El blanco de sus ojos

40

El pasado.

Varios siglos atrás.

En su adultez, Merlín era un mago ya reconocido, muchos sabían de él, algunos lo amaban, otros lo odiaban y tras la ayuda que le brindó al rey Arturo en el mundo de los humanos, sus enemigos incrementaron, las fuerzas de la oscuridad también querían salir a la luz como él lo había hecho y los enfrentamientos comenzaron, una de sus mayores enemigas fue Morgainne, quien deseaba con fervor acabar con los humanos, arrasar con cada campo, con cada iglesia, cada pueblo, enseñarles lo que el verdadero mal podía causarles y hacerse con el mundo a sus anchas, pero Merlín no se lo permitió y por años fueron enemigos acérrimos, cada uno con sus convicciones e ideales, con sus seguidores y alabadores, la guerra entre el bien y mal nunca estuvo más presente que con ellos dos hasta que en una inevitable batalla, la mujer de verdes orbes fue vencida por el mago y sus discípulos en un ataque en conjunto y sorpresivo.

La muerte de Morgainne, hermana de Merlín, trajo paz al reino durante muchísimo tiempo. Los Pimeys se vieron en la obligación de regresar a sus hogares dejando de lado la pelea que su líder les había impuesto al querer obligar a los demás magos a aceptar que ellos eran superiores, que debían y merecían tener un puesto más alto en su sociedad y que su hermano nunca sería el más digno para gobernar todo un mundo lleno de magia.

Allí se acababa la época de guerras y penurias, podían volver a respirar con tranquilidad, pero a Merlín lo atacó una verdad que nunca tuvo tiempo de notar antes porque su ajetreada vida no se lo permitía, el estar completamente solo, su palacio era enorme, lleno de cuartos, de guardias y de una eterna soledad donde no hablaba con nadie porque no conocía a nadie; ya su madre no se encontraba con vida, no poseía amigos más que algunos magos de diferentes aldeas que no solía visitarlo por ser él alguien ocupado siempre, ¿Y ahora? ¿Qué quedaba para él? ¿A qué se resumirían sus días el resto de su vida? Caminar por su ostentosa biblioteca ya no le era interesante, no era satisfactorio cuando había leído cada tomo en ese lugar, entonces, como un milagro, llegó una invitación que no pudo rechazar de parte de uno de sus guardias; la aldea de los Tuuli realizaría una gran velada para conmemorar el cambio de estación y por ende, nuevos aires ingresando desde el sur.

Una velada llena de jolgorio, tradiciones y sobre todo, personas conviviendo y pasándola de lo más hermoso, sí, eso era lo que el Rey necesitaba por lo que se colocó sus mejores prendas pero sin exagerar en ostentosidad y partió a la aldea con una sonrisa, ¿Quién diría que sería tan preciosa? Llena de globos por doquier, luces como guirnaldas en cada árbol y casa, sí, era perfecto para que Merlín despejara su mente; todo iba bien, llegó siendo elogiado por muchos, varios se acercaron a saludarlo y a hacerlo sentir cómodo brindándole algo de beber y bocadillos.

—La aldea luce bella, me alegra que hayan prosperado tanto en tan poco tiempo —agregó feliz.

—Claro que sí, Merlín —rió su acompañante—. Creo que debes viajar más a los rincones de tu pueblo, encontrarás que todo está evolucionando de forma grata.

—Lo haré, creo que me vendría… Bien… —susurró como un bobo lo último cuando sus ojos dieron con la mujer más hermosa que tuvo privilegio de contemplar, ella danzando con una gran sonrisa, con su ondeaba cabellera negra al viento y sus ojos grises centellando como miles de estrellas, tan divina, tan única—. ¿Quién es ella?

—Su nombre es Mirena, es una de las mujeres más bonitas de la aldea —agregó el sujeto a su lado.

—¿Bonita? Nunca vi alguien tan perfecta —sonrió en grande, dejó su copa a un lado encaminándose hacia la pelinegra sabiendo que al menos debía intentarlo, tenía que hablarle, escuchar su voz y aventurarse al ajetreado momento donde podía ser rechazado y llegó hasta ella—. Buenas noches, hermosa dama, ¿Me concede una pieza?

—¿No es eso demasiada formalidad? —sonrió la fémina.

—Tal vez, pero por usted, usaría el idioma que fuera necesario con tal de verla sonreír así —comentó cual niño encantado.

—Parece que sabes cómo tratar a una dama —rió—. Bailemos.

Fue la velada más corta que pudo existir para el mago, las horas desaparecieron, era como haber descubierto una nueva ventana en su vida que lo llevaba a un día a día diferente. Mirena era una bruja de viento talentosa y excepcional, con grandes ideas y convicciones en su haber, responsable, inteligente, madura pero dulce y divertida; la fémina tenía al rey comiendo de la palma de su mano, más nunca le pidió nada que tuviera relación con el poder que portaba Merlín cuando la corona de Khandrya se erguía en su cabeza, el que fuera monarca fue el último atractivo que la bruja encontró en él. La tertulia de esa noche se volvió a dar días después, una y otra y otra vez, salidas casuales, visitar el bosque de las hadas, nadar con los nenúfares del lago, ver a los animales andar en los caminos entre aldeas, era simple, cómodo, pero especial en más de un sentido para ellos.

Lo que inició como una linda amistad se fue tornando más importante con el paso del tiempo, más fuerte y más sentida, Merlín era un Valaisin lleno de poder y asombro, Mirena una Tuuli aguerrida y amorosa, hicieron una combinación perfecta, asombrosa… El primer beso llegó sin ser forzado, estaban enamorados y tras un año y medio de estar juntos el rey decidió pedir su mano al padre de la joven casándose con un bajo perfil, llevándola consigo a su palacio, a Cathair Ghrian para vivir el resto de sus días con ella; pero siempre cuidando en exceso su seguridad, él sabía que sus enemigos estaban cerca, que podían herirla a ella con tal de llegar al trono.




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