El Bohío del Colibrí

4. Cuando el colibrí se posa

Habían pasado cuatro días desde el incidente, el aire pesaba como si la tierra misma respirara lento desde lo ocurrido en el lago parecía ser una noche tranquila cuando de repente el mundo parecía haberse quedado en silencio.

Esa noche el río corrió con más propiedad, su murmullo era diferente como si cantara un nombre que Bojé no recordaba, el viento soplaba desde el norte trayendo el olor a frutas fermentadas, a hojas de jagua recién molidas y a algo que olía a infancia y presagio.

El bohío se movía suavemente respirando con ella, a su lado babá Maorík dormía con la mano sobre el pecho murmurando palabras que no entendía, el fuego se había apagado pero su luz en medio de las brasas aún se quedaba suspendida en el aire como si se negara a morir.

Bojé no lograba dormir pero cuando logro cerrar los ojos el mundo se abrió ante ella.

El fuego seguía dejando una hilera de brasas rojas que ahora en la oscuridad parecían ser ojos que la miraban con atención hasta el propio fuego sabía que algo nuevo pasaría y a él se le sumo la luna quien se filtro en forma de espiral por las rendijas del techo del bohío despertando en su frente la marca del colibrí.

Afuera el río murmuraba su nombre reclamándola — Bojé… Bojé… Bojé… — pero la voz que salía era evidentemente no humana, la voz tenía un tono profundo de raíz como si viniera desde el interior del mundo.

El sueño la alcanzo, a medida que se profundizo Bojé soñó con un campo de agua, no había tierra, ni árboles, ni cielo solo agua que no mojaba, infinita y tibia, la misma parecía respirar desde el centro y cada ola brillaba como si ella estuviera hecha de de lunas disueltas.

En el centro de ese océano imposible se encontraba flotando el colibrí blanco sin batir las alas, sus plumas parecían hechas de luna y su sombra formaba un círculo perfecto sobre el agua.

Bojé intentó hablar pero no salieron palabras de su boca sino más bien un simple vapor, el colibrí giró la cabeza, sus ojos ahora eran dos carbones encendidos y entonces el colibrí abrió el pico y habló pero no en la lengua del yucayeque no en las palabras que su mente conocía.

Era una lengua antigua como la piedra como si el sonido mismo fuera un ser vivo que despertaba con cada sílaba.

— “Naguabina to’rei…
E’mahura to’yu…
E’catu…

catu yurey,
El que duerme pronto abrirá un ojo.”

El sonido no era un eco era una corriente viva que la atravesó de pies a cabeza, cada silaba encendía un punto en su cuerpo como si la lengua antigua le devolvía una parte de algo que había olvidado.

Bojé cayó de rodillas dentro del agua pero no se hundía el reflejo del colibrí se multiplicó en miles y de pronto una voz femenina tan parecida a su bibi Aurey resonó detrás de ella.

— Escucha hija de la marca,
no temas al canto ni al fuego,
porque el fuego también canta.

El aire tembló Bojé sintió la vibración dentro de su pecho como si su corazón aprendiera un nuevo ritmo.

Bojé giró pero no vio absolutamente a nadie solo una estela de plumas flotando que se disolvió en el aire y se atrevió a preguntar.

— ¿Quién duerme?

El colibrí descendió y se acercó batiendo sus alas por primera vez desde que apareció y se poso sobre su hombro, su peso era leve pero su presencia inmensa.

— Dime pequeño quién duerme.

Bojé bajo la cabeza el colibrí toco su frente con el pico y el aire se lleno de luz, el agua se abrió en un circulo ante sus pies un cuerpo gigantesco hecho de piedra, raíces y coral apareció una montaña colosal que parecía no tener forma aun y que solo estaba allí inerte con su solo ojo cerrado.

— “El que protege la memoria.
El que olvidaron tus abuelos.
El que respira en la piedra y en el sueño.
El Cemí Dormido.”

Bojé extendió una mano hacia el cuerpo el contacto fue frío pues parecía haberse quedado extendido en la eternidad sintió un peso extraño en el pecho y al tocarlo todo cobro sentido.

No era miedo, era reconocimiento, como si esa imagen hubiera estado clavada a fuego en su piel desde su nacimiento.

Bojé tuvo una visión del pasado vio cosas, fogatas encendidas en antiguos areitos, rostros cubiertos por pintura roja, mujeres elevando cantaros de agua hacía la luna y la principal de ellas se encontraba en el medio, era bibi Aurey su madre cantando con los ojos cerrados y la misma marca del colibrí en su frente.

— Bibi — susurró Bojé.

La imagen de su madre parecía escucharla pero solo sonrió un momento, de pronto su voz se elevo como una suave brisa una que olía a flores de maga.

— Te oigo hija del eco, el canto no muere solo duerme, despiértalo pequeña.

La imagen se desvaneció dejando a Bojé con más preguntas que respuestas.

— ¿Por qué a mí?

El colibrí descendió hasta su frente su pico tocó justo donde brillaba la marca invisible.

— “Porque llevas el eco de dos mundos
y el eco siempre busca quien lo escuche.”

El cemí dormido movió su cuerpo la tierra del sueño tembló, una grieta se abrió dejando escapar un resplandor de luz azul y de su interior salían susurro como si mil voces hablaran a la vez.

La luz se extendió el agua del sueño se alzó en forma de columnas que giraban alrededor de ella dentro de cada columna veía rostros hombres tallando piedra, mujeres trenzando palma, niños danzando alrededor del fuego todos con el mismo símbolo sobre la frente, el colibrí.

— “Cuando el ojo despierte del todo,
la tierra recordará su nombre y tu
Naguabina Bojé serás el puente que ayude
a unir a el cemí dormido con este mundo.”

Cuando finalmente la visión la soltó era de día, Bojé despertó con lagrimas en los ojos cuando el primer canto del día atravesó el silencio del bohío, el sol no había salido del todo pero su luz dorada entraba por entre las palmas y de nuevo al despertar Bojé sostenía entre sus dedos esta vez contra su pecho una pluma blanca que no recordaba de donde había salido.



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En el texto hay: reencuentro, drama, sacrificios de amor

Editado: 22.10.2025

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