen en mí —contestó el emisario con una sonrisa.
Su nombre sería Biblioteca Airla Nai, en honor a la poetisa del mismo nombre, y la apertura estaba programada para el primer lunes de la época de sequía.
—Todo será sin mucha pompa —les explicó el emisario—. Según palabras textuales de nuestro emperador Porfesis «Es mi deber como emperador educar a mi pueblo y velar por su bienestar ¿Por qué habría yo de vanagloriarme por algo tan simple?». Un hombre noble, ¿verdad?
Bael pensó que simplemente no quería moverse del palacio, aunque por supuesto que no lo dijo. La que sí habló fue Nara, que con tono suspicaz interrumpió al emisario sin titubear.
—Mmm, entiendo, pero ¿cómo sabrá la gente que la biblioteca ha abierto? ¿Hay suficientes personas que sepan leer? ¿Cómo saben ustedes que no estaremos los tres ahí sentados sin hacer nada por horas? Yo no quiero perder mi tiempo.
—Oh, muchacha, tus dudas son válidas, pero no te preocupes, los emisarios ya nos hemos encargado de toda la publicidad y la logística de los estudiantes que llenaran la biblioteca —de pronto sacó de la manga de su túnica dorada tres juegos de llaves y le dio una a cada uno—, les deseo buena suerte, apóyense entre ustedes y tengan mucha paciencia...
Dicho esto se marchó de la pequeña sala improvisada donde recibían clases, dejándolos solos. Esa noche, antes de dormir, Bael dejo volar su imaginación un rato.
—No puede ser tan malo, ¿verdad?
Una semana después, el primer lunes de la épocade sequía, se levantó muy temprano, se hizo un gran desayuno y se vistióceremoniosamente con el cómodo uniforme que le habían dado. Un bufón blanco, frescoy ligero, ceñido al pecho con mangas cortas, un chaleco verde oscuro de cuerofino, un pantalón mostaza y los típicos mocasines que se usaban en la regióncapital. En el pecho tenía bordado su nombre completo y su función:bibliotecario.
—Estás muy nervioso, es eso o tienes demasiadas expectativas... y eso que vas a un trabajo «aburrido».
No era su intención, pero Alejo hizo que Bael se sobresaltara.
—¿Sigues con eso? —Se limitó a soltar un largo suspiro antes de dejar de mirarlo— ¿Qué haces despierto?
—¿Cómo es posible que no lo sepas? A esta hora me levanto. La biblioteca de la academia abre a las ocho, igual que la tuya... ¿Estás emocionado?
—Bah, para nada, solo iré a ver qué tal es, intentaré hacer bien mi trabajo y si no me gusta lo dejaré.
—En serio, espero que hoy no pongas excusas, Bael... y que tengas un feliz primer día.
Dicho eso, Alejo se fue a la cocina. Minutos después, Bael salió de la casa rumbo a la biblioteca. Llegó cerca de una hora antes de abrir, tomó su llave y paso. Para su sorpresa, Tefy había llegado antes.
—Buenos días ¿hace mucho que llegaste? —lepreguntó a la mujer que aguardaba en una silla junto a las mesas de lectura.
—Buenos sean —contestó—. Acabo de llegar.
Un minuto después la puerta se abrió y Nara pasó un poco agitada.
—¡Al fin he llegado! —exclamó agotada—. ¡¿Qué hacen ustedes aquí?! ¡¿Qué hora es?!
—Las siete —dijo Bael con frialdad.
—¡Sí!... ¡Por fin he llegado temprano a un sitio! —Nara parecía feliz, aunque aún estaba tomando aire. Sudada a pesar de que la mañana estaba fresca—. Siempre he vivido fuera de los muros de la ciudad.
—¡Son como dos horas de viaje! —el tono de Tefy demostró su sorpresa.
—Y si caminas rápido —completó Bael.
—Sí, es lejos —respiró profundo, recobrando por fin el aliento—, pero ya estoy aquí.
Al fin se dieron un momento para mirar a sualrededor. La biblioteca Airla Nai era simple, pero encantadora, con paredes deazul celeste y piso de parquet de un marrón suave. La sala era amplia, cerca decien metros de largo por treinta de ancho, con una formarectangular que se ensanchaba hacia la izquierda treinta metros antes de llegaral final. Justo encima de este pequeño recuadro estaba el segundo piso; unespacio pequeño en comparación, de cómo mucho treinta metros cuadrados, dondeestaban colocadas las estanterías con los libros más avanzados, variosescritorios y sillones mullidos. Todo estaba iluminado por grandesventanales que permitían que circulara el aire, manteniendo el interior bastantefresco, y algunos candelabros que cerca de la tarde se encendían solos con unsimple hechizo que les colocaron los emisarios. Cerca del final se encontrabanlas puertas hacías los baños y una puerta con cerrojo que daba paso hacia el depósito.
La biblioteca estaba bien organizada, a la izquierda estaban las estanterías, divididas en cuatro filas largas que llegaban al fondo de la biblioteca; cada tres estanterías había un espacio de tres metros para pasar entre ellas. A la derecha varias mesas y sillas, algunos sillones y otras estanterías pequeñas. En estas se guardaban papiros con mapas de los otros nueve continentes, los subcontinentes, ilustraciones de ciudades extranjeras, de criaturas de otras tierras y otras especies inteligentes que formaron sus sociedades lejos de Burjia. Finalmente, en la entrada había tres escritorios, uno al lado del otro, y sobre ellos un cartel que enumeraba las reglas de la biblioteca.