El blanco de sus ojos

35

Se encontraban todos en el jardín de la casa de Agatha, el grupo de magos se preparaba para finalmente partir al hogar de los ManeKatt y para ello se usaría uno de los portales que Equusuu podía conjurar, todo estaba listo ya; Silvano y Alistair intercambiaron miradas sonrientes pues se sentían listos para retomar esa travesía que aceptaron realizar, Rayna y Ónice se encontraban ansiosos por poder regresar a su tierra natal, Niesse y Eleck salían de la casa terminando de hablar con la mujer que les dio techo y comida cuando más lo necesitaron.

—Gracias por todo lo que ha hecho por nosotros, me preocupa tener que irnos de esta manera, no sabemos si los Antaa Potkut vendrán a la villa por lo sucedido con quien los lideraba —Eleck volteó a verla con semblante triste—. Siento que hemos traído un gran predicamento a sus vidas.

—No tienes que preocuparte, podemos defendernos de la mejor manera y les daremos el tiempo que podamos para que tengan la ventaja. Pase lo que pase, si quieren seguirlos, deben llegar a este lugar —sonrió acunando las mejillas del chico con una sonrisa amorosa—. Lo que estás haciendo es muy importante, Eleck, tu reino, tu mundo entero, va a agradecértelo y serás recordado por siempre.

—No creo que sea para tanto —susurró—. Solo hago lo que Merlín me pidió.

—Claro —rió bajo—. Da lo mejor de ti, y recuerda, nunca olvides quién eres, ¿Sí?

—¿Por qué me dice esto? —frunció el ceño y notó cómo la mujer de facciones delicadas veía la gema sobre su frente—. ¿Agatha?

—Solo quiero desearte lo mejor —se alejó la fin.

—Eleck, debemos irnos, por favor —Equusuu apremió al Valaisin que algo dudoso se dirigió a su encuentro—. Ahora mismo vamos a tomarnos de las manos, somos demasiados por lo que no puedo transportarnos a todos al mismo tiempo, pero si me ayuda, llegaremos en un santiamén.

—Perfecto —asintió Silvano—. Solo dinos qué hacer.

—Tómense de las manos, respiren hondo, despejen su mente y compartamos energía, de esa manera el portal se abrirá bajo nosotros —comentó—. La caída puede ser un poco dura, no es la más convencional pero es lo mejor que puedo ofrecerles.

—Solo hazlo, Equusuu —sonrió Niss entrelazando sus manos con las de Eleck y Ónice.

—¡Esperen! —la voz de Cira hizo voltear a todos—. Yo quiero ir con ustedes, les hará falta otro Valaisin.

—¿Qué? —a Niss le dio un tic en el ojo, no estaba para nada de acuerdo.

—Eso es perfecto —sonrió Alistair—. Cuántos más seamos, mejor, ¿No creen?

—Claro que sí —Eleck asintió seguro.

—De acuerdo, hagan espacio para mis manitas —Cira terminó a un lado de Rayna y de Silvano.

—Bien, si ella va, yo igual —Eldor sonrió tomando la mano de Niesse separando en el proceso a Ónice que lo observó confundido pero no le dio importancia alguna.

—No puede ser —reprochó Eleck por lo bajo pero se limitó a no verlo, ay, es que no le agradaba, ¡Y no tenía nada que ver con Niss! ¡No!

—De acuerdo, ¿Alguien más? ¿Nadie? Perfecto —el hechicero sonrió estando en el centro del círculo que se había formado por los magos, los veía con detalle, era un grupo fuerte, unido, tenían muchas probabilidades de concretar con éxito esa loca misión—. Urelis mendum daarrivo beom.

Una fina línea chispeante y dorada se formaba por debajo de los pies de cada mago conectándose entre sí hasta formar un círculo, el hechicero golpeó su cayado contra el suelo tres veces mientras seguía recitando el conjuro y pronto comenzó a verse el suelo desaparecer en una distorsionada imagen colorida que asombró a todos los presentes; el aire comenzaba a fluir de manera más lenta, el sonido ya no se escuchaba y los presentes parecían estar flotando sobre la imagen proyectada. Niesse tragó duro, era la primera vez que veía algo así, no importa cuánto tiempo pasara en compañía de los magos, siempre habría algo que lo iba a asombrar en grande, pero todo lo que podría haber sido causado por sus nervios fue disipado cuando sintió el apretón en su mano, volteó a ver a Eleck que le sonreía con calma y le devolvió el gesto.

De a poco comenzaron a deslizarse hacia abajo, como si estuvieran en arenas movedizas y fue el momento en que Equusuu les indicó que cerraran los ojos dejándose llevar sin problemas ni dudas, que confiaran y creyeran ciegamente que llegarían a destino en unos instantes nada más. Y así fue, sintieron una corrientes suave y eléctrica recorrerlos de punta a punta, era como haberse sumergido en el océano pero no te sentías mojado sino que ligero cual pluma de Ave Fénix hasta que la caída comenzó a hacerse algo turbulenta terminando por separarlos unos de los otros cuando, casi de forma abrupta, cayeron al suelo, y sí, fue un poco doloroso porque uno no elige dónde caer.

—¡Mierda, la espalda! —se quejó Cira tomando una bocanada de aire para soportar la pequeña pero mortificante punzada en su esqueleto al terminar sobre una roquita.

—Carajo, me dio miedo —Alistair apenas levantó la cabeza del suelo.

—Esto no es muy glamoroso que digamos —Silvano protestó—. Podrías habernos dicho que había rocas, césped y un árbol en medio del camino para recibirnos, Equusuu.

—¿No lo hice? Ah, lo olvidé —sonrió sin siquiera haberse despeinado, el desgraciado tenía todo calculado.




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