“Una gran habitación con un tocador en una de las esquinas, con una gran cama con dosel repleta de almohadas y tela de suave toque, con paredes ligeramente color rosa, detalles hecho a mano en plata y oro y en el centro de aquel elegante pero acogedor lecho, una mujer de cabellera larga, rizada, oscura, descansa apenas siendo cubierta por uno de los edredones superficiales. Su rostro luce agotado, como si hubiera tenido un largo día de actividades que no pudo sortear del todo bien, más sus facciones etéreas no se ven afectadas luciendo inmaculada, o tal vez, luce así ante los ojos de quien la contempla embelesado, lleno de amor e ilusión y no se trata de un amante cualquiera, no es un amor de esos que puede desaparecer en algún momento, es algo que va más allá de un simple enamoramiento de pareja.
Es el amor de un hijo a una madre.
Algunos pasitos torpes se escuchan contra el suelo de la alcoba, una pequeña carrera creada por el infante que anonadado se acerca a su madre, sube a la cama desde la punta para gatear por entre las mantas hasta que su carita queda viendo a la mujer; la fémina abre los ojos lentamente, perdida en ese leve hilo de supraconsciencia que se da cuando estamos saliendo del mundo de los sueños para espabilar en la realidad en la que vivimos, observa atenta un poco confundida esos ojitos de venado que la ven con alegría, que parecen tener un millar de estrellas albergadas dentro, con una naricita que se arruga por la sonrisa inocente que le es regalada. Y la pelinegra, al fin sonríe con algunas lágrimas en los ojos.
—¿Qué…? —habla algo perdida, parece que aún está dormida.
—Hola, mami —la dulce voz de Eleck resuena en el espacio—. Vine a darte las buenas noches antes de irme a la cama.
—Ya veo —susurra, de pronto solo puede llorar de la emoción, no puede explicarlo con palabras, lo que siente al ver al infante frente a ella—. ¿Por qué no duermes conmigo esta noche? ¿Qué te parece? Puedes traer algún oso de felpa que te guste para que nos haga compañía.
—De acuerdo —observa hacia un lado y vuelve a verla—. ¿Me cantarás una canción de cuna? Quiero escucharte, mami.
—Todas las que tú quieras, corazón —asintió feliz—. Ve por tu oso de felpa.
—Sí, ahora regreso, no te vayas a quedar dormida sin mí —bajó de la cama corriendo fuera de la alcoba, el niño de seis años solo deseaba que su madre lo arrullara para tener los más bellos sueños entre sus brazos seguros y cálidos, porque nadie le daría mejor confort que su mamá.”
Eleck abre los ojos de pronto incorporándose sorprendido, llevaba mucho tiempo sin poder soñar con su madre o siquiera tener un recuerdo de ella porque le dolía no tenerla a su lado. Suspira masajeando su cuello notando que todos descansan a su alrededor, se han detenido apenas la noche cayó logrando acampar de manera disimulada gracias a las habilidades de Silvano quien con raíces y lianas creó una especie de guarida para ellos entre los árboles; sus ojos van hacia la salida donde Rayna, en su forma de gato enorme, se encuentra echado montando guardia y es que es un territorio no conocido, para el ManeKatt es vital tenerlo todo bajo control sabiendo qué hay en los alrededores y Eleck lo sabe, la cola del felino se mueve de un lado a otro impaciente mientras sus orejas se mueven captando los sonidos de la noche.
El Valaisin volta a ver sus pares que duermen tranquilos, todos y cada uno de ellos sin excepción, incluso Ónice que se ha ovillado contra Niesse para darle calor a la bibliotecaria. El muchacho sonríe, viendo a la mujer de ojos avellana que no se separa de él en ninguna circunstancia, desde que tuvo una crisis por la presencia en su mente de Gya, ella no deja de preguntarle cómo se encuentra, si requiere ayuda, más de una vez lo ha tomado de la mano para caminar aun cuando sus ojos no se ven opacados por la maldición y el peliblanco está en verdad agradecido con ello.
—Amo Eleck, ¿No puede dormir? —preguntó Ónice acercándose a él en su forma humana.
—Oh, solo tuve un sueño con mi mamá —sonrió de lado—. Estaba pensando que llevo mucho tiempo sin ella.
—Lo siento mucho, ojalá no le hubiera pasado nada —suspiró el gato negro entristecido, sus orejas se fueron a los lados.
—Todo sucedió como debía ser, la extraño pero no me arrepiento de los recuerdos que tengo con ella, no estoy triste —acarició la cabecita del híbrido con una sonrisa cariñosa—. Siempre estás atento a mí, deberías cuidarte más.
—Es mi deber cuidar de mi amo —asintió.
—Pero… Yo no soy tu amo, soy tu amigo —rió bajo—. No quiero ser tu dueño, ¿no lo ves? Te quiero demasiado para que seas de mi propiedad.
—Yo también lo quiero —el menor se abrazó al peliblanco ronroneando feliz—. Cuando hayamos salido del Bosque de las Sombras estaremos a pocos días del Valle de la Luna, creo que podría ver a mis papás una vez más.
—Eso es fantástico —susurró Eleck estrechándolo con fuerza, apoyando su mentón en la cabecita contraria mientras sopesaba de forma seria lo que diría—. Ónice, quiero que te quedes en la Villa, que puedas encontrarte con tus papás y hermanos, ¿vas a considerarlo?
—Pero… —no pudo terminar de hablar.
—Por favor, te perdiste cuando eras muy pequeño, no recuerdas mucho y yo te he cuidado con amor, pero sé que quieres ver a tu familia y no me voy a enojar si quieres regresar a tu hogar —susurró—. Solo piénsalo, ¿Sí?