El Bibliotecario

Chicles

Una silueta pequeña cruzó el umbral, haciendo retumbar la silenciosa biblioteca con sus pasitos. Era una niña de apenas cinco o seis años que caminaba sola y con ánimo resuelto, sin una sola pizca de duda o timidez en su mirada infantil. Un tocado bonito le sujetaba su ondulado cabello rubio. Le hacía juego con la ropa, una camisa blanca de mangas largas adornada con lunares y una larga falda bombacha de color azul. En palabras de Nara «simplemente no podía verse más adorable». Rápidamente se giró batiendo su cabello, miró a Bael a los ojos y se acercó al escritorio.

—¡Hola! —gritó con tono infantil.

—H-hola señorita —le respondió Bael con una sonrisa y una calidez tan genuinas que ni el mismo se reconocía— ¿en qué puedo ayudar?

—¡Quiero Chicles!

Los tres adultos se quedaron en silencio, viéndose las caras.

—¿Chicles? —repitió Nara con incredulidad.

La niña asintió efusivamente.

—¿Qué son «Chicles»? —les preguntó Tefy en voz baja.

—¿Estará hablando de los dulces? —secundo Nara.

—¿Son dulces, pequeña? ¿Caramelos? Aquí no tenemos dulces, lo siento mucho.

Bael intentó explicárselo con amabilidad, pero la niña negó con la cabeza mientras señalaba los libros de la estantería más próxima.

—¡Quiero Chicles!

—¿Llamas a los libros «Chicles»?

La niña volvió a negar con la cabeza, algo molesta, esta vez como si la estuvieran tomando por tonta.

—¡No! Los libros son libros. Yo quiero el libro de Chicles.

—¡Ohh! ¿Quieres un cuento que se llama «Chicles»? —Tefy parecía haber dado con la respuesta,pero la niña negó de nuevo— ¿Tal vez... el escritor se llama chicles?

—¡Nooo! —gritó—, libros con Chicles... son como, grandes y coloridos —intentó explicar la niña, cada vez más frustrada al ver el desconcierto en el rostro de los bibliotecarios.

Bael rápidamente acudió a la lista de inventario organizada por orden alfabético, pero aunque estudio minuciosamente las tres páginas dedicadas a la C, no había ninguna referencia a alguien llamado «Chicles», luego buscó algo que al menos se le pareciese... nada.

—No encuentro nada—murmuró Bael.

La niña puso una cara de enojo cómica.

—Pero no te preocupes, Nara te acompañará abuscar un cuento que te guste, ¿verdad? —exclamó Tefy de golpe.

Nara ya se había levantado, y llevó a la niña a la sección de cuentos infantiles. No pasaron ni dos minutos de aquello cuando de pronto un anciano encorvado, que se apoyaba en un bastón torcido, entró en la biblioteca, seguido por cinco jóvenes de entre quince y dieciséis años.

—Buenos días —su voz sonaba solemne y poderosa, aunque su estado físico estuviese demacrado. Los cinco seguidores repitieron el saludo.

—Bienvenidos, ¿qué buscan? —los recibió Tefy.

—¿Dónde está la sección de geografía?

Tefy les explicó y partieron en esa dirección al mismo tiempo que seis grupos más entraban. Tenían la misma estructura, un maestro o una maestra y cinco jóvenes siguiéndole.

—Buenos días, ¿dónde encuentro la sección de historia de Burjia?

—Que Lyris los guarde, ¿dónde está la sección de herbales?

—Buenas, ¿pueden decirme donde consigo los libros de biología?

—Hola, la sección sobre historia y desarrollo de la magia.

—La sección de matemáticas, por favor.

—Buenos días. Los libros de geometría, por favor.

Todos al mismo tiempo, mientras que por el umbral entraban otros dos grupos que comenzaron a preguntar cosas mientras los otros insistían.

—¿Aquí hay mapas de ciudades Velorinas?

—¿Sabe dónde puedo encontrar libros de física básica?

Bael y Tefy se vieron abrumados, no solo por la cantidad de preguntas, sino porque no sabían todas las respuestas; estaban un poco perdidos buscando en la guía, y aunque habían estudiado todo aquello, bajo presión era difícil recordarlo.

Algunas personas solitarias también comenzaron a entrar, pasando de largo hacia el interior, mientras el bullicio iba en aumento y la impaciencia dominaba a los visitantes. De pronto, minutos después, unas palabras firmes y sonoras silenciaron el alboroto.

—¡Ciudadanos! —exclamó Nara sin necesidad de gritar mientras se ponía tras su escritorio—, por favor, organícense frente a nosotros tres y responderemos sus preguntas en orden. Recuerden no alzar la voz —enfatizó mientras señalaba con el dedo el cartel de las reglas—, si no respetan las reglas no podrán estar aquí.

Tanto los maestros como sus estudiantes entendieron lo que dijo Nara, y formaron filas para preguntar dónde estaban las secciones, los planos y los libros que buscaban. Bael y Tefy estaban impresionados, pues tras esa cara un poco infantil, su baja estatura y los moñitos que sostenían su largo y liso cabello castaño, no parecía estar escondido un carácter tan firme.

La biblioteca se fue llenando de gente de todas las clases e incluso turistas de otras razas fueron a parar ahí. Bael miraba de reojo hacia la entrada, viendo quienes pasaban mientras respondía las incesantes preguntas de los visitantes.

Pasó cerca de una hora cuando de pronto un hombre joven se aproximó a él interrumpiendo la fila.

—¡¿A quién se le ha ocurrido este mal chiste?! —alzó la voz, indignado, mientras azotaba un libro abierto sobre el escritorio.

—Lo siento mucho, señora —se disculpó Bael con la dama de atrás—. Oye chic... escuche, caballero, no puede interrumpir la fila.

—¡Interrumpo lo que quiera! ¡¿Qué ves aquí?! —insistió enojado.

Bael bajó la mirada y vio un libro cualquiera, sin ningún detalle en especial más que estaba nuevo, con páginas impolutas de blanco profundo y bordes perfectos.

—¿Un libro?

—¡¿Y no crees que falta algo?!

Bael reviso la portada y leyó el título «Apreciación sobre lo bello».

—¿Dibujos? —preguntó incrédulo, dejando escapar lo más estúpido que se le vino a la cabeza.



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En el texto hay: comedia, vida común, fantasía humanos

Editado: 27.04.2024

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