El blanco de sus ojos

26

Rayna y Ónice se encontraban sentados sobre uno de los árboles más altas de la villa habiendo escalado el mismo tras aburrirse de comer bocadillos durante el evento de la luna azul. Ray mantenía su espalda apoyada contra el tronco de este, entre sus piernas se hallaba su compañero que reposaba su cabeza contra el hombro y parte del pecho ajeno; con los ojos puestos en el astro nocturno, serenos, cómodos, y con las gemitas en sus rostros brillando con fuerza.

—Todo se siente muy tranquilo, como cuando vivíamos en palacio —susurró Ónice con un ronroneo.

—Es verdad —Rayna suspiró apoyando su mentón en la cabecita ajena—. Tus ojos se ven hermosos, brillan como la luna.

—Gracias —un tenue rubor rosáceo apareció en sus mejillas—. Me gusta cuando tus gemas resplandecen, se te ven bellas.

—No tanto como las tuyas, somos dos guapos —rió—. Voy a extrañar esta tranquilidad, ahora que debemos dejar la villa para continuar, creo que deberemos enfrentarnos a muchos problemas.

—¿Tienes un mal presentimiento? —Ónice frunció el ceño, preocupado—. Porque yo sí, creo que algo realmente malo va a suceder.

—Esperemos que no —chasqueó la lengua—. Tengo dudas sobre nuestra misión, sé que Eleck quiere cumplir con la palabra de Merlín, pero, ¿Por qué nosotros? ¿Por qué arriesgar tanto por alguien que no sabemos si vamos a encontrar? ¿Y si todo esto fuera en vano?

—¿Qué? ¿Qué quieres decir? —se apartó para verlo a los ojos—. Merlín nos acogió cuando no teníamos nada, nos entrenó y protegió, a los tres, le debemos al menos esto. Además, si el reino no encuentra al heredero, ¿Quién va a gobernar? Es posible que los Pimeys y los Antaa Potkut que los apoyan tomen el control, ¿Te imaginas? Ya no habrá paz.

—De todas formas sucederá si no hay heredero, ¿No lo ves, Ónice? No tenemos ni una sola pista, nadie sabe de ese hijo o hija que se perdió hace tiempo, quizás ni siquiera existe, ¡Ni siquiera se sabe quién era la pareja de Merlín! Esto es una locura, estamos arriesgando tanto sin tener certezas —suspiró.

—No nos podemos rendir ahora, Ray —el híbrido de pelaje oscuro entristeció bajando sus orejitas.

—No lo haremos, pero quiero que estés atento, alerta a todo —asintió—. Tú y yo somos los pilares de Eleck, somos quienes van a coronar al heredero de Merlín de estar vivo, no podemos seguir manteniendo un perfil bajo. A partir de ahora, deberemos pelear codo a codo con nuestro amigo, o nadie podrá revelar la verdad.

—De acuerdo —asintió decidido—. Solo espero que encontremos una solución al Oculi Tenebris.

—Debe haberla, no puede ser irrevocable —volvieron a acurrucarse—. Si el rey pudo contra eso, quiere decir que es posible, solo hay que hallar la fuerza necesaria para lograrlo. Ya verás, Oni, se podrá. Además, tenemos a Niesse, sea quien sea ella en realidad, no nos va a abandonar.

En pleno centro de la plaza principal y luego de haber tenido su momento con Niesse, Eleck se divertía en compañía de otros Valaisin que se habían acercado a conocerlo, entre charlas y risas terminaron jugando entre ellos a lanzarse bolitas de luz, con muchos niños alrededor queriendo participar, con parejas turistas que sacaban fotos a las decoraciones y al paisaje, en fin, una velada hecha para disfrutarse por completo; Eleck se sentía en casa, era como formar parte de un conjunto de engranajes que conformaban un “algo”, era interesante, acogedor, lleno de vitalidad. Observó a la luna cerrando los ojos con una sonrisa, absorbiendo otra vez su energía mientras sus tatuajes brillaban, agradeciendo haber tenido la oportunidad de encontrar esa villa.

—Veo que te sientes muchísimo mejor —Agatha se acercó a él con una gran sonrisa—. Es bueno tenerte aquí, Eleck.

—¿Sí? —le sonrió ladeando la cabeza.

—Claro que sí, es motivo de dicha y celebración cuando un Valaisin vuelve a casa —asintió—. Mi padre solía contarme que, cuando Merlín apenas descubrió a los Valaisin, todos nacían aquí desde el lago que cruza nuestros límites, que allí podías ver a la luz tomar la forma de cada mago que iba a ser su portador.

—Eso parece ser un cuento místico —susurró el muchacho encantado.

—Hay todo tipo de leyendas y cuentos, cada villa tiene sus propias creencias —sonrió—. Espero puedas quedarte más tiempo.

—Me gustaría, pero tengo trabajo que hacer —suspiró apretando los labios, recordando algo que lo tenía curioso—. Agatha, ¿Cuál es tu especialidad? Me refiero, ¿Qué clase de poder tienes que te caracterice? Cira es una sanadora de esencia.

—Puedo ver los hilos entretejidos de la vida —rió bajo—. Sé quiénes están destinados a encontrarse, a ser amigos o enemigos, quienes van a cruzarse en algún momento de sus vidas. Es como ver hilos que unen a la gente.

—¿Cómo el hilo rojo? —ladeó la cabeza.

—Algo así, pero no solo en pos del amor, a veces veo quienes van a morir a manos de tal o cual, quienes se odian o se odiarán —se encogió de hombros—. Pero no puedo hacer mucho, notarás que no es una habilidad que sea muy utilizada, solo puedo dar consejos, prevenir o ayudar en tales ocasiones.

—¿En verdad? ¿Qué ves en mí? —preguntó interesado, la mirada de Agatha paseó con rapidez por su anatomía con concentración.

—Pues… No veo nada en ti, Eleck, no hay hilos que me digan algo sobre tu vida, tu futuro o sobre quién eres —frunció el ceño confundida—. Pero sí te veo unido, no, mejor dicho, casi enredado a Niesse Donovan.




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