Después de todo aquello, se sintió agradecido de poder regresar con Nara. Se acercó a ella, que seguía entristecida mientras atendía a una jovencita apenas menor que ella; la misma a la que Bael había llamado la atención por besarse con su novio en la sección de historia. Sobre el escritorio una pequeña pila de libros gruesos resaltaba.
—No, no puedes sacar los libros.
—Pero quiero sacarlos.
—Pero no puedes —en el tono de Nara se notaba su mortificación.
—¿Es por qué estaba besándome con mi novio? Ya le expliqué a tu compañero que no quería, bueno, si quería, pero ¡oye! Déjenlo pasar por una vez, por favor. En serio los necesito.
—No es por eso, es porque no se puede —Nara señalaba el cartel con frustración.
—Pero entre amigas, vamos.
—No se puede, no seas terca. La biblioteca estará aquí mañana —interrumpió Bael.
—Ay ¡qué amargados! No quieren ayudarme.
—Estaremos abiertos al menos cinco horas más y abriremos de lunes a viernes, sábados hasta medio día —lo que quería insinuar Nara con esto era obvio, pero la chica aun así se encogió los hombros—. Hay mucho tiempo para que los leas aquí.
—Sí, como sea —desdeñosa tomó los libros y con una sonrisa fingida se marchó enojada.
—Que linda tu amiga.
—Problemática es lo que es...
—¿La conoces? ¿Por qué te sonrojaste cuando los vistes? —Nara pareció sorprenderse al saber que Bael lo había notado—. Tienes el carácter para detenerlos, pero no lo hiciste.
—No la conozco. Lo que pasa es que... bueno, tendrás que saberlo en algún momento. No me gustan las muestras públicas de afecto —admitió.
—Entiendo, no es nada de otro mundo, tranquila. Mira, te tengo buenas noticias —de su bolsillo sacó las llaves, haciendo sin mucho esfuerzo que en el rostro de Nara se dibujara una sonrisa de oreja a oreja—. No tendremos más problemas hoy, o eso espero.
Nada más el desorden de la gente —desde ahí podía verse la cantidad de libros y mapas que estaban siendo dejados sin cuidado sobre las mesas.
No habían terminado de ver el panorama cuando un escalofrío recorrió la espalda de Bael. Ambos voltearon al mismo tiempo y sus miradas se encontraron con la de la dama que había entrado hacía un rato, preguntando por el libro de Yorja Moil. Esto no hubiese sido un problema de no ser porque venía seguida por un séquito de al menos quince damas más.
—Buenas tardes, joven —Lo interceptó de inmediato al verlo—, dígame donde están los libros de Yorja Moil.
—¿Libros? ¿Para todas? —preguntó Nara—. Señora, a lo mucho hay dos ejemplares de cada libro en esta biblioteca.
«Trágame tierra», pensó Bael al ver como la mirada pacifica de aquella dama se tornaba macabra y dominante.
—Bochornoso, ¿por qué no me lo dijo? —comenzó a regañarlo.
—Usted no me lo preguntó. No sabía que vendría con quince señoritas más.
—Tú tardaste en decírmelo, ¿qué se supone que haré ahora? Queríamos hacer un club de lectura en un lugar agradable y el emisario me dijo que este lugar sería perfecto, ¿estás insinuando que el emisario me mintió?
—No señora, solo que...
—Bael no encontraba manera de solucionar aquello, cuando sin previo aviso un grito histriónico incomodó a todos los presentes. Sofía, irritada y con la cara roja, volvió al ataque.
—¡Quiero Chicles!
—Por Lyris, Sofía —Nara se llevó las manos a lacabeza—. Sofía, ten un poco de paciencia, ¿sí?
—No, ya tuve mucha. Llevan todo el día dándome libros que no me interesan ¡Quiero Chicles!
—¿Qué le pasa a esta niña? —Preguntó la mujer poniéndole atención.
—Quiero Chicles —contestó Sofía con un tono altivo.
—Oh, qué buen gusto, pequeña —aseguró la dama volviendo la mirada a Bael—. Dale lo que pide.
—No sé qué son los Chicles, Sofía —respondió Bael en un tono de agonía.
—¡¿Cómo qué no?! ¿Qué clase de bibliotecario eres? La niña quiere Chicles, dele chicles.
—Señora, se lo ruego, dígame de qué están hablando.
La dama soltó un suspiro de evidente decepción mientras volteaba a ver a sus compañeras. Algunas estaban impacientes, otras charlaban con calma, ausentes de lo que sucedía.
—Bien. Chicles es una corriente artística. Esta niña quiere ver arte —la mujer volvió a suspirar—. Si este lugar es la mitad de biblioteca que prometió el emperador, debe haber muchos libros con ilustraciones hermosas de cuadros y frescos Chicles. «Un Compendio Artístico de Burjia», «Obras Más Célebres de Kofa», «Pintura y escultura de la era Bamica», vamos, hay tantos libros.
—Oh señora, me ha salvado la vida.
—Seguramente. Ahora usted salve la mía.
De pronto a Bael se le iluminó la mente y en su rostro se dibujó una sonrisa.
—Creo que ya sé qué hacer —miró a Nara a los ojos—. Esta chica de melodiosa voz leerá el cuento para usted y las señoritas de su club ¿le parece bien?
—Espera ¿qué? —Nara se sonrojó de la sorpresa.
—Solo hazlo Nara —le susurró—, por favor. Recuerda que encontré tus llaves.
Nara sonrió con amargura antes de escuchar un grito de indignación.
—¡¿Cómo si fuéramos niñas pequeñas?! —Bramó la dama, horrorizada.
—Vamos, Lilaria, solo por hoy —le contestó una compañera de su club, algunos años más joven.
—Bueno, es mejor que nada supongo —respondió la señora—. Guíanos chica ¿dónde están los libros de Yorja Moil?
Nara inhaló profundo.
—Estamos a mano, Bael —susurró—. Síganme señoritas.
—Bien —exclamó Bael satisfecho.