El Bibliotecario

Coleccionista de Páginas

Ambos corrieron hacia la fuente de aquel ruido y llegando al final del rectángulo encontraron una escena caótica. Los últimos cuatro estantes de la última hilera estaban volcados, un mar de libros en el suelo y dos chicos jóvenes intentando levantarlos torpemente mientras que su maestro los regañaba con dureza.

—No puede ser —susurró Bael llevándose las manos a la cabeza.

—¡¿Cómo se les ocurre?! ¡¿Y si los aplastaban las estanterías?! —gritaba el anciano de voz solemne.

—Lo sentimos, es que, bueno, el libro estaba alto y pensé que... 

—¡Pero si ahí hay escalerillas! —intervino Tefy mientras señalaba al fondo en la pared algunas escaleras plegables.

—Oh... eso son.

—¡Claro que eso son! ¡¿Qué creían que eran?!

Ambos jóvenes se miraron las caras e hicieron muecas de confusión.

—Deberían estar abiertas, desde aquí no se nota que sean escaleras. Tal vez si hubiesen estado desplegadas en los pasillos en vez de cerradas en un rincón, nosotros no nos hubiésemos trepado en la estantería, ¿no creen, bibliotecarios? —contestó uno con tono atrevido.

—¡Oh! ¡Oh! Él en serio nos está diciendo esto —Tefy no cabía dentro de sí mientras veía a Bael con incredulidad—. ¿Me volví loca, Bael? ¿O él en serio está insinuando que fue nuestra culpa?

—Creo que nos volvimos locos los dos, Tefy.

Bael y Tefy iban a correrlos a palos de la biblioteca, pero la voz profunda del maestro los detuvo.

—Disculpen a estos dos niños necios, no los escuchen, por favor. En todo caso la responsabilidad es mía. Es que no pensé que fueran tan... insensatos —los apaciguo.

Se notaba que él también estaba molesto, pues la mano con la que sujetaba el bastón le temblaba. De no ser por ese detalle, tal vez Bael y Tefy hubiesen insistido en sacarlos de ahí, pero los otros tres jóvenes en la mesa y el anciano maestro no parecían tener ninguna culpa. Respiraron profundo y siguieron escuchando al maestro.

—Sé que están molestos y tienen razón de estarlo, pero en lugar de sacarlos de aquí, ¿por qué mejor no dejan que ellos levanten las estanterías? Yo lo haría, pero —hizo una pausa mientras abría los brazos, tembloroso.

Los bibliotecarios se miraron las caras.

—Sí, será mejor que nos ayuden —susurró Tefy.

—Yo aún tengo ganas de sacarlos de aquí —el ceño fruncido de Bael respaldaba su respuesta—. El señor y los otros alumnos no tienen la culpa, pero...

—Lo sé, lo sé, pero nosotros solos no podremos levantar todo esto, y estoy segura de que no querrás explicarle al emisario porque hay cuatro estanterías volcadas si llega aquí por la tarde —sin duda eso término de convencerlo.

—Es una buena idea, señor. Vamos al trabajo, muchachos —exclamó con fuerza Bael.

Tomó su tiempo, pero entre los cuatro lograron levantar las estanterías. Aunque eran robustas, pesaban menos de lo esperado. Ahora tocaba ordenar los cerca de quinientos libros que se habían desparramado por el suelo. 

—¿Sabes en qué orden van? —preguntó Tefy mirando a Bael, aunque no tuvo que esperar una respuesta, pues la mirada perdida de este incluso la hizo reír—. Ya veo... supongo que me toca encargarme de esto.

Mientras le decía eso, una mano tiraba de su cinturón. Tefy volteó y atrás de ella la pequeña niña que había entrado de primera a la biblioteca la miraba. En su mano sostenía un libro para niños y su rostro, lejos de ser feliz, mostraba lo serio que era su reclamo.

—Ya me aburrí. Quiero Chicles —habló casi gruñendo.

—Oh... aaam, cariño.

—Me llamo Sofía.

—Sofía.

—Quiero Chicles —reiteró.

—Pensé que Nara había conseguido el libro que querías —le contestó Bael.

—¿Van a decirnos como ordenar los libros o no? —interrumpió uno de los jóvenes.

—Diles a ellos lo que tienen que hacer, Tefy, yo iré a preguntarle a Nara que libro le dio a Sofía.

Tefy se concentró en el trabajo de los jóvenes, mientras Bael atendía a la pequeña e impaciente Sofía.

—¿Qué tienes en las manos Sofía?

—No es Chicles.

—Ya, lo noté, cariño. Déjame ver —tomó el libro y leyó en la portada «El Desierto de Hielo». Lo abrió y era un cuento ilustrado que mostraba una historia simple en un continente lejano—. Pero este es un cuento muy lindo.

—Sí, fue lindo, pero ya lo terminé, y no es Chicles —enfatizó antes de insistir—. Quiero...

—Quieres Chicles, sí, ya sé, me quedó claro. Ven pequeña, preguntémosle a Nara porque no te ha dado el libro que quieres —dijo extendiéndole la mano a Sofía, que lo tomó de la mano.

Se encaminaron hacia la entrada donde estaba la pobre Nara, agobiada detrás de un escritorio, pero el repentino y desagradable ruido de papel rasgándose interrumpió su marcha. Bael alcanzó a cerrar los ojos y tomar aire mientras su cuello giraba noventa grados hacia la derecha. Ahí vio, entre dos estanterías, una mujer mayor de tal vez ochenta años, arrancándole descaradamente las hojas a un libro.

—¡Señora, por Lyris! ¡¿Qué está haciendo?! —la dama ni siquiera se sobresaltó al oírlo gritar.

—Mmm, el chico bibliotecario, ¿qué haces aquí? —su voz era dulce y apacible. 

—¿Qué hago aquí? ¿Qué hace usted? —señaló el bolso que colgaba de su hombro y las hojas que sobresalían de él.

—Esto, solo son las partes que me interesan.

—Señora... —él simplemente pudo llevarse la mano a la cabeza—. Señora ¿usted sabe leer?

—Sí, algo. Sé que son las letras.

—Señora... venga conmigo y por favor, ya no le siga arrancando las hojas a los libros, por favor.

—Pero...

—No diga pero, solo no siga haciéndolo y sígame, y tú, Sofía —se dirigió a la pequeña—, nunca le arranques las hojas a los libros de la biblioteca.

Sofía negó con la cabeza mientras le hacía señas para que se acercara.

—Esa señora está loca —le susurró al oído.

Su tono infantil lo hizo reír, aliviándolo un poco. Cometió el error de ignorarla, pues solo era una niña, pero Sofía sabía lo que decía.



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En el texto hay: comedia, vida común, fantasía humanos

Editado: 27.04.2024

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