El pasado (2).
Un pequeño de alrededor de ocho años corre por el gran palacio donde vive, el tiempo ha hecho su trabajo y el infante crece con normalidad. Sus cabellos azabaches se mueven cada vez que da pasos apresurados mientras observa por las ventanas de la gran sala. Eleck se detiene apegándose a la misma, su nariz se aplasta contra el vidrio debido a su curiosidad y ansias, los niños fuera están jugando a atrapar haditas con sus manos y estas les revolotean juguetonas; también quiere jugar, pero las criaturitas no se le acercan por ser solo un humano, para el menor era complicado vivir en Khandrya, no encajaba del todo con los hábitos y juegos de otros niños, nunca podía integrarse a los juegos debido a que no existe para los demás, sin mencionar que en ese mundo todo giraba en torno a los poderes que se desarrollaban en los infantes gracias a su imaginación e ilusión y era cuando la mentecita del infante era puesta a prueba para poder jugar solito sin aburrirse, haciendo castillos de arena, soldaditos con hojitas y palitos, jugar con sus juguetes y pelotas, pasear por los alrededores de su hogar sin alejarse demasiado siempre con un custodio a su lado o una de las sirvientas.
La servidumbre y los guardias tenían pleno conocimiento de qué y quién era Eleck en ese castillo de falsas ilusiones pero a para ninguno fue impedimento encariñarse con el niño. Siempre fue uno más, siempre.
Su madre le tenía prohibido alejarse más de lo necesario, siempre que estuviera rondando los jardines debía asegurarse de que pudieran verlo desde dentro, nunca hablar con desconocidos y no mencionar nada sobre su falta de magia para evitar habladurías en su nombre pero solo era una excusa para que nunca hablara con nadie, Eleck debía ser un secreto a voces en ese palacio de cristal.
—¿Qué estás viendo, Eleck? —su madre lo observa desde la entrada de la sala apreciando su pequeña complexión.
—Los niños están jugando con las haditas, mami —sonrió observando desde el ventanal—. Me gustaría poder hacerlo también pero no puedo salir de aquí, es peligroso.
—Oh, cariño, es porque debemos cuidarte, pero pasará pronto —sopesó—. No te preocupes, puedes solo contemplar lo bonitas que las hadas son. Sé que no es tan divertido como te gustaría pero no tengo más para darte con respecto al tema.
—No importa, estoy bien así —asintió algo desganado, observó a su lado atento a Merlín que llegaba de una reunión.
—Debería salir, ir con ellos a jugar, no todo lo hacen con magia —susurró Mirena viendo de reojo a su esposo, dándole un beso en la cabecita al menor, qué más quería ella que pudiera disfrutar de su niñez todo lo que pudiera.
—Sabes que no se puede —negó el hombre.
—¿No quieren jugar conmigo? Ayer fueron al lago de nenúfares para ver a las ninfas pero yo no podría haber ido, no puedo atravesar las barreras sin magia —puchereó.
—Es una protección que las ninfas tienen para que los cazadores no las atrapen, algunos humanos nacidos en nuestro reino comercian con ellas —suspiró—. Es para cuidarse, solo eso, no tiene que ver contigo en realidad y sabes que estás seguro aquí.
—Tal vez sería bueno que lo lleves de paseo, tú que puedes —Mirena suspiró molesta—, No podemos tenerlo encerrado todo el tiempo, además, ¿Cómo está eso de que no tiene magia cuando está hecho de la misma?
—Que le haya dado vida no quiere decir que pueda usarla, pero no tengo todas las respuestas, esto salió como salió sin que yo estuviera seguro de que lo lograría —masajeó el puente de la nariz—. Además, todo mundo piensa que vivo solo y amargado en este lugar, no puedo salir con un niño de pronto.
—Lo único que veo es que mientras tú peleas tus batallas allá fuera, Eleck y yo nos quedamos atascados aquí —espetó.
— ¿Puedo tener una mascota? —de pronto el niño se encontraba frente a su madre.
—¿Qué mascota? —la mujer lo observó cambiando el semblante—. Aquí todas las bestias son libres, si desean acompañarte en tu vida pueden quedarse a tu lado.
—La señora Cold dijo que ella tenía mascotas en su mundo humano, que tenía pájaros en jaulas —sopesó.
—¿Te gustaría tener un Ave Fénix en una jaula para que no pueda volar nunca solo porque quieres verlo allí todo el tiempo? —ladeó la cabeza.
—No, estaría triste —suspiró—. No puedo hacer nada, qué aburrido…
—Bueno, estoy segura de que podemos encontrar algo entretenido para que hagas, ¿Por qué no vamos a la cocina y hacemos algunas galletas? —sonrió—. Esta vez tú las vas a amasar antes de cortarlas en formas.
—Sí, sí, ¡Sí! —corrió entre saltos y vítores mientras la fémina lo escuchaba hablar de todas las chispas de chocolate que le pondría, de que haría formas de estrellas y que seguramente iban a quedar deliciosas.
Las cocineras pronto estuvieron al servicio ayudando a Mirena y al niño, iban y venían jugueteando con Eleck cuando Merlín tomó la mano de su esposa en un pedido silencio para que lo acompañara fuera del lugar. A paso sereno ambos llegaron hacia la alcoba, la mujer intrigada por tanto protocolo de parte del Valaisin que cerró detrás de sí, tranquilo, porque el niño se encontraba en manos de las sirvientas; el rey suspiró viendo a la bruja Tuuli, se acercó para besar su frente y luego colocó su mano sobre el vientre plano causando extrañeza en ella quien no entendía qué le estaba sucediendo al sujeto.