Siete años de aparente paz se habían cernido sobre Sevilla, una fina capa de olvido y complacencia cubriendo las cicatrices de un pasado que pocos se atrevían a recordar. El Bosque, antes un lugar de terror inefable, se había retirado a su letargo, su verde extensión inspirando ahora una cautelosa reverencia más que un pánico desatado. Las Luminaria Noctis, aquellas flores de brillo fantasmal, florecían en sus ciclos silenciosos, sus luces verdosas apenas perceptibles entre el follaje. Para la mayoría, la pesadilla de aquella noche de terror había sido relegada al rincón de las leyendas urbanas, un suceso inexplicable atribuido a extrañas condiciones climáticas o a la histeria colectiva.
Pero la paz, como bien sabía el Detective Basilio Román, era una ilusión frágil, un mero suspiro entre tormentas. Él, y unos pocos más, llevaban el peso del recuerdo, la verdad innegable grabada en sus almas. Sabían que el Gran Espíritu del Roble era más que un árbol ancestral, y que la Sombra Atada no había sido derrotada, solo contenida. La memoria del pueblo, el respeto por sus raíces y por la tierra misma, era el precario candado que mantenía a raya la oscuridad devoradora.
En el rincón de su mente, Román aún escuchaba el eco de la voz, antigua y rasposa, que había brotado de los labios de Fátima. "La memoria será devorada." Una advertencia que resonaba con cada atardecer, con cada informe sobre pequeños incendios inexplicables en las profundidades del Bosque, con cada susurro de extrañas pesadillas en las aldeas más remotas. Señales, Román lo sabía, de que el equilibrio comenzaba a tambalearse.
El aire de Sevilla, ese verano de 2025, se había vuelto pesado, cargado con una tensión que solo él parecía percibir. Una nueva ambición se extendía como una plaga, ignorante de las advertencias del pasado, ciega a los hilos invisibles que unían la tierra con lo sobrenatural. Y con ella, un rostro familiar, un fantasma del pasado resurgido de las cenizas de su propia ruina. Vicente. Más astuto, más implacable, regresaba para reclamar lo que creía suyo, sin saber que su avaricia sería la llave que abriría, de nuevo, las puertas de la prisión más antigua de todas.
El Bosque no había olvidado. Y estaba a punto de recordarles por qué.