El blanco de sus ojos

34

Un beso puede ser el momento más glorioso de la vida, darlo a la persona que nos atrae, que hace que nuestras más grandes barreras bajen, que los nervios surjan, que seamos torpes, que fantaseemos con ser correspondidos; puede ser un pequeño acto de amor o uno de protección, tal vez una promesa silenciosa o la forma de desatar el más ardiente deseo que nos inspira la persona que nos interesa… O, en este caso, una forma de con un dulce contacto entregarle al otro afecto, ilusión, esperanza, compañía…

Ahí estaban Eleck y Niesse, tendidos en la cama de la muchacha mientras sus bocas danzaban con parsimonia, sin miedo ni prisas, degustándose, suspirando entre besos, escuchando la respiración ajena y los chasquidos que se producían cuando sus belfos se acariciaban con lentitud; de espaldas al lecho se encontraba Niss con su cabeza reposando sobre uno de los brazos del Valaisin mientras este la veía desde arriba pues se mantenía apoyado sobre su peso solo para poder ver en su totalidad el rostro de la mujercita pudiendo así besarla como quería, con sus manos libres entrelazadas a la altura del pecho de los dos, importando poco en realidad que los estuvieran esperando, ese momento era suyo. Solo suyo.

—Nos van a regañar por tardar —sonrió Eleck—. Tus besos son como una droga para mí, mira donde hemos terminado.

—Mi idea de disimuladamente traerte a mi cama salió mejor de lo que esperaba —rió bajo la muchacha que no podía dejar de sonreír—. Tenía tiempo que quería hacer esto, pero no encontraba oportunidad, alguien nos interrumpía o tú te ponías demasiado nervioso.

—Lo siento —volvió a reír no pudiendo creer que en verdad se llegó a sentir tan nervioso—. Es que tú eres muy directa, no sabía cómo responderte.

—Qué tierno —besó su nariz.

—Te ves más tranquila que cuando llegué, ¿Lo ves? Conmigo estás a gusto y no me has hecho daño —murmuró viéndola con un brillo en sus ojos que cautivó a la Pimeys—. Pase lo que pase, nunca harás algo por lo que yo deba tenerte miedo.

—Confías mucho en mí —ella apretó los labios para sonreír luego—. ¿Nunca vas a dejar de ser mi lucecita?

—Nunca, siempre voy a estar contigo, Nissi, te voy a guiar y a apoyar en lo que me pidas —asintió decidido—. Es una promesa.

—No hace falta que me prometas nada —negó, observó la unión de sus manos, el hilo seguía allí—. ¿Puedes ver algo en nuestras manos?

—Mmm… No, no veo nada —frunció el ceño—. ¿Por qué?

—Solo preguntaba —se encogió de hombros, si Eleck no lo veía entonces no tenía por qué mencionarlo para que tuviera otra cosa en mente.

—Cuando hayamos encontrado al hijo de Merlín, ¿Vendrías al palacio conmigo? De seguro podrías ser parte de la guardia real, te encantará —sonrió.

—Oh, suena interesante, aunque esperaba conocer más el reino, aprender… —sopesó la bibliotecaria—. No sé si estoy hecha para ser guardia real, soy más como una golondrina solitaria que busca dónde estará cómoda.

—Podrías probar —puchereó.

—No creí que luego de todas estas aventuras que hemos tenido querrías regresar a la vida del palacio, no sé qué tanto has hecho allí en tu vida, pero por alguna razón me pareció que te quedarías con todos nosotros —Niesse relamió sus belfos—. Silvano y Alistair tienen un plan similar.

—Quieres irte con ellos —Eleck asintió—. Suena bien, tienes que hacer lo que más te guste.

—Suena a que me estás diciendo que no irás y que pobre de mí si te dejo en el palacio solito, no sé, me pareció —gesticuló mientras el ojiplata reía a carcajadas.

—Te faltó que te dejaría dormir fuera de casa —sonrió.

—Entonces, ¿Tendremos una casa para nosotros dos? ¿Solo nosotros? —elevó las cejas varias veces.

—Pues… Sí, si quieres… —se encogió en el lugar.

—Claro que quiero, tengo muchas ideas sobre lo que sería vivir contigo sin locos queriendo apoderarse del reino o del poder de Merlín —besó sus labios un par de veces de forma casta—. También tengo en mente algunas ideas para que la pasemos bien… Para inaugurar la casita…

—Aún no terminamos esta misión y tú ya piensas en cómo inaugurar la casa —susurró entre besos, cerrando los ojos, dejándose hacer por la pelinegra—. Y me encanta…

Eleck le sonrió tras un suspiro no embobado, embobadísimo, deshizo el agarre de sus manos solo para llevar la suya al cuello ajeno dando una caricia hacia arriba hasta llegar a las hebras negras de la nuca de Niesse y atraerla con total serenidad, tan despacio, tan jodidamente provocador pues ante de que sus labios se tocaran se detuvo, allí, a nada de compartir otro instante memorable para ellos, relamiendo sus labios casi tocando los ajenos sin cortar el contacto visual. Niesse es débil. Débil a Eleck Kozock puesto que no esperó a más para reclamar la boca del Valaisin como su más grande oasis, lo besos ajenos eran suyos, de nadie más y los cuidaría como si de una fuente de oro se tratase.

—No juegas limpio —murmuró la Pimeys apoyando su frente contra la ajena.

—No —sonrió.

—¡Niesse Donovan más te vale que salgas de este cuarto antes de que tenga que sacarte toda depresiva! —Silvano ingresó en el cuarto como alma que lleva el diablo, desesperado, preocupado, algo molesto también—. Sé que te sientes mal por lo que le dijiste a Eleck pero no te permito que te rindas, no autorizo esta mierda que estás haciendo y te juro que te voy a patear las… Las… —se quedó petrificado al ver al par sobre la cama, estos quedaron en iguales condiciones—. ¿Qué mierda? ¿Qué está pasando y por qué no han salido aún?




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