El Bohío del Colibrí

1. La marca que me dejó Aurey

Nacío para la raíz, para la medicina, para el silencio que habita entre el cuerpo del hombre y el alma del monte.

El Behique no ama, el Behique observa, interpreta y transforma, así debía de ser, eso enseñaron los antiguos a sus descendientes los que vinieron antes de mi.

— Yo no nací para el amor — se decía Maorík envuelto en su tristeza.

Maorík Teneyuque yúcahu´na o más bien llamado “El que traza el camino del alma en nombre del Yúcahú” el behique principal del yucayeque de Guamá el sacerdote que guiaba a la tribu de los Oretihá, nunca fue un hombre de mucho hablar.

Los sabios de Coabey los que custodian el mundo de los muertos le decían que las palabras eran piedras en el río: algunas solo turban el agua, pocas construyen puentes, por eso, cuando conoció a Aurey Maroya Atabexía o la bien llamada “La que camina entre la luna y el agua”, supo que no tenía que decir nada, ella ya lo había leído todo en sus ojos.

La muchacha del río, la que llegó un día del sur desde las montañas con los pies descalzos, el cabello trenzado con semillas y una voz que hacía callar al viento.

Ella no traía bienes, no tenía padres, con ella solo venían canciones que nadie nunca había escuchado y sueños que hablaban de un colibrí que cantaba bajo el agua.

Ella era el aire que fluía, él era la tierra que pisaban.

Ella traía cantos de agua que nadie había oído en generaciones y él solo sabía lo que se le enseño en los rituales y aún así su alma la reconoció como si la hubiera amado antes, en otro tiempo, en otra piel.

Por tres años vivieron juntos bajo un bohío de palma en el centro del yucayeque; Maorík curaba cuerpos, Aurey curaba almas y entre danzas, silbidos de colibríes y noches bajo la luna, concibieron a su hija.

— Tú y yo daremos forma a algo que no pertenece solo a este mundo — decía Aurey con una sonrisa pura enmarcada, pero desde el primer mes Maorík supo que ese embarazo no era como los demás.

Aurey soñaba cosas, habían noches en la que se sentaba sonámbula y hablaba en lenguas que ni los ancestros reconocían. Una vez, durante la luna creciente su piel brilló como si la luna le hubiera hecho el amor y otra vez mientras se bañaba en el lago sagrado de Guarokabey, los peces nadaron en círculo a su alrededor, como si danzaran para el nuevo ser en su vientre.

Maorík sentía miedo.

No lo decía, no podía pues él era el Behique, el hombre de sabiduría, el que guiaba a todos pero no entendía nada pero en silencio en las madrugadas más frías le hablaba al fuego lleno de incertidumbre.

— Cemíes, no se la lleven, yo les ofrezco mi voz, mi aliento, mi bastón, pero no me quiten a Aurey.

El día que comenzó el trabajo de parto el cielo estaba extrañamente quieto, sin viento, sin canticos, ni mucho menos el trinar de las aves, solo un silencio que calaba los huesos.

Aurey gritó con fuerza ya era la hora y tres ancianas la asistieron mientras Maorík caminaba en círculos cantando un areito de protección con voz quebrada rogando por ella aunque dentro de él ya sabía que la perdería.

La tierra tembló al caer la placenta, pero la bebe tras salir no lloro solo los miró y entonces Aurey sonrió y murió, sin sangre, sin herida, ella simplemente exhaló y dejó de estar.

Maorík se quedó inmóvil, no lloró, no gritó, solo la sostuvo contra su pecho un momento, le cerró los ojos, le peinó el cabello y le cortó un mechón de su pelo para guardarlo junto a su bastón.

Cuando alzó a su hija su primer impulso fue sentir miedo, no amor, no orgullo, solo miedo.

Ella no parecía un bebé común, tenía los ojos muy abiertos, demasiado abiertos como si ya supiera lo que vendría y al mirarla atentamente lo entendió, un pequeño halo dorado surcaba su frente — la marca.

Como Behíque sabía lo que debía de hacer y tomando a su hija en brazos camino hasta la cueva sagrada de la Ceiba Madre donde solo entran los nacidos con designio.

Con manos temblorosas la coloco en el centro de la tablilla abrió el altar de tierra y preparo el ritual.

Del estante aun costado tomo una piedra volcánica negra, fue por agua de Guarokabey el lago sagrado, de una cesta tomo tres plumas de colibrí, un cordón de hilo de palma con siete nudos y un poco de la cera del árbol de copal, inmediatamente encendió las velas del sur y recito las palabras antiguas.

“Yukiyú ti guarey, Atabey ti wakurey,
Amaíta bo ti nani, bo’guá, bo’turey.”
“La hija canta, el viento abre,
La marca es fuego que duerme en piel.”

De seguido hundió sus dedos en la cera caliente, dibujo sobre su frente un espiral con el centro vacio, la piedra volcánica la acomodo sobre su ombligo y las plumas las situó justo sobre su corazón.

El agua del lago sagrado fue lo último que tomo y vertió lentamente sobre su pecho y todo cobro sentido, la marca se activó.

El espiral brilló, la anterior marca en su frente la misma que era poco visible se dejo ver, un colibrí dorado que ahora abría su ojo al mundo y entonces ella lloró.

La bebe lloro como si su amada Aurey lo hiciera a través de ella y Maorík también lloro por primera vez en años.

La marca aún era invisible a los ojos del pueblo pero Maorík, behique y viudo, la vio.

Un colibrí formado por luz, dormido bajo la piel esperando a ser escuchado.

Desde ese día el supo que no podría ser solo su padre sino que también debía de ser su guardián y su testigo como también su límite en este mundo, porque la niña que su amada Aurey dejo con él no venía y él lo entendía a vivir una vida ordinaria, sino que venía a despertar lo que dormía bajo las raíces del mundo para ponerlos todos a prueba.

La llamo Bojé Yara Cemíkatu “La que canta con el alma, hija del espíritu entre los mundos.”

La llamó Bojé, como el viento que precede al canto.

Su nombres es aliento, su nombre es raíz, su nombre es esencia que ella tal vez no entendería al inicio pero cuando lo haga el sabía que su querida hija tal vez comprendería que su padre no le negó el amor solo no supo como dárselo sin entregarle su alma partida en dos.



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En el texto hay: reencuentro, drama, sacrificios de amor

Editado: 10.10.2025

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