El blanco de sus ojos

28

Tras desayunar todos juntos en la sala con Agatha, el grupo de jóvenes se dirigió a los límites fuera de la villa donde Eldor había quedado con Niesse para entrenar y practicar sin hacer daño a otros o a estructuras. Silvano se había sumado al equipo queriendo supervisar a los más jóvenes pues no quería que se metieran en problemas, Alistair los siguió solamente porque quería estar cerca de su amigo —pero eso no lo iba a admitir—; Eleck caminaba a paso sereno mientras sostenía la mano de Ónice que de manera mimosa se mantenía pegado a él observando a su alrededor, ronroneando bajito con Rayna que los seguía detrás sereno.

Eleck observó a Niesse charlar con Alistair, entretenida, sonriente, de vez en cuando se acercaba al joven que ahora los acompañaba para comentar algo o reír a su lado y eso era algo que disgustaba un poquito al mago de luz, aunque no le gustara en lo absoluto demostrar ese tipo de reacciones, es decir, ¿Quién era él para estar molestándose de esa forma? Nadie, no tenía otra relación que no fuera amistosa pero tampoco era enteramente de esta manera, ¿Entonces? Tragó duro desviando la mirada, es más que conscientes de que, si Eldor no hubiera irrumpido en su cuarto, habrían terminado besándose, ¿Y luego? Luego seguramente habría muerto de vergüenza, pero la habría besado de nuevo, sí, claro que sí y… ¿¡Y qué!? ¡Ay, no, ya está desvariando!

Le dio la espalda al grupo, el Valaisin se detuvo para cubrir su rostro con las manos, ¿Qué estaba pensando? ¡Qué locura! Ónice lo observó con el ceño fruncido pero lo dejó ser para mutar a su forma felina y curiosear en el área y para cuando Eleck quitó sus manos la ceguera había acudido a su encuentro.

—No… Mierda, ¿Por qué aquí y ahora? —farfulló sopesando qué hacer, si decirles que quería regresar a casa de Agatha, ajeno a la conversación de los demás.

—Creo que este es un buen lugar para que practiquemos —sonrió Eldor volteando a ver a todos los demás.

—Buena idea, aquí no vamos a estorbar ya que estamos lejos de los caminos a la villa, no será problema —Cira apoyó la idea.

—¿Qué es lo primero que deberíamos comenzar a practicar? —Silvano observó a todos los presentes, estaban ansiosos, menos Eleck quien de forma desinteresada veía alrededor.

—Creo que podemos iniciar con un hechizo que sirve para alejar a los oponentes dándoles un fuerte golpe —Eldor sonrió quitándose el abrigo—. Hagamos que sea un juego fácil, ya saben, de destreza y agilidad.

—¿Cuál es el hechizo y cómo haremos esto? —Niesse se acercó interesada.

—No lo hay, no es algo que deba ser pronunciado sino que debes imaginarlo en tus manos —sonrió acortando distancia con ella, tomó sus manos para enseñarle a cómo debía colocarlas, una sobre otra sin tocarse—. Piensa que tienes allí un proyectil de energía, no importa el tamaño que quieras darle, solo debes dejar que la magia fluya desde tu cuerpo sin que se haga notar. Es un buen ataque sorpresa si estás siendo perseguida y no deseas que te encuentren cuando des el golpe.

—¿Es posible? —frunció el ceño.

—Claro que sí —sonrió viéndola de cerca—. Y más tú, tienes una buena energía, no dudo que puedas hacer lo que sea, Niesse.

—Gracias —sonrió.

—Bien, hagamos esto. Para Niss será difícil en un inicio pero para el resto, que sabemos esto ya que hemos jugado siendo más jóvenes, será entretenido —Eldor preparó sus manos creando una esfera de mediano tamaño que apenas podía verse como un conjunto de estelas grisáceas y luego la lanzó con fuerza y velocidad—, ¡Eleck, piensa rápido!

—¿Eh? ¿Qué? —el peliblanco volteó por puro instinto al escuchar esas palabras pero nada pudo hacer para defenderse o evadir el ataque estando ciego, la esfera golpeó su pecho enviándolo por los aires hacia atrás hasta que su espalda golpeó el suelo.

—¡Eleck! —Silvano corrió en su dirección.

—Mierda —el mago de fuego también fue tras el Valaisin e intentó ayudarlo a ponerse de pie—. Lo siento mucho, creí que ibas a poder detenerlo o evadirlo, en verdad no lo pensé bien.

—Oh, no me digas —Eleck se zafó de su ayuda una vez estuvo de pie mientras sentía el dolor en su pecho, estaba molesto, muy, muy molesto—. Ey, Eldor, tú también piensa rápido —y con solo un toque de su mano contra el esternón del muchacho este salió despedido por los aires estrellándose contra uno de los árboles—. Ups, creí que lo detendrías.

—Eleck, Eleck, no podemos usar nuestros poderes para hacer daño a otros —Cira llegó a su lado—. Calma.

—Lo hizo a propósito —espetó tanteando con sus manos a su alrededor para saber dónde estaba su par.

—Otra vez te cegó la maldición —la muchacha se mostró preocupada—. Sé que fue a propósito…

—Eleck, ¿Estás bien? ¿Te duele? —Niesse lo examinó con cuidado una vez llegó a su lado.

—Estoy bien, casi no duele —asintió—. Pero él me lanzó un hechizo creyendo que todos estamos atentos a esta ridiculez, ¡Pudiste causarme un grave daño! ¿En qué estás pensando?

—¡Fue un accidente! ¡Pero pudiste evitar el golpe, no seas débil, Valaisin! —Eldor se quejó incorporándose del suelo para verlo, pero quedó sorprendido al encontrar los orbes ajenos ennegrecidos en su totalidad—. Estás maldecido. Un Sielun Syoja te ha dejado así, ¿Por qué no has dicho nada?

—No me digas lo obvio y, ¿Quién se supone que eres para cuestionarme eso? No te conozco, no tengo por qué decirte nada —Eleck respondió alejándose a pasos inseguros—. Me voy, no necesito esto ni su entrenamiento absurdo, ¡Ónice, Rayna! —llamó a los ManeKatt que con rapidez fueron a su lado—. Oh, no…




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