Los meses que siguieron al "incidente" en el Bosque fueron extraños, teñidos de una calma que era más bien una amnesia parcial. La niebla verdosa se había disipado, las luces de Sevilla habían vuelto, y la gente, aunque confusamente, había recuperado sus identidades. Sin embargo, un velo sutil de olvido cubría los eventos más traumáticos de aquella noche. Las excavadoras de Vicente fueron retiradas, y el proyecto de desarrollo fue abandonado por razones "logísticas y medioambientales inesperadas". Vicente, liberado de la influencia de la Sombra Atada, fue internado en una institución psiquiátrica, su mente ahora plagada por los recuerdos vívidos de su propia locura.
El Bosque, aunque herido, comenzó un lento proceso de curación. Los árboles que no habían sido arrancados de raíz se erguían, orgullosos, y el Gran Espíritu del Roble pulsaba con una energía más tenue, pero constante. Susana y su equipo, ahora con la discreta pero firme colaboración del Ayuntamiento y el apoyo silencioso de Don Elías, trabajaron incansablemente para rehabilitar la zona devastada, plantando nuevas Luminaria Noctis y especies autóctonas que, según Susana, "ayudarían a sanar la memoria de la tierra". Su laboratorio en las afueras de Sevilla se convirtió en un centro de investigación para lo que ella llamaba "ecología mnemónica".
Fátima tardó semanas en recuperarse completamente. La conexión con la Sombra Atada la había dejado exhausta, pero también más fuerte, más consciente de su papel como umbral. El amuleto, reparado por Don Elías y cargado con la esencia de las Luminaria Noctis, volvía a colgar de su cuello, ahora con un brillo suave y constante. Sus dibujos se hicieron más vívidos, capturando la esencia del Bosque y las complejas interacciones de energía que sentía. Aunque los eventos específicos de su posesión se difuminaron en su memoria, la sensación de la Sombra y su hambre permanecieron como una advertencia grabada a fuego en su alma.
Don Elías se convirtió en el guardián visible del Bosque, su sabiduría ancestral, antes relegada a los susurros, ahora escuchada con un nuevo respeto por parte de la comunidad. Organizaba paseos educativos, enseñando a los niños sobre la flora, la fauna y, de manera más sutil, sobre la importancia de la memoria de la tierra. A menudo, se le veía en el corazón del Bosque, entonando los Cantos de la Remembranza, un eco de la batalla que nadie más recordaba.
Doña Carmen fue quizás la heroína silenciosa de la ciudad. Su mente, un fortín inquebrantable de historia, había sido la última línea de defensa contra el olvido. La experiencia la dejó con una profunda fatiga, pero también con una renovada misión. Estableció un proyecto comunitario para recopilar y digitalizar las historias orales de los ancianos de Sevilla, creando un archivo viviente de la memoria colectiva de la ciudad. La gente, aunque no recordaba el ataque directo de la Sombra, sentía una extraña urgencia por compartir y preservar sus historias.
Román siguió siendo detective, pero su trabajo adquirió una nueva dimensión. Se convirtió en el enlace no oficial entre el mundo cotidiano y los guardianes de lo inexplicable. Cada pequeño incidente inusual, cada rumor de sueños extraños o "sensaciones de frío inexplicables" era investigado con la máxima seriedad. Sabía que la Sombra Atada no había sido destruida, solo contenida. Era una herida en la realidad, una cicatriz que requeriría vigilancia constante.
La amenaza del olvido nunca desaparecía por completo. Siempre habría una nueva ambición, una nueva ceguera que podría rasgar el velo. Pero ahora, Sevilla tenía a sus guardianes. Los ecos del Bosque seguían resonando, no solo como un recordatorio del peligro, sino como el canto constante de la memoria, una semilla plantada en el corazón de la ciudad. Una semilla que, con cada historia contada, con cada recuerdo compartido, se hacía más fuerte, más resiliente, esperando el próximo regreso de la oscuridad.
La historia del Bosque y el regreso de la Sombra Atada han llegado a su fin.
FIN