“Un pequeño de alrededor de ocho años corre por la gran casa donde vive, sus cabellos azabaches se mueven cada vez que da pasos apresurados mientras observa por las ventanas de la gran sala. Eleck se detiene apegándose a la misma, su nariz se aplasta contra el vidrio debido a su curiosidad y ansias, los niños fuera están jugando a atrapar haditas con sus manos y estas les revolotean juguetonas; él también quiere jugar, pero las criaturitas no se le acercan por ser solo un humano, para el menor era complicado vivir en Khandrya, no encajaba del todo con los hábitos y juegos de otros niños, rara vez podía integrarse a los juegos debido a que todo, absolutamente todo, giraba en torno a los poderes que se desarrollaban en los infantes gracias a su imaginación e ilusión y era cuando la mentecita de Eleck era puesta a prueba para poder jugar solito sin aburrirse, haciendo castillos de arena, soldaditos con hojitas y palitos, jugar con sus juguetes y pelotas, pasear por los alrededores de su hogar sin alejarse demasiado.
Su madre le tenía prohibido alejarse más de lo necesario, siempre que estuviera rondando los jardines debía asegurarse de que pudieran verlo desde dentro, nunca hablar con desconocidos y no mencionar nada sobre su falta de magia para evitar habladurías en su nombre, Eleck debía ser un secreto a voces pues si bien se sabía de su existencia por otros vecinos y por el mismo Merlín, el hecho de que no fuera más que un mundano en Khandrya no se había dicho a nadie, nunca.
—¿Qué estás viendo, Eleck? —su madre lo observa desde la entrada de la sala apreciando su pequeña complexión.
—Los niños están jugando con las haditas, mami —sonrió—. Me gustaría poder hacerlo también pero no quieren acercarse a mí.
—Oh, cariño, es porque le temen a los humanos —sopesó—. No te preocupes, puedes solo contemplar lo bonitas que son. Sé que no es tan divertido como te gustaría pero no tengo más para darte con respecto al tema.
—No importa, estoy bien así —asintió algo desganado, observó a su lado atento a una figura que no podía ver bien pero continuó con su misión de chismear por la ventana a los demás infantes.
—Deberías salir, ve con ellos a jugar, no todo lo hacen con magia —susurró su mamá dándole un beso en la cabecita, qué más quería ella que pudiera disfrutar de su niñez todo lo que pudiera.
—No quieren jugar conmigo, ayer fuimos al lago de nenúfares para ver a las ninfas pero no pude atravesar el muro de brillitos —puchereó—. Una de las niñas me dijo que volviera a casa, que no podía acompañarlos porque no soy mágico…
—Es una protección que las ninfas tienen para que los cazadores no las atrapen, algunos humanos nacidos en nuestro reino comercian con ellas —suspiró—. Es para cuidarse, solo eso, no tiene que ver contigo en realidad.
—¿Puedes decirles que me dejen pasar? Me he portado bien y no grito mucho —la observó esperanzado—. Quiero verlas.
—Lo sé, pero dudo que quieran escucharme, son bastante tercas y caprichosas cuando se trata de su muro de protección —suspiró—. Hay otros sitios donde puedes ir a jugar, como el Corazón de Loto.
—No, es aburrido ver una flor enorme que no hace nada —negó enfurruñado—. ¿Puedo tener una mascota?
—¿Qué mascota? —rió—. Aquí todas las bestias son libres, si desean acompañarte en tu vida pueden quedarse a tu lado.
—La señora Cold dijo que ella tenía mascotas en su mundo humano, que tenía pájaros en jaulas —sopesó.
—¿Te gustaría tener un Ave Fénix en una jaula para que no pueda volar nunca solo porque quieres verlo allí todo el tiempo? —ladeó la cabeza.
—No, estaría triste —suspiró—. No puedo hacer nada, qué aburrido…
—Bueno, estoy segura de que podemos encontrar algo entretenido para que hagas, ¿Por qué no vamos a la cocina y hacemos algunas galletas? —sonrió—. Esta vez tú las vas a amasar antes de cortarlas en formas.
—Sí, sí, ¡Sí! —corrió entre saltos y vítores mientras la fémina lo escuchaba hablar de todas las chispas de chocolate que le pondría, de que haría formas de estrellas y que seguramente iban a quedar deliciosas.”
Eleck abrió los ojos encontrándose con que no podía ver nada a su alrededor, tanteó su almohada y suspiró sentándose sobre la cama mientras restregaba sus manos contra el rostro tratando de espabilar mejor, ¿Había soñado con su madre de nuevo? Tal vez la extrañaba más de lo que quería admitir, pero de cierta forma le alegraba no haber olvidado esos momentos junto a la mujer de larga cabellera negra que siempre lo hizo sentir especial a pesar de no serlo en lo absoluto.
Un ronroneo lo sacó de sus cavilaciones, su mano derecha tanteó la superficie de la sábana para encontrar el cuerpecito suave y afelpado de un gato pequeño, Eleck lo tomó con cuidado para atraerlo a su cuerpo estrechándolo con cariño, al tocar las patitas suavecitas supo que era Ónice pues Rayna no tenía sus almohaditas tan pequeñas. Sonrió acariciando con calma la cabecita del ManeKatt que se desperezó volviéndose una bolita estirada hacia arriba y luego le prestó atención para regresar a su forma híbrida con una gran sonrisa.
—Amo Eleck, ¿Cómo se siente? —Ónice se sentó cual indiecito viéndolo atento.
—Bien, mucho menos cansado que ayer —rió ante sus palabras pero había que verle el lado bueno a las cosas—. Aunque hoy no puedo ver nada.