“Eleck se encontraba ordenando sus muñecos y peluches en su cuarto, algunos rompecabezas yacían sobre su cama, mantas en forma de un gran fuerte donde había creado su guarida para esconderse de los villanos que pudieran encontrarlo en sus divertidas aventuras imaginarias y es que no tener magia a veces volvía un poco difícil pasar las tardes al no ser como los demás y poder visitar con otros niños diferentes atracciones para ellos.
Suspira una vez termina, se coloca sus pantuflas y acomoda su pijama el cual no se ha quitado aún a pesar de ya haber desayunado con su madre, talla uno de sus ojitos y corre a observarse en el espejo donde hay marquitas en la madera de los bordes que lo sostienen pues él y su mamá todos los meses miden su altura; se coloca pegadito al mobiliario, con su manito tantea la zona y una vez que está seguro de que lo ha marcado bien se aparta para observar con curiosidad solo dando con la misma marca que hicieron hace dos semanas, no ha crecido mucho, en realidad, sigue igual. Pucherea, quiere ser más alto para trepar los árboles más rápido pero a sus ocho añitos el tiempo de su crecimiento parece no estar a su favor.
—Sabes que no es así, ¡Lo sabes! —la voz de su madre siendo elevada llega hasta su cuarto, frunce el ceño al oírla molesta y decide ir a echar un vistazo.
—Solo intento hacer las cosas como debieron ser desde un inicio —la voz de un hombre sobresaltó a Eleck que apresuró el paso hasta llegar al umbral de la puerta del salón principal donde apenas se asomó para ver, pero a ese sujeto no podía verle el rostro con claridad—. Mirena, te lo pido, por favor, tienes que dejarme hacer lo correcto, es la única forma que tengo de protegerlos a ambos. Necesito volver a ser lo que era.
—No, ¡No! Solo quieres deshacerte de él, pero ya no puedes, tú mismo lo has dicho —caminó de un lado a otro—. Desarrolló voluntad propia y pensamiento, ya no puedes quitarle eso.
—Nunca quise que llegara a esto, no creí que… —suspiró—. ¿Qué quieres que haga?
—Buscar alternativas, pero no vas a tocar a Eleck —negó firme más su semblante se ablandó acercándose al hombre—. Es mi hijo, así lo veo y lo amo, sé que tú también. No te preocupes, seremos cautelosos, vamos a estar bien y hallaremos la forma de seguir a salvo.
—Espero no arrepentirme de esto —suspiró rendido al pedido de la bruja—. ¿Por qué siempre sabes qué tengo que hacer? —sonrió acariciando su mejilla—. Tengo que marcharme ya.
—Mami —Eleck finalmente salió dejándose ver—. ¿Por qué estás discutiendo?
—No, no, no, no estamos discutiendo —negó acercándose— Aun no te has quitado la pijama.
—¿Por qué tenemos que cuidarnos? ¿Hay monstruos fuera? —frunció el ceño viendo al sujeto.
—Me voy, volveré pronto —aquel hombre le dio la espalda a la mujer y al niño saliendo por la puerta con premura, Eleck no le quitó los ojos de encima en ningún momento.”
El muchacho frunció el ceño entre sueños, se quejó bajito abriendo los ojos con lentitud, se mantuvo sobre la cama, de lado y calentito, medio dormido recordando un poco ese recuerdo con su mamá, ¿Quién había sido ese hombre que hablaba con ella? Había muchas cosas de su infancia que no entendía o que bien no cuadraban nada en sus memorias pero mucho no podía hacer con ellas.
Se removió un poco más y notó, al fin, que algo más sucedía en esos instantes. Sus ojos se abrieron en grande cuando, luego de espabilar mejor, se percató de que su cintura era rodeada con fuerza. Decidió voltearse en el lugar con mucho esfuerzo —y algo de valentía— encontrándose con Niesse que dormía plácidamente, es más, la bibliotecaria se acurrucó más contra él dejándolo atónito; dos segundos más tardes los adormilados ojos de la chica se abrían enfocándose en el Valaisin.
—Buenos días —sonrió.
—Buenos días, ¿Qué…? ¿Qué haces en mi cama? —murmuró aún sorprendido.
—Anoche celebramos demás, bebimos mucho y terminamos algo ebrios —rió bajo—. Cuando fui a mi cuarto encontré a Alistair allí medio desmayado y pues el más cercano era el tuyo.
—¿Y tenías que abrazarme? —sonrió con timidez.
—Sí, porque no puedo dormir sin abrazar a alguien o a mis almohadas —suspiró.
—Es un detalle que tendré en cuenta —relamió sus labios—. ¿Qué más hicieron?
—Hablamos durante horas con Eldor, nos ha contado un sinfín de aventuras que ha tenido durante sus siglos de vida, ¿Sabes? Había olvidado que en Khandrya se vive muchísimo más tiempo que en el mundo humano, pero eso hace que puedas ver la vida de otra manera —sopesó—. Él es muy cálido y simpático, te va a caer bien, Eleck.
—No lo creo —rodó los ojos.
—Vamos, ¿Por qué te enojas? —rió apretujándolo contra sí—. Hoy me va a enseñar a pelear con magia, ahora que sé hechizos de protección gracias a Silvano y Alistair y que sé lo básico gracias a ti, creo que puedo intentar escalar al siguiente nivel como bruja.
—Lo básico… —puchereó—. Ojalá pudiera enseñarte algo más útil, lo siento.
—No, Eleck, lo que me has enseñado es hermoso, me gusta —negó preocupada al verlo desanimado de esa forma—. ¿Por qué estás así? Anoche te fuiste de la nada, creí que te quedarías con nosotros.